La holgada victoria de Jair Bolsonaro en Brasil invita a analizar el todo y los detalles de un suceso que supone serios riesgos para la región. El capital financiero respira y millones se ilusionan ante el garante de la seguridad.

Con vigorosa actualidad, una saga publicada hace años en el semanario El Eslabón echa luz sobre algunos aspectos de la llegada al poder del capitán retirado que fue electo este domingo con una diferencia de 11 puntos sobre su rival Fernando Haddad.

En Una teología del Terror se planteaba –se plantea– la conformación de un relato de poder por medio del cual grandes mayorías quedan atrapadas en un sentido común que las domina a través del miedo, que esa narrativa está diseñada en clave teologal, y que la deidad y el cielo prometido son una sola cosa, se funden en un solo nombre: Seguridad.

Los intelectuales del capitalismo –que los hay– elaboran pensamiento, trazan escenarios, pero su mayor importancia radica en ser expertos a la hora de darle valor a bienes, objetos y símbolos según su grado de escasez.

Pocos bienes simbólicos escasean más en la vida real del ser humano, cualquiera fuese la clase a la que pertenece, que la Seguridad, así, con mayúscula, orbitando el sentido más amplio y general del término.

Casi por definición, la vida es inseguridad. Psicológica, material, existencial, a cada paso el mundo ofrece contundentes pruebas de que nada es seguro ciento por ciento, y a veces incluso arroja pistas de por qué no debería serlo o, al menos, invita a reflexionar qué sentido tendría la Seguridad completa en un mundo con volcanes o un arsenal nuclear capaz de destruirlo varias veces si se pudiera.

Pero para eludir tediosos debates, basta con recordar que en las postrimerías del siglo XX el capitalismo financiero tomó nota de que el opio de los pueblos venía rebajado, no pegaba como antes, o la Humanidad había desarrollado la suficiente tolerancia a las religiones como para que éstas ya no sirvieran como distractoras de la función central del poder económico: hacer creíble y sustentable ese otro absurdo bien simbólico: el dinero en todas sus variantes.

Era hora de elaborar el primer relato religioso de la era capitalista, y así nació la Teología del Terror.

En 2015, en la segunda entrega de aquella saga, se ensayaba lo siguiente: “La nomenclatura, los arcanos (su carácter secreto), los dispositivos inherentes al género del relato que conforman la Teología del Terror, son apenas la punta de un iceberg que es preciso tornar visible”.

Es que la contracara de la Seguridad, su Satán, tiene formas variadas de representación: puede ser el terrorismo propiamente dicho, pero puede ser el crimen a la vuelta de todas las esquinas, que infunde un terror de tal magnitud que desarma moralmente a toda una sociedad a la que ya habrá tiempo de armarla con la más sofisticada ferretería.

Una teología que impone algo inquietante: “la idea de un dios que discute, que pone en duda, la finitud del ser humano”. Mujeres, hombres y niños que recorren ese itinerario narrativo y cada vez están más dispuestos a convencerse a sí mismos de una idea banal pero ambiciosa: la de una vida segura en términos absolutos. Y que la Humanidad puede gozar de esa vida tan sólo por creer que ello es posible. Pura fe. Bueno, no tan sólo fe: medios hegemónicos, poder económico, pastores electrónicos, políticos canónicos. Una Iglesia Universal. Un Nuevo Reino.

Los santos ya no marchan, tiran al blanco

Volviendo a Brasil, vale repasar unos párrafos que el cuadro y dirigente peronista formado en la izquierda nacional Marcelo Machocho Fernández publicó en su cuenta de la red social facebook. Una semblanza a propósito del triunfo de Bolsonaro:

“La cuadratura ideológica nos hace perder, muchas veces, la noción de realidad vigente. La realidad muta, pero siempre hay una vigente. Y hay que tener coraje para asumirla.

Por ejemplo, el continuo ninguneo del progresismo al tema de la inseguridad, que la sufren muchísimo más los trabajadores que los habitantes de barrios cerrados, se termina resolviendo, al igual que muchos desafíos matemáticos, AD ABSURDUM:

Esto es, la pretendida resolución cae en manos de cazadores sociales, que simplemente avalados por la inoperancia del progresismo y el cansancio de la gente de trabajo, mete bala y hace una limpieza meramente social en donde el pobre, por el sólo hecho de serlo, es sospechoso. Por supuesto, no solucionará nada y agravará todo.

En vez de que un gobierno nacional se haga responsable del flagelo, protegiendo a la ciudadanía en el día a día, a la par que intenta trabajar las cuestiones de fondo, se responde con consignas huecas.

Ese vacío de realidad, rellenado por una ideología de ocasión que prioriza en las semicolonias la agenda de «género» por sobre la recuperación de los resortes estratégicos de la economía, produce a los Macri y a los Bolsonaro.

Pero el progresismo le echa la culpa a la gente, nos habla con la «e» y sólo atina a decir ¡No al fascismo!”.

Se puede estar de acuerdo o no con parte o con el todo, pero lo cierto es que durante la campaña del PT que condujo a la elección de primera vuelta, el eje lo impuso Bolsonaro, con su agenda xenófoba, homofóbica, misógina. El PT podría haber eludido esa trampa llevándolo a la discusión que lo hubiese desenmascarado como un neoliberal más, un crápula poco diferente a Michel Temer, que no llega al 5 por ciento de aprobación, un entregador de los resortes económicos del Brasil a los buitres financieros de Wall Street, un saca derechos sociales adquiridos, precisamente, durante los gobiernos de Inacio Lula Da Silva.

El candidato a vice de Bolsonaro, como un Chirolita descontrolado, amenaza con quitar el aguinaldo y el PT le responde que es un fascista, que Bolsonaro es xenófobo y que los derechos individuales de las minorías corren riesgo.

“Es la economía, ¡estúpido!”, espetó Bill Clinton y ganó. Recién sobre el final de la campaña del balotaje se impusieron unos escudos y flyers que decían, jugando con el número de la Lista 13 del PT: “Salario 13”. Claro, el aguinaldo, idiota, es éso lo que principalmente está en peligro.

Pero si algo logró imponer Bolsonaro es una agenda de Seguridad total frente al crimen urbano cada vez más extendido. El núcleo de poder dominante no habla de criminalidad sino de “inseguridad”, pero lo que está en juego es como enfrentar el crimen con policías corrompidas, políticos insensatos o indiferentes ante esos tópicos y un poder judicial encerrado en los juegos de poder más que preocupado en establecer un nuevo paradigma de justicia para las grandes mayorías, en conjunto con el legislativo.

A la clásica receta de mano dura, Bolsonaro le agregó su propio enfoque militar, incrementando la participación de las fuerzas armadas en el ya de por sí militarizado esquema de represión del delito.

Para ello contó con la determinante ayuda financiera, mediática y discursiva de las iglesias neo pentecostales, en particular la Universal del Reino de Dios, que es la más masiva y la que más presencia mediática tiene en casi toda América latina, pero especialmente en Brasil.

Volviendo a la Teología del Terror, es preciso entender que la misma cuenta con el decisivo recurso de la imagen, que facilita en términos inspirativos y conspirativos la faena de los guionistas, de la escuela de escribas que va tejiendo a ritmo febril la nueva narración, la cual da sentido y mayor nitidez conceptual al rol de la Seguridad como nuevo dios, y a la relación entre la deidad y sus fieles.

Los pastores electrónicos, justamente, le sacan el jugo a ese recurso: es que la cultura de la imagen permite hacer posible una vieja quimera compartida por cleros, hechiceros, brujos de décima o magos de temer: mostrar a Satán. Y ellos lo hacen, en vivo y en directo, en diferido, como sea, pero exhiben demonios tales como ladronzuelos, vendedores del narcomenudeo, alguno que otro bandolero armado hasta los dientes.

Allí está Satán. Y del lado de los buenos, de los creyentes, la Seguridad. Y Bolsonaro supo venderse bien como garante de que ese dios esté más cerca de reinar para todo el pueblo brasileño, pero especialmente para sus votantes. El resto, que sufra la furia del diablo.

El resultado de ese relato es tan perverso que sería como la fábula del pastorcito mentiroso y el Lobo, pero con éste asociado a miles de pastorcitos mentirosos que quieren disciplinar a través del terror a las ovejas.

A nivel global, millones de televidentes ven ejecuciones salpicadas por el rocío en que suele esparcirse la sangre. Son demonios decididos, fríos, imperturbables, que pronuncian lenguas desconocidas por la mayoría de quienes asisten a esos rituales dantescos. Muchos millones de asistentes, por fin, por primera vez en la Historia de la Humanidad, pueden ver a Satán en plena faena, y diciendo tan claramente como le resulta posible que es la Gran Amenaza, que la Seguridad no existe, que es un mito, que él, el Gran Diablo, on line, está dispuesto a que nadie pueda vivir seguro”.

Esto termina mal, siempre, pero mientras tanto el sistema se toma un respiro, distrae a las grandes mayorías, disimula que el modelo de capitalismo financiero es insostenible.

El riesgo, para la Argentina y Brasil, es que son dos gigantes que habían logrado erradicar mutuos recelos y ahora deberán competir a ver quién hacer mejor la letra, con el riesgo de que en Washington un día se les ocurra algo peor.

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2 Lectores

  1. Kmel

    30/10/2018 en 7:59

    No se entiende nada, escribi como la gente

    Responder

    • Horacio Çaró

      30/10/2018 en 11:37

      Presénteme a esa «gente», así aprendo a escribir como ella. Un saludo cordial.

      Responder

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