Por primera vez desde su creación, la reunión del G20 se realiza en Sudamérica. Pero más allá de poner el escenario, allí termina el protagonismo de la región y del país organizador (en este caso Argentina). En todo lo demás, y más allá de las fotos, Argentina y la región son segundones, actores de reparto con ningún poder de decisión que deberán acatar las directivas de las potencias hegemónicas globales. Están obligados a ser meros espectadores. Y difícilmente puedan lograr avances concretos. Por ejemplo, el acuerdo entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur seguirá siendo solo un sueño.

Apenas pisó la Argentina el miércoles, y sin siquiera esperar su reunión con el presidente argentino, el mandatario francés, Emmanuel Macron, afirmó que el viejo continente “no está en situación de concluir” el acuerdo entre ambos bloques comerciales.

De esta manera, ya de entrada y de un plumazo, Macron dejó sin esperanzas la iniciativa que el bloque latinoamericano tenía puesta en el encuentro.

“Aún no estamos en situación de concluir el acuerdo con el Mercosur”, puntualizó el mandatario galo durante una entrevista al diario La Nación a poco de llegar a la Argentina. “La nueva realidad política de Brasil, que suscita preocupaciones fuertes”, fue una de las razones que esgrimió el presidente francés, apuntando al triunfo de Jair Bolsonaro. “Es probable que esto tenga repercusiones sobre las discusiones comerciales entre el Mercosur y la UE”, dijo.

“Los cambios que se produjeron en el plano nacional y regional en los últimos años, lamentablemente, redujeron la capacidad del país de incidir en la agenda del G-20. A nivel nacional, la Argentina incrementó su dependencia: la Alianza Cambiemos no sólo delegó parte sustancial de la política económica en el staff del FMI; también impulsó un esquema de inserción con una visión aperturista sin frutos a la vista, que incluyó la renuncia a potenciar nuestra voz a partir de una política de articulación regional”, analiza Juan Manuel Padín, doctorando de la Universidad Nacional de Quilmes en su nota “Estrategia equivocada”, publicada el 26 de noviembre en Página 12.

“Es evidente que la alianza estratégica entre Argentina y Brasil es parte del pasado. Los cambios políticos en ambos países quebraron el impulso a la integración como eje estructurador de la política exterior, y dieron paso a la implementación de políticas de desregulación y liberalización comercial y financiera. En igual sentido, se diluyó la articulación de posiciones con otros países emergentes para, entre otras cuestiones vitales, reformar la arquitectura financiera internacional, equilibrar el sistema multilateral de comercio, o luchar contra las guaridas fiscales”, agrega Padín.

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