El accionar de los periodistas deportivos este fin de semana es la condensación, con repercusión pública, del concretado día a día por los colegas del área política. Luego voy a indicar porqué efectúo esta precisión al arranque.

El comentario que cabe es: además de la inducción del autodesprecio hacia “lo argentino”, resulta interesante evaluar el calce de tales apreciaciones. Además de los tontos a sueldo que fatigan desde radios y canales, cabe valorar su capacidad de llegada.

Esto no se da en todos los rubros. Resulta difícil lograr apoyo al plan económico con una caída formidable como la presente. La cultura social es un asunto distinto; entrelazado, pero diferente. Otro nivel de funcionamiento en la comunidad. Reverbera sobre el anterior de modo indirecto.

La autodenigración (el autodesprecio), está afincado en buena parte de nuestra población. Desde aquellos inmigrantes europeos con preceptos sociales que se negaron a imbricarse con sus pares del interior y a fusionar las banderas revolucionarias con las federales, la brecha quedó abierta.

El desdén por la “política criolla” derivó en lo que escuchamos por aquí y por allá: los argentinos somos desorganizados, corruptos, violentos, ladrones. Y más. Aunque semejantes calificativos no se corroboren en el país real, en la gran nación del Sur, forman parte del sentido común.

El peronismo canalizó la mezcla. Ese mestizaje de razas e ideas que derivó en la comprensión y transformación del cuadro social desde una perspectiva nacional. Pero muchos quedaron fuera; unos pocos por intereses específicos, la mayoría por el rechazo a la nueva cultura popular.

Ese rechazo se transformó en un raro orgullo: el de no pertenecer a este pueblo, el de diferenciarse y calificar como ignorantes y brutales a las grandes masas. Pero esas grandes masas resultaron más inteligentes y civilizadas que sus críticos.

De hecho, cuando pudieron, pusieron de pie al país.

Generaron industria, alta ciencia y gran técnica, arte y creación sin par. Realizaron, en las distintas áreas, tareas productivas.

Desde Leonardo Favio al ARSAT, desde Maradona hasta la tecnología agropecuaria. “Autos, jets, aviones, barcos”. El tractor Pampa. La paleta eximia y potente de los plásticos. La historieta. Una literatura de fuste. El tango. El rock en castellano. La fusión folklórica. Para mi sorpresa: hasta el hip hop. Los inventos. Aerolíneas. YPF. La salud pública. Y para qué seguir.

Sin embargo, grandes parásitos han aprovechado y siguen aprovechando los centros educativos y los medios de comunicación para decir a viva voz que los argentinos somos intratables: ignorantes, brutales… incapaces de organizar aunque más no fuera un partido de fútbol.

Aunque resulte válido golpear sobre los marmotas –solo algunos bien pagos- que derraman su veneno, es preciso preguntarse por qué muchas personas los escuchan, y les dan la razón. Por qué la denigración de nuestra gente tiene “prestigio”.

Algún rastro hemos lanzado en líneas previas. Es pertinente ahondar. Sobre todo porque a los llamados liberales y conservadores se les suman otros herederos de aquél distanciamiento original que se colocan a sí mismos en el seno de la izquierda y sus variantes.

Entonces volvamos al comienzo del texto: cabe la precisión pues no son pocos quienes, desde un perfil opositor, coinciden en que esas masas que se movilizan en derredor de la pasión redonda (y otras pasiones) merecen los calificativos.

A estos cercanos tampoco les cabe el canto colectivo, los papeles de Clemente, los bombos a todo trapo, el choripán de parado al borde del estadio. Ahí ensamblan su razón con la del parásito y miran de costado lo que sucede en el bullente mundo social.

Pero ahí abajo está el caldo de cultivo que genera la obra cultural sin par del pueblo argentino. En esa torpe combinación de banderas y gritos ofensivos se crían los hijos de esta patria que construirán nuevas naves espaciales y vehículos más confortables y eficientes.

Allí están los que harán las casas y los caminos. Los que elaborarán mejores combustibles y motores eternos. Los que escribirán grandes textos y presentarán sentidas obras teatrales. Los que darán vida a los lienzos; los que diseñarán y los que boxearán con la vida y con el rival.

Lo harán porque ya lo han hecho, mientras los demás miran. Y condenan.

Entre los señoritos afinados que nos gobiernan no hay grandes creadores –salvo cierta imaginación para fugar divisas locales al exterior- pero se posicionan ante la población indicando “con esta gente, no se puede”.

El fin de semana que ha concluido permitió observar una contundente muestra condensada de la prédica autodenigratoria. Frente a los enormes logros históricos del pueblo argentino es preciso preguntarse por qué la misma ha vuelto a tener difusión, y aceptación.

*Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.

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