El modelo macrista mata, amenaza con matar más, y aún en retirada, profundiza el odio social entre pobres y vulnerables, y entre miserables e indigentes, con la mirada y el discurso cómplices de dirigentes inescrupulosos y millonarios famosos.

En septiembre pasado, en una entrevista realizada por el escritor especialista en clítoris Federico Andahazi, emitida por TN, la ministra Patricia Bullrich, a propósito del asesinato de un chico que estaba presente en un hecho que los medios oficialistas describieron como un intento de saqueo en el Chaco, pareció que se desbocaba: “En Argentina las cosas tienen que tener dos conceptos que van unidos: orden y convivencia”.

La funcionaria macrista dio por sentado que se estaba en presencia de convocatorias a saqueos y alertó –con absoluta irresponsabilidad– que hay sectores que buscan generar “una especie de guerra de guerrillas”, y que frente a ello el Gobierno va a “actuar con autoridad para no dejar que se avasalle la democracia ni las instituciones”. Como siempre, y en su habitual tono de provocación, simplificó: “Detrás hay grupos kirchneristas”.

La semana que culmina mostró que Bullrich siempre puede superarse en su afán por militarizar las calles de una Argentina que no tenía necesidad de dirimir a los tiros su desigualdad. Hasta que llegó el “mejor equipo de los últimos 50 años”.

La resolución que reglamenta el uso de armas por parte de las fuerzas de seguridad federales se inscribe en un escenario de guerra civil de baja intensidad, donde la lucha no es entre dos bandos armados sino entre quienes están lobotomizados por los medios hegemónicos y la tradición antiperonista de mata negros, y el resto. Y si hace falta meter bala por la espalda, para eso está la cana de La Ex Piba.

El discurso y la praxis macrista

En este semanario, en la columna titulada “Un modelo que mata y lo celebra”, publicada en septiembre pasado, se señalaba que “el nivel de violencia social que ya generan la brutal devaluación y los sucesivos ajustes que impone el vasallaje ante el FMI es alarmante”. Pero también se hacía referencia a que, lejos de echar un balde de agua fría sobre ese incipiente incendio, “el macrismo fogonea la confrontación de pobres contra indigentes conformando un escenario criminal e irrespirable”.

No sólo nada ha cambiado, sino que esa realidad se viene profundizando a medida que las políticas de ajuste y restricción de derechos y libertades llegan hasta la bochornosa estadística que Unicef acaba de dar a conocer: el 48 por ciento de los niños, niñas y adolescentes en Argentina es pobre.

Según la propia Unicef, el estudio “mide la pobreza multidimensional, una metodología que toma en cuenta diferentes dimensiones, desde el acceso a una vivienda adecuada de los niños hasta la escolaridad”.

Y en ese marco, se destaca que “de ese 48 por ciento, 20 puntos porcentuales corresponden a privaciones «severas», como vivir en una zona inundable y cerca de un basural o no haber ido nunca a la escuela entre los 7 y los 17 años”.

No es descabellado, aunque parte de la dirigencia política y los medios concentrados, quieran esconderlo, plantear que esos chicos son los que de alguna manera ofician de blanco móvil hacia el que disparan tanto las diatribas de los millonarios famosos, los desclasados y el macrismo que reglamenta el uso de las armas letales en manos de las fuerzas federales abriendo una caja de Pandora de la que ya se sabe qué surge: más muertos pobres y más impunidad ante esa violencia institucional.

El Estado pasó de entregar netbooks a los jóvenes más vulnerables a ofrecerles balas por la espalda; de ofrecer una salida laboral a condenarlos a deambular por las calles calientes de todo suburbio, presas fáciles de narcos, proxenetas, en muchos casos asociados a esa cana brava que dispara y después averigua a quién abatió.

Abatir se convirtió en un infinitivo que llevó al análisis semántico, habida cuenta de los dichos del execrable diputado nacional Alfredo Olmedo, quien se despachó, con desparpajo sanguinario con una frase criminal: “A toda la policía, prepárense, yo les voy a devolver la dignidad. No faltan cárceles, sobran delincuentes; así que delincuente que salga a robar… ¿le quedó claro?”. En el provocador video que grabó para salir a hacer su campaña a lo Bolsonaro, acompaña sus palabras con un gesto de una mano que indica claramente que a ese delincuente se lo debe matar, y para cerrar su intervención, prometió: “Y quien abata (a) un delincuente será condecorado, no enjuiciado. Que Dios los bendiga”.

El macrismo aprovecha estas abominaciones para seguir profundizando el odio social. Como se apuntó en la columna mencionada más arriba, y para citar ejemplos de ello, “la muerte de Santiago Maldonado y los asesinatos de Rafael Nahuel e Ismael Ramírez (el pibe chaqueño) generaron una escalada conceptual cuyo recorrido es temerario, porque comienza en las más altas esferas del Estado y termina –aunque ese derrotero sólo denota el nivel de responsabilidad– en los capilares que pululan en las redes sociales o los foros de opinión de los grandes medios informativos que se editan en la web”.

Existe en Cambiemos, en todos sus componentes –por más que Elisa Carrió salga ahora como defensora de los DDHH–, un claro desprecio por la vida y el derecho. Hay sistemáticas justificaciones de acciones denigrantes, la mentira es puesta en juego para demonizar a la víctima, la alienación absoluta de individuos que reclaman soluciones finales para determinados segmentos sociales vuelve a emerger con potencia inusitada.

Este gobierno no se va a ir mansamente, va a intentar dejar un tendal de muertos, ya no sólo por el ajuste, sino a puro balazo. Está en retirada, pero basta con que alguna encuestadora los convenza de que aún hay chances de revertir el adverso panorama electoral para que Macri quiera la reelección, y María Eugenia Vidal, la Carrió o la propia Bullrich se hagan los rulos y se sientan presidenciables.

Mientras tanto, un segmento significativo de la sociedad se encuentra empantanada hasta los premolares, y justifica los movimientos más inhumanos de quienes están allí, en las poltronas del poder desde hace mucho tiempo.

Y es alrededor de ese núcleo duro que el régimen macrista pivotea sus salidas a lo Bolsonaro, y el eco festivo de esa parte de la sociedad los aplaude o les pide que no aflojen, que terminen con los chorros, con la mafia kirchnerista o arrasen con los negros de mierda, vagos y choriplaneros.

Una sociedad a punto caramelo

“Se tiró un chabón en Malabia del subte B. ¿Hace falta en hora pico mi vida? Encima que esta línea es una poronga, la interrumpen. Si, la materia sensibilidad la tengo previa”, reflexiona @DaanniiEileen.

“Yo tengo una lecheeeee. A partir de hoy arranco una semana en casa central en Puerto Madero, me subo al subte y en Dorrego me bajan porque en Malabia se mató alguien. La concha de la lora”, dice @luzdebichito.

“Cuando yo me decido a hacer trámites una señora decide suicidarse en Malabia. Y el subte ahora no me funciona #GraciasMundoPorTanto”, acota @noelids.

¿Cuántos comentarios como ése en las redes sociales deben contabilizarse para considerar que una sociedad está en crisis?

“Los pobres no tienen tanto derecho como creen”, opina la diva televisiva Susana Giménez, quien alguna vez fue procesada por ingresar un automóvil importado presentando los papeles de una persona discapacitada.

No contenta con eso, y en un alarde de macrismo explícito, escupió otro provocativo concepto: “Les hicieron creer que debían gastar mucha luz y gas y eso va en detrimento del país”.

¿Cuán profundo puede ser el alcance de la influencia de personajes como la dama rubia de la caja boba en las y los millones de fans que siguen sus vivencias de farándula.

Para echar algo de luz a ese interrogante quizás sirva recurrir a una investigación realizada por tres académicos españoles –“La influencia de los programas de televisión sensacionalistas en el panorama europeo: estudio de caso en España e Italia”–, para lo cual Patricia de Casas Moreno, Carmen Marta Lazo e Ignacio Aguaded llevaron adelante 24 entrevistas en profundidad en las provincias de Huelva y Turín.

Los autores subrayan dos conclusiones. Por un lado, “la falta de alfabetización mediática de los espectadores”, y por otro, “se hace patente el constante interés por la búsqueda del entretenimiento, a pesar de negar el visionado de los contenidos”.

Si bien deben establecerse las necesarias diferencias entre sociedades como la argentina y las relevadas en el estudio, es interesante que Huelva en España y Turín en Italia representan universos muy diferentes entre sí, que sin embargo ofrecen aspectos en común a la hora de analizar influencias y comportamientos.

De hecho, la televisión ofrece fenómenos universales, que son revisitados por el trío de académicos, como por ejemplo la irrupción del “género conocido como «telerrealidad», mezclando la realidad y la ficción en un mismo espacio”.

Para ello se cita el trabajo de Gerard Imbert, quien en 2008 escribió “El transformismo televisivo: postelevisión e imaginarios sociales”, donde básicamente postula que “la televisión se ha convertido en un instrumento de manipulación, que transforma la realidad, incluso deformándola”, y agrega que “los contenidos informativos son tratados como mercancía, transfigurando el panorama audiovisual en un espectáculo, fomentado por la cultura de masas”. Nada nuevo, pero universal.

Para no extenderse demasiado en el asunto, la investigación sobrevuela los programas de carácter sensacionalista, más en concreto, “los relacionados con la prensa del «corazón»”, y saca algunas conclusiones. “Existen múltiples razones por las que este tipo de programas se ha consolidado en el actual panorama audiovisual: por un lado, el sistema socioeconómico vigente… ha creado un mercado altamente competitivo; por otro lado, el contexto sociocultural, la frivolidad y el individualismo imperan frente a lo tradicional; y, por último, la inexistencia del sentido y actitud crítica por parte de los espectadores”.

No debería, entonces, extrañar a sociólogos, políticos, consultores y analistas la penetración, en algunos casos enfermiza, que logran discursos o enunciados que salen de las bocas de plesiosaurios como Mirtha Legrand y la propia Giménez, o de nuevos exponentes, como Alejandro Fantino o Santiago del Moro. En el medio, hay un océano de voces, retintines y coros de “referentes mediáticos” que pugnan por imponer sus tóxicos relatos, los propios y aquellos guionados por los dueños de las corporaciones de medios hegemónicos.

En los últimos días, una cantante de quien se puede esperar una mirada amplia y menos efectista en torno del delito callejero, demostró tener menos calle que el desierto del Sahara. En todos los medios, el título fue el mismo: “Miss Bolivia sufrió un violento robo en Brasil”.

A la chica esta le robaron la mochila que tenía bajo la sombrilla en una playa carioca. Cuando advirtió el robo, la cantante salió corriendo para atrapar al ladrón, se cayó y se raspó una pierna y un codo. “Miss Bolivia sufrió un violento robo en Brasil”, no deja de repetirse en portales de noticias y zócalos de noticieros y de programas de chismes y farándula.

Pero pasó algo más. La pareja de Miss Bolivia, Emmanuel Taub, es doctor en Ciencias Sociales de la UBA, magister en Diversidad Cultural de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, es investigador asistente del Conicet en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, docente, editor, y sus áreas de trabajo son nada menos que la filosofía política y el pensamiento judío.

Con todos esos pergaminos a cuesta, en su cuenta de twitter publicó, tras el típico arrebato, cuya única violencia estuvo dada por un tropezón en procura de recuperar la mochila escamoteada: “Nos robaron en medio del día y delante de todos: aprovechan que uno de la pareja esté en el agua y entre dos le roban a la otra persona. Paz terminó lastimada al caer sobre el asfalto tratando de agarrarlos mientras yo salía del agua. Nadie hizo nada…en Río de Janeiro se respira miedo e inseguridad”.

Se le puede conceder que a cualquiera le indigna sufrir un hecho de esa naturaleza. Pero a poco de señalar esto, el posteo es el que se espera leer en la cuenta de Eduardo Feinmann o de la propia Susana Giménez, no de un cientista social que debe tener largamente ponderados los valores relativos de una mochila y los que connotan a la seguridad física de la víctima de cualquier asalto, incluso si hubiese sido realmente violento.

Es sobre esa frivolidad y ese individualismo –del que habla la investigación de Huelva y Turín– sobre los cuales cabalga el dispositivo del régimen macrista, que profundiza el odio social, desarticula todo atisbo de solidaridad y fortalece peligrosas consignas: gatillo fácil, el mandato de armarse para resistirse ante un hecho delictivo, la prioridad del objeto por sobre el sujeto. Al fin de cuentas, vale más una mochila que la propia vida o la del chorro. En ese terreno, la que gana es Patricia Bullrich.

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