El nivel de violencia social que ya generan la brutal devaluación y los sucesivos ajustes que impone el vasallaje ante el FMI es alarmante. El macrismo fogonea la confrontación de pobres contra indigentes conformando un escenario criminal e irrespirable.

Por cierto nada importa lo que haya dicho el macrismo antes y después de asumir el Gobierno respecto de su propósito de unir a los argentinos, de enmendar “la grieta” que separaría en dos bandos a la sociedad por culpa del kirchnerismo. Como siempre, lo que valen son los hechos.

Tampoco sirven algunas reflexiones en derredor de la utilización que hace Cambiemos de la extremista polarización con el peronismo del siglo XXI cada vez que las papas queman en términos de gestión. Desde el presidente Mauricio Macri hasta el último troll de Marcos Peña demonizan al kirchnerismo en todo momento, a como dé lugar, y sin mayores pruritos.

A casi tres años de estar en la Casa Rosada, el macrismo puede decir que los resultados son notables: el nivel de odio social entre ciudadanos oficialistas y el sector de la oposición que mayores voluntades cosecha es tan notable como peligroso.

Los episodios en los que más se exacerba la operación discursiva del macrismo en contra de valores que la mayoría de la sociedad había asimilado –la defensa de los DDHH, la inclusión social de los sectores más vulnerables, y la acción del Estado a la hora de hacer uso del monopolio de la fuerza, por citar los más importantes– están vinculados con la violencia institucional, pero como siempre ocurre, atraviesa esos tres tópicos fundacionales de toda convivencia democrática.

La muerte de Santiago Maldonado, y los asesinatos de Rafael Nahuel e Ismael Ramírez generaron una escalada conceptual cuyo recorrido es temerario, porque comienza en las más altas esferas del Estado y termina –aunque ese derrotero sólo denota el nivel de responsabilidad– en los capilares que pululan en las redes sociales o los foros de opinión de los grandes medios informativos que se editan en la web.

El desprecio por la vida y el Derecho, las justificaciones de acciones denigrantes, la mentira puesta en juego para demonizar a la víctima, la alienación absoluta de individuos que reclaman soluciones finales para determinados segmentos sociales, volvieron a emerger con potencia inusitada, a partir del trágico fin de un chiquito de 13 años en un oscuro suceso rápidamente calificado de “intento de saqueo”, en el Chaco.

Una esquina cualquiera

El local es poco más que un almacén grande, pero se lo denomina supermercado. Así sucede con aquellos comercios en los que para pagar menos empleados los dueños ponen góndolas y el cliente se tiene que tomar la molestia de colocar la mercancía que va a llevar en un changuito o canasto y arrastrarlos hasta el mostrador donde una cajera o un cajero cobra.

El local está en una ochava de una ciudad, la segunda más importante del Chaco, Roque Sáenz Peña, proverbialmente gorila, pero ensañada en su menosprecio por el pueblo qom desde que se extendió la frontera agropecuaria y la soja les terminó de extirpar las almas a los más pudientes de la zona.

Una noche, una entre tantas en las que la danza macabra del dólar ascendiendo a los cielos de Wall Street hacía recordar aquel baile inaugural de diciembre de 2015 en los balcones de la Casa Rosada, unas 200 personas se acercaron al local “Funcional Nuevo Impulso”, y el dueño y la Policía vieron en ese acto el germen de un saqueo, y en medio de ese episodio un chico de 13 años, Ismael Ramírez, recibió un balazo en el pecho que lo dejó seco, muerto en el acto, ante los ojos de su hermano, que iba con él en bicicleta.

Las respuestas oficiales no pudieron ser más infames, y vale la pena sintetizarlas:

La ministra de Seguridad Patricia Bullrich adjudicó la situación al kirchnerismo.

El intendente de Roque Sáenz Peña, Gerardo Cipolini, aseguró que lo sucedido no fue motivado por el hambre, sino por “los nefastos de siempre”.

El propietario de “Funcional Nuevo Impulso”, Orlando Proselek, dijo que fue un intento de saqueo y por eso llamó a la Policía.

Lo cierto es que luego de las idas y venidas de los primeros momentos, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (Apdh) regional Resistencia brindó una versión que contrasta con esos dichos oficiales.
“Proselek abusaba de la confianza de la comunidad qom a la hora de la compra de alimentos ¿Cómo llevaba a cabo la estafa? A los vecinos que utilizaban las tarjetas alimentarias –que brinda el Gobierno de Chaco para la compra de verduras, carne y huevos– para comprar en el local, se les retenían las mismas a la espera de la suba en los precios de la mercadería. Al mismo tiempo, en el supermercado ponían el nombre del artículo sin el precio final”.

Los dichos de la Apdh fueron publicados en muy pocos medios, entre ellos el portal Infobaires24, que además informó otro hecho constatado por el organismo defensor de los DDHH: “La autopsia realizada horas después en el cuerpo del niño determinó que la bala encontrada en el pecho no se correspondía con las armas reglamentarias utilizadas por la Policía chaqueña”.

El medio agregó que la propia fuerza de seguridad durante una conferencia de prensa informó el martes que “fue un disparo de tipo escopeta o tumbera” el que ocasionó la muerte de Ismael.

Jao Olivera, miembro de la Apdh, sentenció: “Sabemos bien, por antecedentes ya definidos anteriormente, cómo operó y opera la fuerza en esos contextos”.

En síntesis, vecinos del barrio qom, hartos de las maniobras de un especulador, fueron a reclamar que se les validaran los únicos instrumentos de pago y se les vendieran los alimentos a través de sus tarjetas. Y tal vez hayan intentado forzar el ingreso al local cuando Proselek cerró las puertas.

Nada, ni siquiera si se hubiese producido un intento de saqueo, puede justificar el asesinato de una criatura de 13 años. El macrismo lo hizo, y con creces.

Y si se quiere discutir el alcance social de cualquier saqueo, la semana dejó un dato que echa luz sobre la cuestión: la empresa energética Central Puerto SA, del amigo presidencial Nicolás Caputo, obtuvo casi 11 mil millones de pesos de ganancias en el primer semestre de 2018, un 976 por ciento de aumento respecto del ejercicio 2017, gracias a tarifazos y devaluación. Si eso no es saqueo, el saqueo no lo están produciendo en una sórdida esquina de Roque Sáenz Peña.

Los dichos del horror

Bullrich no quedó conforme con sus primeras afirmaciones en torno del trágico fin de Ismael, y revoleó por los aires de canales y radios toneladas de odio de clase. Por ejemplo, en una entrevista con Federico Andahazi, emitida por TN, la ministra se desbocó: “En Argentina las cosas tienen que tener dos conceptos que van unidos: orden y convivencia».

La funcionaria macrista dio por sentado que se trata de convocatorias a saqueos y alertó –con absoluta irresponsabilidad– que hay sectores que buscan generar “una especie de guerra de guerrillas”, y que frente a ello el Gobierno va a “actuar con autoridad para no dejar que se avasalle la democracia ni las instituciones”.

Si hacía falta un toque más de provocación, Bullrich simplificó: “Detrás hay grupos kirchneristas”.

Antes, con el cuerpo aún tibio de Ismael, un sujeto marginal, que sin embargo se encuentra en lista de espera para ocupar un lugar en el Consejo de la Magistratura, publicó en su cuenta de twitter una de las muchas opiniones que justifican el homicidio del que fue víctima el pibe chaqueño.

Yamil Santoro, dirigente macrista, apenas unas horas después de conocido el hecho, tuiteó que “es lamentable cualquier muerte en cualquier contexto”. Y acto seguido sentenció: “Pero una persona abatida mientras trata de robarle a otro sea de forma individual o en banda, en la calle en un atraco o en un saqueo, es alcanzada por la cobertura de la legítima defensa. El Derecho banca al defensor”.

El sofisticado exabrupto no terminó allí, y el referente macrista azuzó a sus seguidores en la red: “El derecho protege a quien se defiende siempre antes que al agresor y contempla dos casos: la legítima defensa y el exceso en la legítima defensa. Aún si media exceso quien se defiende recibe una pena atenuada. El Derecho toma posición ante la agresión y prioriza al defendido”.

Las posturas públicas de Bullrich y Santoro apenas coronan los miles de posteos que inundaron las redes sociales y los foros de opinión de los medios digitales en esa misma línea de razonamiento: matar es una opción, aún si se trata de un pibe que roba para comer o se sospecha que está haciendo eso.

No se sabe si fue la Policía o un civil quien asesinó a Ismael, pero para ambos hay cobijo discursivo desde el macrismo, ya sea porque se trata de kirchneristas organizando “guerra de guerrillas” o porque “ningún negro de mierda puede venir a robarme la mía”, como dijo un desaforado sujeto en un foro cloacal.

Hace muy poco un vecino remató de un balazo a un muchacho que pintaba un mural en Buenos Aires. El pibe le gritó: “¡Estoy pintando una pared!”, pero el tipo le respondió con un tiro.

Lo tremendo de este y tantos otros episodios es que en el clímax discursivo que les otorga justificación nunca se pondera otra cosa que la reacción individual ante el hecho. Aún desde la órbita oficial, los funcionarios hablan de ellos en primera persona, como escindidos de la responsabilidad colectiva de todo Estado, como apelando a lo que opinan respecto de qué hacer, y no a qué están sujetos de acuerdo a las leyes y el Derecho.

El macrismo no sólo mata. Hace alarde de poder hacerlo, teoriza respecto de los motivos de esa decisión, e inocula de odio a quienes ya están propensos a recibir esa vacuna antisocial. Y ése es un devenir más propio de las guerras civiles que de la convivencia democrática.

El polvorín social

La semana comenzó con el discurso presidencial del lunes pasado, más que esperado luego de un fin de semana cargado de rumores, versiones y filtraciones acerca de las medidas que se anunciarían, los nombres de quienes se irían y, sobre todo, del efecto que se esperaba en “los mercados”, que la semana anterior habían propinado sendos bifes a los rostros de Macri y Nicolás Dujovne.

Macri hizo gala de un gatopardismo trágico. Visible y pésimamente entrenado, habló casi 25 minutos, no reconoció una sola de las políticas propias que derivaron en la caótica situación actual, e intentó llevar tranquilidad a “los mercados”.

Su gestualidad fue tan forzada que mereció muchos remedos, memes y reflexiones,algunas de carácter irónico, pero otras dieron en la tecla, develaron algunos de los rasgos que se ponen en juego a la hora de escenificar una oralidad mentirosa y patológica.

Stella Maris Moro, docente de la Universidad Nacional de Rosario, le entró con precisión al discurso presidencial, con las herramientas de saberes que el gobierno de Macri intenta devaluar, depreciar, como se hace con la moneda nacional.

“De la retórica”, es el título que la académica elige para encabezar un breve pero inapelable texto: “Si me preguntan para qué son útiles los estudios de las ciencias humanas, en general, y de los clásicos, en particular, podría responder que griegos y romanos analizaron en profundidad las estrategias retóricas, los modos del discurso, la «actio» (actuación, puesta en escena) y la «inventio» (encontrar los argumentos adecuados), los «verba» (selección de las palabras precisas) y la «elocutio» (la pronunciación, entonación, organización de lo que se dice)… Estudiar estos conceptos clásicos nos da instrumentos para desandar el camino, es decir: del discurso reconstruir el proceso que lo dio a luz. Todo para que no nos vuelva a ocurrir que una lengua torpe, irritante y mentirosa nos gobierne con argumentos banales de autoayuda y de vergonzosa, cínica y vacía autoconmiseración”.

Es que esas, entre otras miserias, son parte de lo que mostró Macri en su mentiroso y cínico discurso. El empresario que un día llegó a ser Presidente, dice, en un tramo de ese chamuyo vil: “Aún en los momentos de más dudas, la gran mayoría tenemos una voz que nos dice «esto tiene que salir bien»”. Cuando enuncia eso, no es sólo la frase. Es su “actio”, su gestualidad. Y ese silencio que sobreviene tras el enunciado: ahí es perceptible que el personaje se devora al intérprete, que por guionado que sea su discurso, aflora el pathos, con impudicia, con peligrosidad…

Macri elude por todos los medios con que cuenta que está dando un paso adelante hacia el abismo. Macri se lo niega a sí mismo porque en algún punto piensa que si hasta este presente pudo gambetear y hasta hacerle un caño a la verdad, todavía tiene chances de una sobrevida que le niegan hasta sus promotores, a quienes ya no les es funcional para esta etapa del saqueo.

Y la paradoja fatal es que esa sobrevivencia se la ofrece su enemigo, aquellos que deberían estar ponderando cómo interrumpir el sangrado que no para, en darle una salida a la desesperación de millones.

Al día siguiente de ese acting perverso, el gobernador de Tucumán Juan Manzur, al salir de un encuentro con el Gobierno nacional, expresó una frase clave: “Le votamos todas las leyes que el Presidente nos pidió y ahora estamos en esta crisis”. Otro que elude cuestiones centrales, que debería asumir sin más: el mandatario provincial omite reconocer que, precisamente por haber votado todos esos paquetes legislativos, es que el país estalló en mil pedazos.

Esa oposición que se presenta “para ayudar” a quienes no quieren ayuda alguna, sino arrastrar hacia el abismo a gobernadores, legisladores, intendentes y dirigentes gremiales, debería sopesar con la claridad que el macrismo trata de oscurecer, que el debate que se impone ahora es el país que dejará este hato de depredadores una vez que se tengan que ir, en los tiempos en que lo mandan las instituciones o en el que ellos mismos imponen, con sus acciones de rapiña.

Porque el gatopardismo, como se sabe, es aquella vieja táctica que pasa por cambiar muchas cosas para que nada cambie. Y de eso se trató el mensaje de Macri del lunes pasado. Con un agravante: muchas cosas empeorarán, claramente.

Nota publicada en El Eslabón Nº 368

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