Pasó la cumbre del G20 y la crisis económica y social interna sigue dando brotes negros, al punto que buena parte de los argentinos verán raleada la próxima mesa navideña. En el destacado evento internacional, Argentina ratificó su rumbo político y económico plasmado en un plan neoliberal anacrónico, el mismo que nos situó en una coyuntura recesiva, con caída del salario real limado por los altos niveles de inflación, contracción del consumo, deterioro del mercado interno, mayor desempleo y pobreza, y un preocupante incremento de la deuda externa, que pasó del 40 por ciento con relación al PBI en 2015, a casi el ciento por ciento en tres años: la espada de Damocles que Cambiemos entregará al próximo gobierno.

El anfitrión Mauricio Macri se mostró eufórico (no tanto como algunos medios de comunicación y periodistas amarillos), se sacó selfies, lloró en el show del teatro Colón, atendió y se congració con líderes mundiales, en especial Donald Trump de Estados Unidos, a quien le arreglaría el jopo Koleston de ser necesario con tal de mostrarse como el mejor alumno. La sumisión al imperio vuelve a manifestarse en varios sentidos, no sólo en el perfil de política internacional que adopta el país. La buena conducta de la nueva Alianza para con Norteamérica busca mantener el respaldo político y económico de Trump en vísperas de un año electoral.

El macrismo también firmó acuerdos bilaterales: el más concreto fue la ampliación del swap de monedas con China, que en realidad se había negociado mucho antes del G20. Y mucho antes, el anterior gobierno de Cristina Kirchner, fue el que selló dicho convenio con el gigante asiático. En ese momento, la oposición, hoy oficialismo, llevó el acuerdo a la Justicia y rebajó el préstamo chino a meros “papelitos de colores”. Para Cambiemos, el G20 traerá posibles inversiones, aunque prefirieron no hacer “pronósticos”.

Mauricio y otros protagonizaron algunos bochornos diplomáticos durante la cumbre. Después de la fallida final River-Boca en el estadio Monumental, que estuvo asociada al megaoperativo de seguridad destinado al G20, que cercó Capital Federal y la “limpió” de indigentes para no perturbar la estadía de los ilustres visitantes, no hubo episodios de violencia ni represión contra la multitudinaria marcha antiglobalización realizada en Buenos Aires en rechazo al foro, donde todo suele ser muy protocolar, no así en las calles, donde la policía acostumbra meter palos, gases y balas de goma a los manifestantes.     

“El mundo volvió a la Argentina”, se tituló un artículo del diario La Nación pos reunión del G20. No era para tanto. A Macri le hubiese gustado tener el país en mejores condiciones para esta cumbre. Pero no. La economía muestra signos de debilitamiento y se mueve bajo el tutelaje del Fondo Monetario Internacional. Con su programa de libre comercio y especulación financiera, Argentina se inserta en el mapamundi de la peor forma posible y a contrapelo del proteccionismo económico que ensayan los países más desarrollados. La tensa guerra comercial entre Estados Unidos y China concitó la principal atención del evento, donde Argentina buscó hacer equilibrio entre los dos pesos pesados.

Si bien el país organizador intentó avanzar en el tan mentado acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, el presidente de Francia Emmanuel Macron se encargó de enterrarlo. El mismo mandatario galo que en los últimos días enfrentó una contundente protesta de “chalecos amarillos” en su país contra la suba del precio de los combustibles, por cierto, un nivel muy por debajo de los incrementos que vienen soportando los argentinos en los surtidores. El mundo que se imagina Macri no existe. La Unión Europea reniega del acuerdo con países de nuestra región en pos de proteger su economía.

Una sidra y dos pan dulces

El G20 no dejó nada bueno para alegría de los sectores populares. Se fueron los principales líderes mundiales que visitaron la Argentina y arrancó diciembre, el mes de las fiestas. Y vienen otras pálidas, como que llenar la mesa navideña cuesta el 50 por ciento más caro que el año pasado. Así lo determinó un informe del Centro de Economía Política Argentina (Cepa) que realizó un relevamiento del costo de una cena para seis comensales incluyendo asado, picada y helado de postre además de bebidas alcohólicas y gaseosa, el típico consumo familiar para Nochebuena.    

Según el informe del Cepa, este año la mesa dulce caerá más pesada… al bolsillo. Un champán, una sidra, dos pan dulces, un budín y frutas secas tendrán un costo aproximado de 945 pesos, mientras que en 2017 sumaban 530. “Se trata de una suba del 78 por ciento en apenas un año y de 216 por ciento en los últimos tres años ya que los mismos productos costaban 298 pesos en diciembre de 2015”, se resaltó en el estudio.

Por el lado de las denominadas cajas navideñas el incremento de precios de un año a otro fue del 68 por ciento y de 156 por ciento si se lo coteja con las cajas del programa de Precios Cuidados vigente en diciembre de 2015.

“La suba de un 54 por ciento de los productos que componen la cena y la mesa dulce contrasta con el incremento del salario mínimo vital y móvil, que durante el período crecerá apenas un 28 por ciento. De esa relación se deduce que, en 2018, se pueden adquirir 2,7 cenas y mesas dulces con un haber mínimo, mientras que en 2017 se podían comprar 3,3. Esto implica una pérdida de poder adquisitivo de 17 por ciento. Si se considera los precios de 2015, la pérdida asciende a 41 por ciento, dado que en aquellas fiestas podían adquirirse 4,6 cenas y mesas dulces”, se comparó en el informe del Cepa.

Para los que se suman al ritual de armar el arbolito y decorar los ambientes con motivos navideños, costará un 30 por ciento más que el año pasado. En otro suceso antifestivo, vale mencionar que el fernet está dentro de la escala de aumentos más elevados, con un 566 por ciento desde diciembre de 2015. En tanto, los precios de la lechuga y el helado treparon un 400 por ciento. Lo mismo el queso pategrás o la gaseosa cola que lo hicieron un 324 por ciento y 300 por ciento, respectivamente. El pan dulce, en tres años, se encareció un 260 por ciento y las frutas secas un 312 por ciento.

Las subas desorbitantes en las góndolas y los recortes salariales se reflejan en la caída sostenida del consumo popular. En noviembre, el consumo sufrió un retroceso interanual de más del 15 por ciento, el porcentaje más alto del año, según datos recolectados por la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (Came) sobre la evolución de las ventas minoristas en el país.

El relevamiento de la entidad que agrupa a los comerciantes indicó que el 83,3 por ciento de los negocios reconocieron haber percibido una caída en sus ventas con respecto al año anterior. En el rubro alimentos y bebidas la contracción interanual llegó al 9,3 por ciento. Todo esto llevó a los argentinos a readaptar hábitos de consumo (ajustarse los cinturones) a los tiempos que corren.

Pocas horas después de que Macri se regocijara con el resultado del G20 en una conferencia de prensa, el Indec registró en octubre una caída de casi 7 por ciento en la industria, acumulando seis bajas al hilo. En 2018, la actividad fabril se desplomó un 2,5 por ciento. También está de capa caída la actividad de la construcción, que en octubre anotó un retroceso de 6,4 por ciento en comparación con igual período de 2017, el guarismo más flojo del año.

Estas cifras mutan hacia otros datos más dolorosos todavía, que se humanizan en rostros sufridos de trabajadores. Un reciente informe elaborado por el centro de Capacitación y Estudios sobre el Trabajo y el Desarrollo de la Universidad Nacional de San Martín señaló que la recesión de 2018 destruyó 123.000 empleos registrados hasta septiembre, la peor caída de los últimos años. En tanto, especialistas estiman que las cifras se duplican en el mercado de trabajo informal, que padece con más fuerza la destrucción sistemática de posibilidades laborales.

Por otro lado, un informe de Unicef, basado en información del Indec, reveló que en la Argentina hay 6,3 millones de chicos y chicas que ven vulnerado el ejercicio efectivo de sus derechos, lo que se transporta a que el 48 por ciento de los niños, niñas y adolescentes del país es pobre. El estudio abarca hasta el primer semestre de 2018, con lo cual todavía no incorpora los efectos del actual ajuste de la macri-economía. En rigor, se presume que la cosa se pondrá más fea en futuras mediciones.

El creciente deterioro del bienestar social que sufren vastos sectores de la población no fue tema de debate en la cumbre del G20, y por lo visto no alarma al gobierno de Cambiemos, siempre a la espera de los “regalos” de Trump.

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