El club del barrio República de La Sexta se coronó campeón de la Liga Rosarina tras imponerse en la última fecha del cuadrangular final a Talleres de Villa Gobernador Gálvez, y a los presupuestos mucho mayores de los equipos grandes. El entrenador Gustavo Lalima y el jugador Santiago Cabreja dan cuenta del enorme sacrificio que hace día a día esta institución que tocó la gloria el pasado miércoles 1º de agosto, en el estadio cubierto de Newell’s . “La intención es recurrir y formar a jugadores jóvenes con proyección y capacidad para disputar la Superliga”, resalta el experimentado DT en diálogo con el eslabón, entre el barullo de los piques de la naranja que resuenan en el parqué. “Es un grupo que viene trabajando desde hace mucho tiempo, en un proyecto de más de cuatro años”, se suma el ala pivot.

El candidato es el proyecto

Con una billetera mucho más flaca que la que ostentan varios de sus contrincantes, sin basquetbolistas yanquis en el plantel, El Tala debió apelar a la paciencia y al trabajo que Lalima viene desarrollando en el club desde 2011, que le dio sus mejores frutos en 2012, cuando la entidad logró su primer título; en 2016 obteniendo la Copa 90 Aniversario; y en la flamante conquista tras ganar los tres partidos del cuadrangular final. “Esto es parte de un proceso largo. Cuando me convocaron fue para formar parte por primera vez de un Federativo de Primera. En ese momento había muchos jugadores grandes, de renombre. Y la idea era hacer lugar para jugadores jóvenes, para empezar a hacer un recambio, y que esos chicos de 20 y 21 años lleven un proceso de desarrollo hasta los 25”, revela el técnico de gran recorrido, no sólo por instituciones locales y de la región, sino también españolas. “En este plantel tengo muchos que ya llevan varios años en el club”, agrega.

Uno de los que formó parte de este largo proceso fue Cabreja, que viste la roja desde hace cinco años. “El campeonato fue merecido, porque es un grupo que viene trabajando desde hace mucho tiempo, hay un proyecto que tiene más de cuatro años y mantener un grupo tanto tiempo no es fácil”, dice Santiago, y agrega: “Siempre estamos peleando ahí arriba. El año pasado nos quedó esa espinita (en referencia a la final perdida con Atalaya en el campeonato anterior) y este año se nos dio”.

“El básquet de Rosario es esto, el club hace lo que puede con el presupuesto que maneja, que es acotado. Otros tienen una gran cantidad de sponsors, lo que incentiva a la contratación de jugadores, pero acá hay otra idea de club, que no puede irse de ese presupuesto, por eso la intención es recurrir y formar a jugadores jóvenes con proyección y capacidad para disputar la Superliga”, resalta Gustavo, y cuenta que “acá, el objetivo es tener un equipo en Primera, que sea competitivo al máximo. Después, si ganás mejor, porque es lo que todos queremos, y si no todo sigue igual”. Y así recuerda, a modo de ejemplo, el desenlace del campeonato anterior, que no terminó con final feliz: “El año pasado perdimos la final por una pelota que se nos escapó, y en este torneo se nos dio”.

A la hora de enumerar las claves del logro obtenido con la entidad enclavada en La Sexta, el entrenador surgido de la Lepra puso “el proceso” por encima de todo. “Después de la final perdida el año pasado mantuvimos el grupo y la mentalidad. Y jugamos, en el momento justo, el mejor básquet que podíamos jugar”, analiza.

El gran DT de El Tala, que estuvo en el banco en todas las conquistas que el club de Cochabamba al 500 logró en sus más de 100 años de existencia, asegura que “el básquet de Rosario es bueno, y muy competitivo, pero no lo digo yo que estoy dirigiendo acá, sino que también lo dicen muchos entrenadores que dirigen en Capital Federal, en la liga cordobesa”, y lo compara con sus experiencias en el exterior: “Cuando me tocó dirigir afuera, lo hice y vi ligas de importancias similares, y noto que acá hay un buen básquet”.

La naranja de gajos

Foto: Manuel Costa

Tanto Gustavo como Santiago, abrazaron desde muy chicos el deporte del tablero y la canasta. “Empecé a jugar a los 5 años en Newell’s, donde estuve hasta los 19”, rememora el DT, y explica su alejamiento de la institución del Parque: “En ese momento, Newell’s empezó a jugar la Liga Argentina y yo no iba a ser tenido en cuenta en ese proyecto, así que dejé. Pero en esa época –incluso antes, desde los 15– ya me gustaba dirigir y me metí de lleno con eso. Así que me quedé sólo dirigiendo, en la sub 13, que salimos campeones. Me gustaba mucho más dirigir que jugar”.

Después de dirigir a los juveniles de la Lepra, Lalima entrenó a Totoras Juniors; Sportsmen Unidos, también de La Sexta, y Calzada, “con el que salimos campeones de la B y ascendimos a la A”. “Luego me fui a España, dirigí en un club de Valencia, donde estuve un año, después pasé a otro de Santa Pola, donde estuve 3, y otros 3 en Ibiza, en un equipo femenino. Después llegó la crisis española y por una cuestión económica no renovaron el contrato. Lo que me ofrecían no me servía, así que me volví a esperar alguna oferta y salió justo lo de El Tala”, concluye.

Para Gustavo, las claves para ser un buen entrenador son muchas: “El Loco Bielsa, a quien conocí cuando él dirigía la 4ª de Newell’s, siempre decía que con saber de fútbol no alcanzaba, y en el básquet pasa lo mismo. Tenés que tener conocimiento del juego, claro, pero también manejo de grupo, entre otras virtudes. Hoy existen un montón de variantes que antes no había, como psicólogos, coaching, neurociencia, y que hay que saber utilizar”.

Y a la hora de mencionar un referente, el técnico no duda. “Yo me crié en esto con Pablo D’Angelo, que hoy es manager en San Lorenzo de Almagro”, asegura, y concluye: “Lo conozco mucho. Yo estaba en el banco de suplentes cuando él dirigía y me sentaba en el banco más cercano al que estaba él, para escuchar las indicaciones que daba. En esa época se podía fumar, así que me llenaba de humo (risas) pero no me importaba mucho porque siempre me gustaron las cosas relacionadas a los entrenadores”.

Cabreja, por su parte, empezó a tirarle al aro después de probar varias disciplinas deportivas a los 13 años. “Primero fui a Banco Nación, después hice inferiores en Regatas, luego pasé a Central y a los 32 llegué a El Tala”, cuenta Santiago. “Cuando era chico hacía un poco de todo, como todos los pibes: natación, fútbol, pero el básquet siempre me gustó y en este deporte hice muchos amigos. En El Tala, que hace 5 años que estoy, hay contención para los jóvenes, se labura mucho y te hacen sentir cómodo, que es lo más importante”, destaca, y argumenta: “El club apuesta mucho a los más chicos, se los estimula para que vayan a la escuela y que estudien a la vez que practiquen deportes”.

Por último, antes de despedirse, el flamante campeón señala basquetbolistas que admira:

“Soy de la generación de los que vio a Manu Ginóbili, y sin lugar a dudas es el mejor de todos. Pero como yo ahora estoy jugando de 4, miro y me gustan mucho Scola y el Chapu Nocioni”.

Hablemos de fútbol

En la entrevista con este periódico, la pelota deja de andar por el aire y comienza a correr por el piso. Ahora la cosa se juega con el pie, y sobre césped. “Antes miraba mucho fútbol, iba a todos lados, a todas las canchas”, cuenta Gustavo Lalima, que sorprende a la hora de revelar el equipo por el que simpatiza: “Soy hincha de Atlanta, el único de mi familia”.

Su fanatismo por el Bohemio arrancó cuando “en el viejo Canal 7 daban algunos partidos”, y desde ahí arrancó a recorrer con frecuencia los tablones del estadio ubicado en el barrio porteño de Villa Crespo. “Mi papá me llevaba en tren a ver Atlanta y allá me miraban raro porque era de Rosario”, recuerda entre risas este hombre que de memoria saca de su cabeza la formación de la época, con el Ruso Jorge Ribolzi como uno de los principales cabecillas. “Toda mi familia es hincha de Newell’s y fui siempre a la cancha. Iba caminando porque vivía cerca, y ahí en el club me crié. Seguí mucho a Argentino de Rosario, y también he ido a la de Central, con amigos”, confiesa, y admite: “Me encanta el fútbol. Ahora lo sigo un poco por tele, pero no mucho más que eso”.

Su última etapa por las canchas fueron siguiendo a la Lepra en la gloriosa época de Marcelo Bielsa, en aquellas excursiones por la Copa Libertadores en 1992. “Lo último que vi fue ese equipo que perdió 6 a 0 en el Coloso, y después fui a Buenos Aires, donde ganó Newell’s 1 a 0 con gol de Gabriel Batistuta”, rememora este admirador del mundo de la redonda, de cuero. Y del máximo goleador de la Selección Argentina –después de Lionel Messi, claro– saca una anécdota que conoció de cerca: “Esa vez el Bati se quedaba libre del colegio y lo salva un amigo mío que era amigo del profe de educación física. Porque sino se lo llevaban de nuevo a su Reconquista natal”.

En la vereda de enfrente, siempre futbolìsticamente hablando, esta Santiago Cabreja: “Soy hincha de Central, como mi abuelo, mi viejo, cuestión de herencia”, confiesa el basquetbolista que también le daba con los pies a la redonda. Aunque a medida que fue tomándole el gustito al deporte del aro, fue dejando de lado los botines. “Jugué de chico en clubes de barrio de zona norte, en uno que se llamaba Estrella Azul, que era un club muy chiquitito, pero dejé en seguida, porque no era lo mío. Después siempre jugué con los amigos en el barrio”, afirma el pivot de El Tala, que hoy también está distanciado del Gigante de Arroyito. “Ahora ya no voy a la cancha, me alejé un poco del fútbol. Mi hermano sí, es más fanático y va siempre”, dice.

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