Una mayoría inescrupulosa votó un presupuesto que dejará sin comida, salud y educación a millones de personas. Esta democracia ya no alimenta, cura ni educa. Gobierna un clan criminal y los medios ya no están en guerra, directamente hacen “periodismo de servicios”.

Varias cosas pugnan por salir de las gargantas anudadas e indignadas de millones de argentinas y argentinos que se movilizaron a las puertas del Congreso o siguieron desde sus casas las instancias del debate del Presupuesto 2019, elaborado por el Fondo Monetario Internacional como un guión que interpretaron actorzuelos a quienes ya no les quedan siquiera jirones de dignidad.

Ya poco importa cómo llegó a los 129 presentes con los que consiguió quórum un oficialismo cuyos integrantes se llamaron a silencio, imponiéndose a sí mismos una pesada, invisible y maloliente mudez.

No callaron por la vergüenza que les pudiese ocasionar la defensa del pliego de condiciones y rendición presentado por el FMI a Mauricio Macri. Fue para “no hacer olas” que hicieran dar marcha atrás a la piara de “peronistas” y aliados que acompañó la entrega de todos los dineros públicos a un organismo experto desde siempre en hambrear y explotar con sus recetas a países y pueblos.

Los primeros se hacen llamar “peronistas dialoguistas”, “racionales”. Tienen el tupé de citar a Juan y a Eva Perón, cantan la marcha, llevan en las solapas de sus sacos de seda el escudo justicialista y recitan de memoria las 20 Verdades, pero cada noche entregan sus honras al mejor postor, sin la hidalguía de las trabajadoras sexuales. Los aliados de siempre de cada oficialismo de turno ni siquiera tienen que simular ni rendir tributo a símbolo alguno. Votan y cobran, sin más trámite.

Tal vez la gran mayoría de argentinas y argentinos haya tenido tiempo demasiado escaso y demasiadas penurias que resolver para levantarse pensando en lo que se jugó durante 17 horas en el recinto de la Cámara de Diputados de la Nación, pero la mañana del jueves encontró a muchas y muchos mateando en silencio, mascullando bronca, preguntándose si será así, nomás, que la vida se va como el agua entre los dedos, si no volverán a tener la chance de vivir sin esa angustia que carcome los sueños hasta volverlos pesadillas.

Por cierto nada de esto estuvo cerca de rozar los pensamientos de los Mario Negri, los Luciano Laspina, los Pablo Koziner, los Emilio Monzó. Si basta con observar sus semblantes para constatar que nada de lo humano ya los conmueve, que ni los que ven durmiendo en las veredas les arrancan al menos una mueca de dolor lejano.

Allí estaban, en esas bancas de la impudicia, Silvia Lospenato y Daniel Lipovetzky, exhibiendo fingida iracundia ante algunos discursos que los denunciaban como hipotecarios de varias generaciones. Allí callaban las caras visibles de la cruzada por el aborto legal, seguro y gratuito, escondiendo bajo sus pupitres el mamotreto de presupuesto que le sustrae recursos a los hospitales públicos para girarlos a las oficinas de madame Christine Lagarde. Esa madrugada naufragó aquella sororidad. Ya no se vieron caminatas con abrazos transversales o fotos glamorosas en los medios hegemónicos. Se olía el rencor, se olfateaba el hedor de las hienas que se acercan para hincar los dientes en los restos ya podridos de las formalidades parlamentarias. Y es de esperar que esto haga despertar a los ilusos de siempre.

Lo que se votó mata. Lo que salió de Diputados hacia el Senado aborta los futuros en general y el futuro individual de los chicos y las chicas a quienes ya se les había privado de las netbooks y de los programas para terminar la primaria o la secundaria. Lo que se votó el miércoles pasado tortura a las viejas y viejos que pasarán sus últimos años con más dolores y con menos vida. Lo que se aprobó en ese recinto abre las puertas a lo peor de todas y todos. Y que nadie se sorprenda cuando llegue la hora de la rabia brotando en cada esquina de cada ciudad de la Patria del hartazgo.

Teatro de operaciones

El peronismo nació en la calle. El trotskismo no se cansa de pregonar que lo que no se consigue en el Congreso se debe ganar en la calle. Los movimientos sociales despliegan a miles de compañeras y compañeros cada semana de cada mes para reclamar por sus derechos y los de quienes no pueden hacerlo. Los gremios saben que en la calle, más que en los despachos ministeriales, les han doblado el brazo a las patronales. ¿Cómo es posible entonces que cada vez que el Gobierno y sus socios se juegan en una ley de desmonte de derechos al día siguiente sólo se hable de la “violencia” de “grupos de izquierda y kirchneristas” y se le termine regalando un fabuloso negocio a Horacio Rodríguez Larreta, quien con los millones que saca de la caja chica de la Caba para “reparar” la Plaza de los Dos Congresos les paga los adicionales a los servicios que manda Patricia Bullrich a empiojar las movilizaciones y encima quedarse con el vuelto?

Desde los ‘90, cuando el Paqui Forese pateaba aquella vidriera de Modart y sus compinches arrasaban con trajes, ambos, camisas y corbatas, nadie se puede quedar en la otra esquina comiendo dulce de leche a cucharadas para después denunciar que se trata de infiltrados. Eso lo sabe hasta la jefa de hogar que prepara el guiso con lo que tiene a mano para matarle el hambre a su familia.

En las redes sociales, 24 horas antes de la marcha al Congreso, ya circulaban las fotos y videos de las piedras celosamente programadas y dispuestas por el Gobierno de la Ciudad en containers o apiladas en las veredas de calles cercanas al Parlamento.

La noche anterior al debate, el periodista Alejandro Bercovich llegó a tuitear exhibiendo uno de esos testimonios fotográficos, y se preguntó: “Mañana hay una sesión clave en el Congreso por el Presupuesto. Hay también convocada una marcha enfrente contra el ajuste. ¿Todos estos escombros sueltos alrededor aparecieron hoy por casualidad o alguien los dejó a mano de los manifestantes para que se arme bardo?”.

La calle, además del escenario de luchas, marchas y concentraciones populares, es un teatro de operaciones en el que juegan dispositivos y actores que a esta altura de las circunstancias políticas deben ser ponderados y tabulados por las grandes mayorías si no quieren quedar encorsetadas en una dialógica que conduce inexorablemente a la derrota.

No se puede discutir de igual a igual con los hacedores del terror. No hay chances de mostrar las pruebas de la infamia y que eso de algún resultado masivo si el 90 por ciento de los medios están preordenados para decodificar ese teatro de operaciones en clave de poder.

Como reclamó con angustia la periodista Mariana Escalada, de El Disenso, la miríada de asesores de diputados ya veteranos en estas lides, ¿no pueden chequear lo que llega a sus manos como “pruebas incontrastables” de infiltrados plantados por el Gobierno?

Es más, en caso de que se considere que tiene valor táctico, ¿qué es lo que impide que las organizaciones populares, con la cantidad de recursos tecnológicos y humanos de que disponen, diseñen un operativo eficaz para documentar in situ el accionar de esos dispositivos y agentes que distorsionan planificadamente el sentido de cada movilización? ¿Siempre hay que depender del voluntarismo de compañeras y compañeros que aportan, tarde y desorganizadamente, registros aislados y parciales de las fechorías de los servicios?

El valor táctico de documentar las tropelías del poder, poner en valor esos registro y hacerlos valer en la Justicia y los medios debe ser organizado antes de los hechos, como parte de la planificación y logística de las marchas, si se puede en conjunto, con todas las organizaciones populares, para que durante las movidas que llevan adelante los servicios se pueda operar a movileros y cronistas, editores de medios digitales, y abarrotar las redes con esos materiales incontrastables.

Pero además, es hora de que todas las organizaciones políticas, gremiales y sociales comiencen a tener el control efectivo del territorio. No puede ser que 50 anarcoservicios les disputen la vanguardia a centenares de miles de manifestantes organizados y encolumnados con disciplina y objetivos claros, que no incluyen en absoluto la violencia ni el desmadre.

¿Quién le disputaba en los ‘70 la vanguardia a la JP, a la UOM, a Guardia de Hierro, a las 52 Organizaciones? Hoy, a casi 50 años, un grupo de 50 encapuchados, con o sin infiltrados, copan la parada y le hacen el juego al poder, y los cientos de miles de compañeras y compañeros deben retroceder, desarticular la movilización y, lo peor de todo, cargar con la responsabilidad que les cuelgan medios y funcionarios que construyen el enemigo a su gusto, sacando rédito ante un segmento de la sociedad permeable al discurso que rechaza “la violencia”, cuando se sabe que nada es más violento que sacarle a comida de la boca a los más vulnerables.

Quedan cuestiones por analizar en torno de lo que debe ser y lo que será la calle para el movimiento nacional, pero tal vez sea hora de que muchos dirigentes que reclaman conducción y autocrítica comiencen a conducir a sus sectores con más eficacia, porque el enemigo es inteligente y tiene todos los recursos para hacer valer esa inteligencia.

Periodismo de servicios

Los blindados de la cana los dirige Patricia Bullrich, pero los blindados del relato los manejan Héctor Magnetto, Daniel Hadad, los Mitre, José luis Manzano y Daniel Vila, entre otros mariscales del imperio mediático.

Si por algo persiste la capacidad de asombro ante las operaciones de los medios hegemónicos se debe al corrimiento continuo de los límites en lo que hace a la honestidad intelectual.

Luego de la barbarie sembrada por las policías Federal y de la Ciudad, durante y después de la marcha al Congreso para seguir desde la calle el debate en Diputados, Clarín, La Nación y los abyectos satélites Infobae y América, por citar los más vergonzosos, se dedicaron a construir el típico relato de la “violencia kirchnerista”, la “toma” del Parlamento y hasta el montaje de una “acción preinsurreccional” por parte de los movimientos, gremios y organizaciones populares.

Basta repasar algunos títulos, bajadas y la síntesis de algunos contenidos para constatar que el dispositivo mediático está dispuesto a todo.

Según publica el diario Clarín, bajo el título “El Gobierno quiere que los extranjeros detenidos por los incidentes en el Congreso sean deportados «lo antes posible»”, los ministros de Seguridad, Patricia Bullrich, y del Interior, Rogelio Frigerio, hicieron mención de dos ciudadanos venezolanos, uno paraguayo y otro turco, detenidos “en los alrededores” del Congreso.

Esas detenciones fueron realizadas a entre 20 y 45 cuadras de distancia del Parlamento, en un operativo de cacería planificado y con objetivos concretos, tal como se pudo ver cuando se conocieron las identidades y filiaciones de algunos detenidos.

Pero lo cierto es que el miércoles, en el marco de la brutal represión llevada adelante por el gobierno nacional, fueron detenidos Baran Anil, de 27 años, ciudadano turco; Felipe Puleo Artigas, de 31; y Víctor Puleo Artigas, de 23, ambos venezolanos, y Luis Fretes, de 36, paraguayo.

Respecto de los cuatro, Frigerio planteó que pedirán “un juicio abreviado” con el objetivo de que sean expulsados del país, sin saber de qué se los acusa y sin exhibir pruebas de delito alguno cometido por todos o alguno de ellos.

En sintonía con su par de Interior, Bullrich opinó que “lo más probable” es que los ciudadanos extranjeros detenidos “sean expulsados del país”.

Con una desaprensión absoluta por las formas, y en tono beligerante, la ministra pontificó: “El turco y los venezolanos no son ciudadanos argentinos. Justo estaban por vencer sus posibilidades de seguir en el país como turistas. Todavía están bajo la Justicia, pero ya hablamos con el director de Migraciones y lo más posible es que sean expulsados del país. Que vengan a la Argentina, los reciban con buena onda y estén generando estas acciones violentas, no va”.

En el colmo de la paranoia periodística, Clarín tituló así otro artículo: “Investigan si los venezolanos detenidos durante los incidentes son servicios de Maduro”. En la bajada, el diario de Héctor Magnetto agrega: “También si el ciudadano turco es un militante anti G-20. Dudas sobre una camioneta desde donde se repartían piedras y molotov”.

Nada relaciona a los ciudadanos venezolanos y turco con camioneta alguna, que tampoco pertenece, como aseguraron, a La Garganta Poderosa, pero entre el Gobierno y Clarín sembraron la idea de que se está en presencia de servicios de inteligencia chavistas y turcos operando en territorio nacional, una hipótesis a la carta especialmente servida para la embajada de EEUU y la CIA.

El alcahuete externo de esa versión temeraria es el senador Miguel Pichetto, quien opinó alineado con Bullrich y Frigerio, algo que a esta altura sorprende a pocos: “Espero que los dos venezolanos, el paraguayo y el turco estén listos para salir del país”.

Siempre moviéndose en las profundidades de las alcantarillas de Clarín, el senador rionegrino llegó a calificar la movilización en contra del Presupuesto 2019 de “un hecho preinsurreccional”.

El titular del bloque de la Tendencia Involucionaria del justicialismo en el Senado, en declaraciones realizadas en el programa de Marcelo Longobardi que se emite por Radio Mitre, el jueves ladró como buen perro adiestrado: “Llevo muchos años en el Congreso. Nunca he vivido imágenes como las que se viven dentro de la Cámara de Diputados”

Seguramente Pichetto olvidó las escaramuzas de 2001, ni retiene en su memoria los escandaletes en el Senado ese mismo año cuando sobrevolaba la Banelco, dentro y fuera del recinto.

El legislador avanzó: “El problema es la repetición de este tipo de hechos. Aparecen estos sectores violentos de la izquierda argentina y algunas combinaciones con algunos partidos que tienen representación institucional y a los que les gusta alentar el fuego”. Faltó que dijera que Cristina Fernández de Kirchner dirigía todo desde una mesa de arena armada en su departamento. Patético.

Pablo De León, un escriba de Clarín, redactó la siguiente especulación: “Según el análisis que realizaron el Gobierno nacional y el Gobierno porteño sobre los participantes en los disturbios de este 24 de octubre en el Congreso, los venezolanos serían parte de los servicios de inteligencia del gobierno de Nicolás Maduro, el turco sería parte de un grupo activista contra el G-20 –foro internacional para abordar los grandes desafíos globales– del mismo modo que el paraguayo, quien integraría un grupo anarquista de Asunción”.

Una vez que la espuma tóxica de los medios bajó, se supo que el turco es graduado en Ciencias Económicas en la Universidad Técnica del mar Negro, actualmente vive en Villa María, que está casado con una argentina, y que el día de la marcha estaba en Buenos Aires para sacar su partida de nacimiento en la embajada turca y así poder establecerse en el país definitivamente.

Sobre los hermanos venezolanos, según consignaron los abogados de la CTA que los asisten, se conoció que viven en los alrededores del Congreso, y que al parecer son antichavistas.

Según consigna la periodista de Página 12 Irina Hauser, “todo indicaría que (los jóvenes venezolanos) fueron detenidos cuando vieron los incidentes (y) decidieron guardar la moto que tenían estacionada y que utilizan para trabajar, porque tuvieron miedo. Uno de ellos, según lo que habrían relatado en la comisaría, reparte volantes y el otro que trabaja en un Mac Pollo o delivery de pollos. Ambos tienen documento”.

Respecto de Fretes, el detenido de origen paraguayo, Hauser señala que, como los otros tres, tiene documento y, “al parecer, dos hijos argentinos”, un dato que no configuraría el perfil típico de un activista anarco que está ensayando para intervenir en la cumbre del G20.

Clarín llegó a divulgar que se estaría investigando a “grupos que ya están activos” esperando esa cumbre, y se centró especialmente en uno, que se denominaría “Bloque negro”, que define como “un misterioso sello antisistema que vincula a grupos anarquistas con los manifestantes en el Congreso”.

Pero la cloaca dirigida por Magnetto llegó a publicar que “Baran Anil ingresó hace poco al país desde la frontera con Bolivia”, que los dos venezolanos –a quienes sindicó con apellidos diferentes– “también entraron hace poco al país” y que “el paraguayo Luis Fretes formaría parte de un grupo anarquista, también participando de una especie de «previa» al G20”.

Los nombres de los escribas con vocación de servicios que se suman al proverbial alcahuete Nicolás Wiñazki son Claudio Savoia y Pablo León y Martín Bravo, todos cagatintas de Clarín.

Quien escribe estas líneas, en un artículo publicado por Redacción Rosario 24 horas antes de la represión en el Congreso, destacó la opinión de la ministra Bullrich acerca de la multitudinaria marcha del sábado pasado en Luján, en la que no se registró siquiera un empujón: “Es bueno que recen, porque vienen varios cambios profundos”. Se habrá referido al estreno de los gases comprados a EEUU e Israel, porque los servicios y los tanques mediáticos siguen siendo los mismos de siempre.

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