Sin un proyecto político ni la organicidad necesaria como para imponerse en las elecciones presidenciales de 2019, aún, el pueblo argentino está escribiendo nuevas y heroicas páginas de la historia nacional en su lucha contra los poderes fácticos. Todas las resistencias están guardadas en la memoria popular y se combinan, renuevan y resignifican al calor de las actuales batallas.

Sólo basta caminar y sentir el pulso de la calle. Todos los días jubilados portan carteles contra la destrucción del Pami en cualquier esquina rosarina, comerciantes juntan firmas contra los tarifazos en la intersección de las peatonales, organizaciones comunitarias y de la economía popular se plantan frente a la municipalidad, Desarrollo Social de la Nación o el Ansés en reclamo de la “Emergencia Social”. Todas las semanas hay paro de trabajadores estatales echados, docentes y profesionales de la salud que exigen presupuesto u obreros que montan piquetes sobre la ruta para recuperar sus puestos de trabajo.

Minuto a minuto, el gobierno de Mauricio Macri aprieta un poco más el cinturón del ajuste. Si no es una nueva devaluación del peso, que reduce a polvo el ingreso de los asalariados, es un recorte en partidas para las pensiones por discapacidad, menos dinero a los comedores escolares o nuevos despidos en una dependencia nacional. Todo ocurre mientras los beneficiarios del modelo, entre ellos los CEOs de las grandes empresas locales o multinacionales que integran el gabinete de Cambiemos, amasan fortunas con la timba financiera y el endeudamiento con el FMI, y luego fugan sus dólares a guaridas fiscales, como esas donde la familia presidencial tiene decenas de cuentas fantasmas.

Con resoluciones despiadadas, decretos brutales y decisiones administrativas inhumanas, la Alianza Cambiemos ha convertido al Boletín Oficial un nuevo evangelio de la biblia neoliberal. Pero ante cada embate de la Casa Rosada hay una respuesta colectiva que como contraparte escribe nuevos capítulos en la larga y prolífica historia de la resistencia popular y nacional. La protesta se extiende a todos los sectores: laburantes, industriales, comerciantes, estudiantes, estatales, docentes, militantes barriales.

Hay un dispositivo de poder que apunta a ningunear la potencia de la actividad política comunitaria o gremial, de invisibilizar la acción popular organizada y de estigmatizarla. Sólo reconociendo ese ataque permanente, ese bombardeo comunicacional que propalan las grandes corporaciones mediáticas, se entiende la barbaridad cometida contra la maestra de Moreno, Corina de Bonis, secuestrada y torturada por una patota que le escribió con un punzón en su estómago que deje de sostener ollas populares para sus estudiantes. Esa acción represiva ejecutada por servicios de inteligencia, o un grupo paraestatal, es coherente con ese sistema de odio contra la militancia.

Pero otra vez la reacción social estuvo a la altura de los acontecimientos. Sus compañeros y compañeras protagonizaron una nueva jornada de paro y movilización masiva y contundente en la Capital Federal. La solidaridad explotó en todas sus formas, plural y diversa, desde cada espacio y se manifestó en las redes y en la calle. Que de esa unidad social desde la resistencia brote la unidad política para el pase a la ofensiva, de cara a 2019, es la compleja tarea que queda por delante.

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