Todo lo que sirve para ocultar la destrucción del aparato productivo nacional (la industria, el mercado y trabajo argentino) que genera el gobierno de Mauricio Macri, es usado para el montaje de una criminal tarea de encubrimiento. Cambiemos, buena parte del Poder Judicial, y la enorme cadena de medios privados y públicos que le hacen de corte, se articulan en un dispositivo cómplice, de asociación ilícita, para promover una brutal manipulación de la “opinión pública”, de lo que “discute y le interesa a la gente”, de los temas que se instalan y los que se relegan.

La estrategia adquiere una evidencia insoportable ante la mirada de quienes consideran que la suerte, los padeceres, las necesidades y vida cotidiana de las mayorías populares deben estar en el centro del debate. Pero el nuevo récord que alcanzó el crecimiento de la pobreza, de un 33,6 por ciento (el más alto en los últimos diez años según la UCA), el cierre del año inflacionario en casi un 50, la quiebra de 25 empresas por día o el desempleo por encima de los dos dígitos, sólo fueron títulos pequeños para editores y cagatintas del establishment.

La corrupción les importa un pomo a los apropiadores de Papel Prensa, por ejemplo, firma monopólica que les permitió a La Nación y Clarín –socios en esa maniobra realizada junto a los genocidas de la dictadura para desapoderar a sus verdaderos dueños, mediante el secuestro y la tortura–, tener una ventaja diferencial frente al resto de los medios nacionales para construir el imperio comunicacional que hoy ostentan. Además de estafas a jubilados vía AFJP, extorsiones a todos los gobiernos y evasiones impositivas varias.

La justicia es una joda para el magistrado de la servilleta menemista Claudio Bonadío, por dar otro ejemplo. Con esos jueces, los únicos dirigentes, funcionarios o empresarios que van presos son los que no aceptan la extorsión y se niegan a decir que la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner cobraba coimas millonarias. El que lo asegura en Comodoro Py, sin aportar ni una sóla prueba, queda libre.

La lucha del feminismo contra el patriarcado, sistema que crea desde hace milenios generaciones de sujetos reproductores de un modelo de dominación, explotación y violencia hacia las mujeres, no les conmueve ni un pelo a quienes desde La Rosada ordenan tratar el aborto en el Congreso, o gritan por la cucaracha que sigan hablando sobre sus reclamos en los estudios de TN o América.

Con el “nuevo protocolo” para las fuerzas federales, Macri, Patricia Bullrich y sus operadores, juegan con la vida de la gente. Para ellos esto es marketing bolsonerista, campaña electoral. Mienten sobre sus verdaderas intenciones, como con todos los otros ejes mencionados en esta columna. Como en el debate con Scioli, como siempre. Saben que ese reglamento no trae más seguridad –es un modelo que fracasó en todo el mundo–, sino que va a generar más violencia y muerte –de gente que quede en medio de más balaceras, de policías, de presuntos sospechosos, como ocurre en México o Colombia–. Lo hacen porque piensan que les “garpa”, que genera votos.

Sobre todo promueven estas agendas porque les permite desviar la atención del desastre que están produciendo con la economía –que por otra parte genera más desigualdad, más marginalidad, violencia y criminalidad–.

No se trata de hacer competir demandas sociales para ver cual sube al primer lugar, cuál sería la contradicción principal y cuáles las secundarias. Nadie debería decir, desde este lado, que la seguridad no es un problema que sufren trabajadores y clases medias, que las demandas de las comunidades indígenas o los derechos humanos son importantes pero no juntan votos, por dar más ejemplos. Se trata de que la dirigencia opositora, que con trazo grueso llamaremos antineoliberal –la peronista, kirchnerista, radical progresista, socialista, de izquierda y sus variantes–, junto a todas las representaciones populares posibles, visualicen que sobre los problemas derivados del modelo económico colonial que aplica el macrismo en representación del FMI, que golpea a una inmensa mayoría todos los días –con tarifazos, suba de precios, apertura importadora, cierre de fábricas, despidos, pérdida del poder adquisitivo de los salario, las jubilaciones y pensiones, caída del consumo–, es alrededor de lo que tienen más posibilidades de edificar un nuevo bloque de poder con la fuerza suficiente para ganar las elecciones y encarar las transformaciones necesarias.

Ahí apuntó Cristina cuando hace semanas propuso la construcción de un frente “social, cívico y patriótico” contra el neoliberalismo.

Por cómo se viene enfilando la campaña, y a diferencia de lo que aparentaba sólo un par de meses atrás, desde los sectores invitados a la cita histórica, las distintas expresiones partidarias, corrientes internas y agrupaciones llamadas a establecer un amplio, diverso y potente movimiento, no parece que se haya comprendido el mensaje ni el momento. La observación vale para el plano nacional, provincial y local. Queda algo de tiempo para acomodar el carro. Ojalá que alcance. Y que quienes tienen responsabilidades políticas de hacerlo, vayan al frente. Que el pueblo y la patria lo demandan.

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