Si existiese un lugar físico a donde van a parar las palabras que nadie quiere. El material de descarte de economistas y community managers. La papelera de reciclaje de las bandas brit que tanto se parecen a esas otras bandas brit.

Si en esa geografía inviable el aire estuviese viciado de derrota y choripan. Si se configuraran como montañas todo lo hedoroso de nuestra sociedad. Los márgenes. Lo desacoplado. Lo que no es cool. Si las avenidas se atestaran de gente en patas refrescándose con mangueras. Si los chetos bautizaran el lugar con sus neologismos reciclados y berretas. Y así al infinito… probablemente encontraríamos a Carlos Masinger cirujeando por la zona en busca de la materia vital de su arte.

«Esqueleti Fosforescente», tercer trabajo solista del multifacético artista rosarino, es ante todo un manifiesto de época. O un antimanifiesto. Masinger estaciona su motorhome desvencijado en la calle menos luminosa de la ciudad y alumbra a partir de lo conmovedor de su relato todo aquello que queda fuera del alcance de los focos: la piel castigada del laburante, el derrape, los pensamientos inconfesables, la voz estigmatizada de los vencidos.

En su nuevo material, Masinger alcanza madurez compositiva y logra dar forma a las insinuaciones de sus discos post Norma Pons. La ironía y los aires festivos que caracterizaron a su anterior banda, apenas se reconocen entre composiciones de carácter más directo y sombrío.Y así los vampiros y zombis que poblaron sus canciones dan paso a temibles miembros de la Sociedad Rural y la policía. Y las penitas ya no sólo están asociadas a la partida de la mujer amada sino también a facturas impagables de la EPE.

Ese cambio en el eje narrativo, sumado a la rotunda transformación sonora (por primera vez prescinde del ukelele como instrumento principal en pos de un sonido más eléctrico) dan cuenta de un compositor en constante búsqueda.

El narrador extravagante consigue domesticarse y a partir de allí erige quizás su primer obra conceptual. A fuerza de una poesía coloquial y popular, y anclado en el excelente trabajo de su nueva banda (Diego Picech en batería y Roberto Rojas en guitarras), Masinger pulsa los botones adecuados para dar vida a si no su mejor material, al menos el más acabado.

La Sombra abre el disco a machetazo limpio. Enérgicos riffs metaleros arropan la presentación del bestiario personal del cantautor. Una canción que evidencia la ruptura a nivel rítmico y lírico.

“La mejor música de la mierda”, reza la contratapa, y es una promesa que se cumple holgadamente en Marta. Masinger exhibe la pegada de un púgil en su noche de gloria. Traición de clase, pérdida del empleo y postales desalineadas de ese derrotero romántico que es la vida dan forma a una suerte de tragedia peronista y por qué no a una de las canciones más hermosas que haya parido la ciudad en los últimos años.

Carlos Masinger /Foto: Manuel Costa

Tropilla es otro de los puntos fuertes. En la vorágine de la supervivencia, el autor encuentra el norte en una compañera de viaje. Bellísima melodía pop y fraseos.

En tiempos de reivindicación del rol de la mujer, Fábrica recuperada aporta lo suyo. El objeto de deseo es una mujer luchadora, fuerte, sincera, algo lejana de los estereotipos en los que se recae habitualmente en el universo cancionero. La guitarra vertiginosa de Rojas marca el pulso de un track sumamente necesario.

En Limado, la vuelta “a pata” a casa se ve alterada por una lluvia inesperada que transforma el viaje en una pesadilla introspectiva imposible. Una cadencia exasperante proporciona la atmósfera adecuada para el descalabro emocional.

Hay espacio para los cuestionamientos religiosos en Jesús, una lograda pieza en clave sarcástica, y para el posicionamiento político en Cocodrilo. En esta última, Masinger rumbea su nave hacia las costas de Leonardo Favio y lo hace con total pericia y acierto. Una canción sobre la tan mentada grieta desde un costado fácilmente reconocible.

Para el final, la entrañable Los Ricos sabe a celebración y orgullo de clase. Un corolario perfecto para una obra atravesada por el macrismo.

Por interpelar a su época, por el riesgo artístico de un trabajo claramente de ruptura y por la confirmación de su autor como uno de los compositores más emocionantes de la ciudad, Esqueleti Fosforescente rankea alto en los lanzamientos de este año en Rosario. Cual alquimista de la chatarra, Masinger dota de calidez todo lo que toca y a su paso deja un puñado de canciones que claman ser escuchadas.

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2 Lectores

  1. María Soledad

    24/12/2018 en 14:23

    Solo quiero decir que me indigna muchísimo q te refieras a una mujer como objeto de deseo cuando todes somos sujetos deseantes. Así estamos, en proceso de deconstrucción…

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    • Pablo

      26/12/2018 en 7:59

      Maria Soledad me parece que el problema es que la sociedad de consumo presenta a la mujer SOLO como objeto de deseo y no como sujeto deseante. Independientemente de eso, creo que todos podemos ser objetos de deseo. Saludos!

      Responder

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