El 7 de octubre de 2018 se produjo en Brasil un fenómeno complejo, digno de un paciente estudio interdisciplinario que explore una infinidad de causas que se combinaron en una no menos infinita, y acaso misteriosa, cantidad de formas. El fenómeno quitará el sueño a politólogos, sociólogos, especialistas en psicología de masas, periodistas, historiadores, antropólogos, analistas del discurso, y profesionales de las disciplinas más diversas (existentes y por inventar) durante décadas. Con mucho menos tiempo, y muchas más urgencias, millones de mujeres y  hombres de Brasil deberán enfrentar esa pesadilla.

Los últimos días antes de la votación, las encuestas de intención de voto comenzaron a registrar un notable repunte de Jair Bolsonaro, apologista de la dictadura y de los delitos más aberrantes. Los responsables de la campaña del candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, percibieron que algo andaba mal en la estrategia utilizada para desgastar y denunciar a su rival, y plantearon un cambio drástico, aunque acaso tardío: “Dejemos de decirle fascista, nazi, homofóbico, racista. Cuanto más lo decimos, más votos gana”, señalaron. Y más allá del cambio de estrategia, estaban marcando la emergencia de un síntoma.

El domingo 28 de octubre tendrá lugar la segunda vuelta entre Jair Bolsonaro y Fernando Haddad. Y si bien en términos matemáticos no es imposible que el candidato del PT logre dar vuelta el resultado, no será fácil. Una encuesta de Datafolha publicada el miércoles 10 asigna a Bolsonaro una intención de voto del 58 por ciento, contra el 42 por ciento de Haddad.

La base electoral de Bolsonaro luce consolidada y sólida. En cambio, Haddad deberá salir a buscar votos para descontar la enorme, sorprendente diferencia de 17 puntos que le sacó el ultraderechista. Una brecha que ningún sondeo logró pronosticar. La sorpresa pudo deberse, quizás, a lo que suele denominarse “el voto vergonzante”. Mucha gente que no dijo que votaría por el ex militar, finalmente lo hizo.

Bolsonaro fue eficaz a la hora de aglutinar los votos de un amplio universo conservador. Un espectro tan amplio, tan variado, que incluyó desde neoliberales a neofascistas, militares, parapoliciales, trabajadores desencantados, ciudadanos comunes aturdidos por los medios, evangelistas, católicos, trabajadores, desocupados, sectores marcados por un fuerte sentimiento anti-PT, sectores antipolíticos varios, y muchos, muchos otros. La enumeración no pretende ser completa. El ex militar logró seducir a un electorado amplio en matices, una gama de colores infinita, de límites y extensiones inimaginables y muy difusos: un verdadero universo en expansión, sin delimitación posible, pero con una  dirección clara: siempre hacia la derecha, cada vez más hacia la derecha de la derecha de la derecha. Y allí se ubicó el establishment, claro. Los poderes fácticos, más por espanto que por amor, se abrazaron a él a falta de un candidato mejor. Bolsonaro los juntó a todos sin problemas.

La antipolítica jugó un papel fundamental. El proceso comenzó con el Lava Jato en 2014, y siguió con la destitución de Dilma Rousseff en 2016. La democracia brasileña llegó a esta elección desprestigiada y vacía de contenido. Bolsonaro se erigió como “un marginal de la política”, como alguien distinto, como el representante del “cambio”, pese a que se dedica a la política desde hace 31 años. La idea de “cambio” aceptada en forma acrítica, casi como un sentimiento religioso, funcionó con todo su misterioso poder de seducción, que no habilita la pregunta por si lo nuevo es mejor o peor que lo anterior.

Lo de Haddad fue muy diferente. No logró cautivar a todo el espectro democrático, de izquierda, progresista, anti-fascista, anti-autoritario. No se produjo tal aglutinamiento. Hubo división y atomización del campo popular. Cada uno fue por su lado. Una parte fue con Ciro Gomes, y otra parte con otras propuestas progresistas y de izquierda. Haddad también debió luchar contra posiciones de izquierda que consideraban que el PT y Bolsonaro “son los mismo”.

Sobre un padrón de 174 millones, se registró un 20, 33 por ciento de abstención (30 millones de votos). Los votos que obtuvo el izquierdista Ciro Gómes, 12,5 por ciento (13 millones de votos), en teoría, podrían ser captados por Haddad, pero solo en teoría. Gomes ya definió su apoyo a Haddad para la segunda vuelta, pero la decisión de los dirigentes, en un país con un sistema político como el de Brasil, tampoco es garantía.

El PT también perdió en el Congreso

La derrota del PT también se verificó en las elecciones legislativas. El domingo se renovó la totalidad de la Cámara de Diputados (513 bancas) y 27 de las 81 bancas del Senado.

El PT tenía 68 escaños en la Cámara Baja y ahora pasó a tener 56. De todos modos, sigue siendo el principal bloque. El Parlamento, que ya poseía una composición muy conservadora, pasó a ser más conservador y de derecha todavía, a la medida de Bolsonaro. Seguirá siendo muy fragmentado, una característica propia del Poder Legislativo brasileño: 30 partidos en Diputados y 20 en el Senado. Son muchos bloques y muy pequeños. Hay 9 bancadas que poseen entre 25 y 40 integrantes.

Una de las derrotas más resonantes fue la de Dilma Rousseff, que no logró conseguir una banca de senadora por el estado de Mina Gerais. Obtuvo apenas el 15 por ciento de los votos y quedó cuarta.

En San Pablo, cayó derrotado Eduardo Suplicy, otro veterano dirigente del PT que se postuló a senador.

La elección también mostró una clara división geográfica que es, además, una división de clases. El norte y el nordeste (las regiones más pobres) votaron por el PT. El sur y el sudeste, en cambio, votaron por Bolsonaro. Pero en estas últimas regiones, especialmente en grandes centros urbanos, existían bastiones petistas que en esta elección cayeron en manos de la ultraderecha.

El tema seguridad, en manos de la derecha

Más allá de sus insultos, y del ejercicio sistemático de la violencia verbal y la apología de los delitos más aberrantes, las propuestas de Bolsonaro se centraron principalmente en el tema seguridad. Y no es esta una cuestión menor en Brasil, uno de los países más violentos del continente. El otro eje de su campaña, menos promocionado, es la economía. El militar retirado es un neoliberal, un feroz ajustador. O sea: un continuador de las políticas de ajuste del actual e ilegítimo presidente Michel Temer, cuya gestión tiene una aceptación de apenas el 3 por ciento. Haddad no supo explotar este flanco débil de su rival.

Una hipotética gestión Bolsonaro combinaría, a juzgar por sus declaraciones y sus propuestas, un alto grado de autoritarismo en lo político, con brutales recetas de ajuste neoliberal en lo económico. Como la dictadura de Augusto Pinochet, por ejemplo, con quien suele referenciarse.

“Reducir el número de ministerios; extinguir y privatizar estatales. La política al servicio del brasileño”, afirmó el candidato ultraderechista en un mensaje que publicó este lunes 8 en su cuenta en la red social Twitter.

El triunfo de Bolsonaro disparó los festejos de “los mercados”. Subió la Bolsa. Bajó el dólar y los representantes de los poderes fácticos festejan por anticipado lo que se viene si llega a ganar quien tiene como principal asesor económico a Paulo Guedes, un auténtico Chicago boy ultra-hiper-neoliberal, que ocuparía el cargo de superministro en el gabinete del ultraderechista y que ya tiene una denuncia por fraude fiscal, presentada este miércoles 10. Al ser preguntado sobre cuál es el límite para privatizar, Guedes respondió: “No hay límites”. Bolsonaro quiere privatizar el sistema jubilatorio “como hizo Pinochet”, según dijo. El capitán retirado suele atacar los presuntos “fraudes” cometidos con el plan de subsidios Bolsa Familia, una iniciativa que fue todo un emblema de las gestiones del PT y que logró sacar de la pobreza a más de 30 millones de personas.

Pero sin dudas su tema preferido durante la campaña fue la seguridad. Una vez más, las fuerzas progresistas y de izquierda cometieron el mismo error: le dejaron el discurso de la seguridad a la derecha. Le permitieron monopolizar esa problemática. Y las propuestas de Bolsonaro fueron las más conocidas y gastadas: la demagogia punitivista, las ideas que ya fracasaron en todo el mundo. Bolsonaro recurrió a los lugares comunes de la “mano dura”. Las viejas recetas que tuvieron resultados desastrosos en todos los lugares en que se aplicaron. Desastrosos, al menos, para combatir lo que dicen combatir, aunque no para los que venden armas. La llamada “guerra contra la droga” aplicada en México y Colombia, por ejemplo, dejó como resultado decenas de miles de muertos y desaparecidos entre la población civil, un grado de corrupción pocas veces visto en las fuerzas de seguridad (se borraron los límites entre narcos, policías y militares) y el narcotráfico cada vez es más poderoso. Los que salen ganando, además de los narcos, son los vendedores de armas. Esa es la receta de Bolsonaro, que tiene muy buenos contactos con la industria armamentística.

En este contexto, Haddad, frente a la segunda vuelta, habla de la necesidad de confrontar propuestas y modelos de país. Gracias a la oportuna cuchillada que recibió en el abdomen, Bolsonaro pudo zafar de los debates televisivos. Acaso hubiesen perjudicado su candidatura, por su falta de propuestas y argumentos. Pero ahora, en los días que faltan hasta el 28, deberá enfrentar varios debates cara a cara con Haddad. Al cierre de esta edición, el ex militar ya declinó participar de un debate. Y todo indica de huirá como nazi por tirante de todos los que pueda.

“Retomamos la campaña, estamos muy animados con el segundo turno porque nos ofrece la oportunidad de confrontar los dos proyectos en disputa para que el electorado pueda comparar”, señaló Haddad el lunes 8, luego de reunirse con Lula en la Superintendencia de la Policía Federal de Curitiba, el lugar donde el líder se encuentra arrestado.

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