Cristina crece. A pesar del enorme dispositivo de comunicación que se encarga de bombardearla todos los días, a cada hora. Como ocurrió con Lula en Brasil, a quien debieron apresar para sacarlo de carrera, la figura de la ex presidenta toma fuerza a medida que se acerca la fecha de las elecciones; y mientras se profundiza el modelo económico neoliberal, que no puede generar otra cosa que dependencia, destrucción de la industria nacional y el mercado interno, desocupación, flexibilización laboral, hambre y exclusión.

Macri cae. Su imagen, esa ficción instalada durante la campaña 2015 y sostenida hasta mediados de 2017, se deteriora con la marcha de “lo real”: la economía. Los tarifazos, los despidos, la caída de los salarios, los cierres de fábricas y comercios constituyen “la única verdad” de la que hablaba Perón. Contra eso, los embates judiciales hacia la oposición, el poder de los grandes medios, las operaciones de inteligencia local y las agitadas desde el norte, el chamuyo de Durán Barba y la agenda de Magnetto, pierden fuerza ante el “público” (o mejor dicho: el pueblo), que rema en el dulce de leche para llegar a fin de mes.

Cristina comienza a imponerse en las encuestas. No sólo en las “amigas”, sino en las que encargan Clarín, La Nación y Cambiemos, como da cuenta la nota que abre esta edición.

La “militante peronista, senadora nacional y presidenta mandato cumplido”, como se define en su cuenta de Twitter, hizo la tan reclamada autocrítica. No como un acto de autoflagelación frente a las cámaras, o en una plaza pública, sino en la práctica concreta. Recibe a cada vez más sectores y ensancha su marco de alianzas hacia todo el arco político nacional y popular.

De Hugo Moyano a Juan Grabois, de Felipe Solá a Pino Solanas, de José Alperovich al Chino Navarro, todos hablan de “un frente patriótico” con Cristina como eje. El armado tiene además un directo correlato con la mesa ampliada de reconstrucción del Partido Justicialista, que se fijó como horizonte la “derrota del gobierno neoliberal de Mauricio Macri”.

Ante ese escenario, los analistas de las corporaciones de medios aseguran que el gobierno sigue eligiendo a Cristina como enemiga, porque le gana seguro. En primera o en segunda vuelta, agregan algunos. Pero esa no es la posta. Lo hacen porque no le queda otra, porque no hay otra. Y porque lo impone la realidad.

La idea que tienen con Cristina, que es parte de una estrategia que se despliega para toda la región latinoamericana con los referentes de los proyectos posneoliberales de la década pasada (o ganada) –detrás están los mismos intereses–, es hacer “la gran Brasil” o “la gran Lula”. Es decir: esperar hasta el momento que consideren oportuno para detenerla y proscribirla. Y dejar huérfana –lo más cerca de la instancia electoral posible– a la principal construcción opositora.

Pero como el tiempo, los pueblos, y la historia, no son factores de simple manipulación, el temor se nota cada vez más en establishment. Ellos saben que Cristina no es Lula, ni Argentina Brasil.

Ya les conocemos las jugadas. Ahora hay que terminar de preparar y coordinar las propias.

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