Adrián Demichelis padece una patología cardíaca congénita que le impidió practicar el deporte de la redonda. Para darle rienda a esa pasión esquiva, el tipo se puso a escribir. Su tetralogía, Un corazón hecho pelota, ya va por su tercer capítulo.

La tetralogía de Fallot es una anomalía cardíaca congénita (es decir, con la que se nace), y que se caracteriza por cuatro malformaciones relacionadas que modifican la forma en que la sangre circula hacia los pulmones y dentro del corazón. Ese es el partido que le tocó jugar a Adrián Demichelis, oriundo de Villa Nueva, Córdoba, que actualmente reside en San Nicolás.  

“Es una patología que afecta a uno de no sé cuántos niños, y es una de las más complicadas”, explica Adrián, desde el otro lado de la línea, y agrega: “A los 3 años me operaron por primera vez y crecí sabiendo que no iba a poder jugar al fútbol de manera competitiva”.

Los 3 libros que Demichelis publicó hasta el momento, tienen el mismo aunque no idéntico título: “Está pensado como una tetralogía, el primero se llamó Un corazón hecho pelota, el segundo Un corazón hecho pelota, segundo tiempo, porque a los 40 años me tuvieron que operar de nuevo, a corazón abierto, y lo consideré como una nueva oportunidad, otro tiempo más para estar. Y el último se llama Un corazón hecho pelota, gol gana”, detalla el autor, y confiesa: “Todo arrancó por una cuestión personal, por esta patología cardíaca que me impidió que pueda jugar al fútbol. Me sacó la posibilidad de que lo pueda hacer competitivamente, aunque ahora mientras entreno a mi equipo, porque soy director técnico, a veces me pongo un rato a atajar, porque es una cuestión muy pasional para mi”.

Al no poder correr detrás de una pelota, el pibe que Demichelis fue en su Villa Nueva natal, empezó a ponerle palabras a sus sentimientos: “Quería canalizar toda esta historia y empecé a escribir, poesías, versos. Hasta que de grande el rumbo se fue yendo para el lado del fútbol, que es mi gran pasión, a través de la escritura. Pero todo arranca por una cuestión de salud, que pude plasmar a través de la escritura”.

Gol de oro

En el tercero de los ejemplares de la (casi completa) tetralogía, este cordobés que terminó viviendo en la más cercana a Rosario de las localidades bonaerense por un traslado laboral, se aprovecha de esa locura que sentimos quienes habitamos el suelo argentino cada vez que se echa a rodar una pelota, para hablar de un montón de otras cosas. “Son cuentos de fútbol pero que en realidad intentan de alguna manera apoyarse en ese deporte para contar cosas de la vida”, señala. Y argumenta: “Lo uso como una metáfora de las cosas que quiero decir, de lo que me pasó, o cosas que ví. Hablo de la gloria, el amor, el amor de un padre y un hijo. En esas historias, siempre hay algo que las vincula a una pelota”.

A la hora de marcar alguna característica novedosa, respecto de los antecesores de Gol gana, Adrián destaca que “en este libro, tiene mucha más participación la mujer. Hay más textos en los que aparecen vínculos con la mujer, como mi hermana o mi vieja”, y admite: “En las presentaciones anteriores, muchas mujeres me decían que hablaba de fútbol y ellas nunca estaban. Que se emocionaban con algunos relatos, pero que notaban que no aparecían chicas. Hoy la mujer tiene una participación importantísima en el fútbol que por ahí antes no tenía: hay muchas ligas de fútbol femenino, y están las que también lo consumen como espectadoras. Quizás antes cuando escribía me salían más historias que tenían que ver con mi viejo, mis hermanos, jugadores de ligas del pueblo. Ahora, como mi vieja falleció, a lo mejor un poco el duelo está ahí y es una manera de recordarla”.

Antes de despedirse, Adrián –que por los vaivenes de la empresa de artículos para el hogar en la que trabaja debió mudarse a Casilda y luego a San Nicolás, donde hace 6 años que vive– pide encarecidamente que se aclare en qué parte de la Docta nació. “Es que estamos medio opacados y nadie nos reconoce”, se justifica. “Soy de los negros de Villa Nueva, que está al ladito de Villa María, ciudad de la que nos separa apenas un río. Pero como la expansión económica por el ferrocarril se instaló del lado de Villa María, es como que quedamos relegados. Te digo más, soy de una generación que no salíamos en el mapa. En la primaria, las maestras, como no nos encontrábamos en los mapas, nos decían que era un error de imprenta”, concluye entre risas.

Los domingos de sol tienen ese no sé qué

En materia literaria, Adrián Demichelis es fanático de “Sacheri, Fontanarrosa, Galeano, Soriano, y un cordobés no tan conocido que se llama Daniel Salzano”. Y a la hora de elegir colores para pintar su pasión futbolística, eligió los azules y amarillos. “Soy hincha de Boca, aunque todo el mundo me dice que tendría que ser de Talleres o Belgrano”, asegura. Capricho del destino, Adrián hoy se desvive por Belgrano, pero de San Nicolás. “Trabajo en el fútbol infantil, casi desde que llegué acá, y hace 2 años y medio que estoy como coordinador”, cuenta con orgullo, y añade: “Los profes me ayudan en la semana, porque yo trabajo, pero los fines de semana estoy metido en el club, en la cancha. Además tengo a mi hijo jugando en la Primera, así que no hay nada más lindo que un domingo de sol. Que nada me impida ir a ver jugar a mi hijo, ir a ver fútbol, que me gusta mucho, incluso más que ver el que dan por la tele”.

“Soy técnico recibido”, remarca el autor de Un corazón hecho pelota. “Empecé a dirigir en mi ciudad y allí pasé una historia muy linda –rememora emocionado–. Dirigía un equipo amateur y el día que perdimos la final, del otro lado del alambrado estaba un DT de la liga con el que yo había hecho el curso, y me invitó a acompañarlo como ayudante de campo. Para mí fue la primera experiencia de estar en un vestuario de verdad, porque nunca lo pude hacer como jugador. Arranqué entrenando arqueros y después agarré la Reserva, aunque me habían advertido que los muchachos no iban a presentarse a jugar porque se la pasaban yendo a los bailes de la Mona (Jiménez). Yo les prometí que íbamos a llegar a la final. Después, al hijo de mi amigo le detectaron un tumor y me tuve que hacer cargo del equipo, que era de un pueblo que se llama La Palestina y que nunca habían salido campeón de la Liga de Villa María. Con la Primera y la Reserva llegamos a la final justo el fin de semana que mi amigo había perdido su hijo. Salimos campeones en Primera y perdimos con la Reserva, pero sentimos que todo fue un triunfo”.

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