Diana Polito fue durante mucho tiempo un susurro. Un nombre que pasaba en forma de confidencia de boca en boca y a través de los bancos de la escuela, en el pasamanos de un porrón entre chicas, entre vecinas, compañeras de trabajo. Diana no era la única pero sí una de las tantas formas de nombrar a la que ayudaba, acompañaba, asesoraba, contenía y sobre todo sabía y marcaba el camino cuando descubrías que estabas embarazada y no querías ser mamá. Diana Polito sigue siendo todo eso y también es una persona de mediana estatura y pelo corto, andar veloz, casi atolondrado, una mujer recargada de intensidad y mucho para decir. Bizcocho en mano con el eslabón, la ginecóloga rosarina palpita el 8 de agosto con toda la militancia y la historia de los consultorios a flor de piel.

El 14 de junio de 2018, Diana Polito estaba atendiendo en su consultorio cuando le estalló el teléfono. Primero fue su marido: le mandó los números de la votación en Diputados, el 129 a favor y el 125 en contra de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Acababan de votar y ella acababa de enterarse. Diana comenzó a sentir una “alegría tremenda” cuando el teléfono volvió a sonar. Era una médica que estaba en el mismo lugar que ella, sólo que en la planta baja. “¡Salió en diputados, Diana!”, escuchó del otro lado. La ginecóloga volvió a celebrar y abrió la puerta del consultorio. Otra médica acababa de hacer lo mismo y en medio del pasillo se abrazaron y largaron a llorar. “Fue como que ya había salido. No pensábamos todo lo que faltaba en Senadores. Lo histórico fue que realmente al fin se pudo debatir”, cuenta, veloz, emocionada, casi dos meses después.

Diana Polito está sentada en un bar, toma agua, se come un bizcocho y no para de hablar. Es como si estuviera diciendo todo lo que durante años no pudo, lo que todos y todas sabían que pasaba pero pocos nombraban: en Rosario las mujeres quieren abortar y abortan. Algunas se mueren, otras viven. Pasó siempre y seguirá pasando. La ginecóloga tiene 58 años y lleva 30 atendiendo mujeres: en su consultorio privado, en sindicatos y en efectores públicos. Dice que en todo ese tiempo vió de todo, y en ese de todo, situaciones muy dolorosas: mujeres internadas con infecciones severas, mujeres que perdían su útero, mujeres que morían. Sobre todo en hospitales públicos, y sobre todo las que habitaban los sectores más vulnerados. Todo ese dolor encontró ahora un cauce: el debate, una marea feminista que arrasa todo. “Yo, respecto a la interrupción voluntaria del embarazo y la libertad de las mujeres de decidir sobre su cuerpo, estoy feliz”, dice, y sentencia Diana Polito apenas arranca la charla.

Foto: Andrés Macera.

Se sabe: la aparición del misoprostol, un medicamento que permite abortar sin preocupaciones, revolucionó la salud de las mujeres y colaboró a que disminuyan las muertes y complicaciones por abortos. En Santa Fe se consigue en casi todos los efectores públicos; y si no, hay una red feminista que te acompaña, te guía, te consigue y te salva la vida. El misoprostol, sin embargo, apareció hace poco, diez años, quince, no más. La pastilla marcó un antes y un después. Antes era más turbio y oscuro, pero había algo, un saber popular, una red solidaria y sorora, que te salvaba. O intentaba hacerlo. Diana estuvo siempre de ese lado.

Antes del misoprostol, sólo existían dos métodos medianamente seguros y clandestinos para abortar: el legrado y la AMEU (Aspiración Manual Endouterina). Para llegar a esa práctica había un saber popular: se sabía, se llegaba a esa casa o señora o clínica privada que por miles de pesos te dejaba decidir sin riesgos. “La gente sabía a quién podía recurrir”, recuerda Diana Polito. En esa red y saber, el nombre de Diana circulaba entre muchas mujeres como la que asesoraba. La que informaba. La que transmitía tranquilidad. “Nunca hubo necesidad de que diera un nombre porque la gente ya sabía. Lo que sí, venían a informarse. Venían antes y después, querían saber qué podía pasar, qué complicaciones podían tener”.

La red invisible de profesionales y ginecólogas que acompañaban a mujeres que decidían abortar se encargaba sobre todo de advertir qué no hacer, a qué riesgos no tenían que exponerse. “La realidad es que siempre se supo a dónde ir a abortar. Todos conocemos a alguien que abortó”, remarca la ginecóloga. Y destaca: el problema de la vulnerabilidad se potenció siempre con el dilema económico. Quienes garantizaban un aborto lo cobraban y no podía acceder cualquiera. “Por eso, la legalización es también una cuestión de clase”.

Antes del misoprostol, las mujeres que no tenían recursos económicos ni deseos de ser madre llegaban a los efectores públicos con hemorragias e infecciones. Se habían colocado plumas de gallina, tallos de perejil, habían ido a aborteras que les colocaban sondas. Diana Polito formaba parte de los profesionales de la salud que protegían a las mujeres de los colegas maltratadores. Es decir: los trabajadores de la salud que protegían a las mujeres pobres de la penalización. Nada de eso dejó de existir, pero desde que llegó el misoprostol se redujeron los casos.

Diana asegura que ante un embarazo no voluntario y no planificado, la desesperación de las mujeres siempre estuvo frente a la penalización. Era el abismo. “Pero cuando se han encontrado en el consultorio con alguien que las escuchó y que le dijo que existían las dos posibilidades y que iba a estar acompañada siempre, muchas mujeres exploraron su deseo y decidieron seguir con el embarazo. Cuando las mujeres tienen decidido abortar, lo hacen. No hay nada que lo impida. La clandestinidad nunca detuvo un aborto, sólo deja secuelas, y esa clandestinidad y esa culpabilización social la sufren todas las mujeres. Ahí sí que no hay distinción de clase. La despenalización hace que la mujer decida libremente, tranquilamente, sin la presión de pensar que la clandestinidad las puede poner en riesgo”.

“Que se legalice el aborto es un tremendo avance sobre los derechos de las mujeres. Es lo que hace que la mujer esté en un pie de igualdad de derechos con el hombre. Por eso es importantísima la ley: es darle a la mujer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo y empezar a pensar que los hijos son producto de un deseo”, remarca la ginecóloga.

Diana Polito nunca pensó en vivir a un paso del aborto legal. Dice que lo deseaba, pero ni siquiera se imaginaba que iba a ser así, “un maremoto verde que iba a irrumpir de este modo en las calles, en las mujeres, los varones, las mochilas, los cuerpos, en el pelo”. La ginecóloga está feliz, sorprendida, alegre, maravillada. “Es impresionante cómo este tema se está discutiendo en la mesa de los domingos. Yo escuché el debate con mi hijo más chico, contándole experiencias, cambios y procesos que se van generando en uno. El debate permitió eso, que mucha gente conozca, cambie de opinión. Sepa que esto se trata de que el aborto es clandestino o no”.

Fuente: El Eslabón

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2 Lectores

  1. eltiempodediosllego

    05/08/2018 en 7:24

    EN LAS ELECCIONES DEL PRÓXIMO AÑO, EVANGÉLICOS Y CATÓLICOS NO VOTAREMOS A NINGÚN POLÍTICO QUE VOTE A FAVOR DEL ABORTO.

    Responder

  2. Eleonora

    25/11/2018 en 20:16

    Bueno… También pueden implementar hogueras y quemar a las brujas y herejes como en la edad media, ja ja ja ja

    Responder

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