En su enorme obra como escritor, el historiador que falleció el pasado lunes 24 –justo el día del cumpleaños de su querido Rosario Central– también le dedicó páginas al fútbol y a sus glorias.

Alguna vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano se quejó porque la historia oficial ignoraba al fútbol en países como el suyo y la Argentina. “Los libros de historia del siglo veinte nunca lo mencionan, jamás, no existe; y ha sido fundamental para la gente de carne y hueso”, decía el autor de Las venas abiertas de América Latina y El fútbol a sol y sombra. Y Osvaldo Bayer, quien describió como nadie la lucha de los pueblos originarios en la Patagonia, también puso a rodar la pelota entre las páginas de su extensa obra, y publicó en 1990 Fútbol argentino, pasión y gloria de nuestro deporte más popular, (trabajo que antes también rodó en el cine) al que su amigo Osvaldo Soriano lo definió como un libro que “no sólo interesará a los apasionados del fútbol, sino también a aquellos que estudian los movimientos sociales nacidos con la Argentina de las «vacas gordas»”. Y el Gordo, fanático de San Lorenzo y que solía trenzarse con el anarquista en discusiones futboleras cuando compartían redacción en Página|12, aseguraba en el prólogo que “no es otro Bayer éste del fútbol; es el mismo que ha comprometido su vida y su obra para que los argentinos conozcan la verdadera historia, tan ajetreada y deformada”.

En aquel ejemplar, Bayer tira paredes con Varallo, Di Stéfano, Sívori, Pipo Rossi, Sanfilippo y Maradona, e indaga en la historia de los mundiales, de clubes de Primera y del Ascenso. Y como el deporte de la redonda es una parte fundamental de la realidad –tal como lo definía Galeano, hincha de Nacional y del buen fútbol– el equipo de la pluma y la pelota se quedó sin uno de sus titulares. En el bando de los de arriba, o de donde sea, lo esperan el resto de los inmortales como Soriano, Roberto Fontanarrosa, Galeano, Roberto Santoro, entre otros.

El mayor de sus defectos

Con los cortos puestos y en el verde césped, Osvaldo Bayer no contaba con ninguno de los argumentos que sí lo destacaban con la pluma y el papel. Y así lo dejó en claro en una anécdota que da cuenta de su trayectoria en el fútbol, que duró menos que un partido. Tenía unos 11 años cuando a uno de los equipos de su barrio le faltó un jugador: “Era un partido importante contra los de Manuela Pedraza, que eran todos de Platense. Era como cuando en las películas falta el actor y ponen un extra; yo sentía que podía ser una gran oportunidad”, arranca relatando en una entrevista a Página|12, y sigue: “El equipo de la calle Arcos, con diez hombres. Ricagni estaba preocupado porque iba a empezar el partido y entonces me llamó para que fuera al arco. ¡Hay que tener mala suerte! En la primera jugada el wing contrario se mete y se mete en el área, queda adelante mío, saca un taco impresionante, me pega en las manos, me las dobla, me pega en la cabeza y yo caigo: gol. Me levanto y veo que Ricagni se me viene encima a darme la biaba. Ahí cometí el más grande error de mi vida: salí corriendo. Me corrieron mis propios compañeros, pero yo debo haber corrido como nunca porque no me pudieron alcanzar”.

Superado el peligro inicial, el luego reconocido historiador y periodista no pudo zafar de lo que consideró “el peor insulto que recibí en mi vida”, y que fue por parte de sus propios compañeros de equipo: “Me doy vuelta y ahí oigo que Ricagni me grita: ¡Alemán culo de pan! Y yo todo avergonzado, por supuesto, nunca más volví».

Con un motivo más que entendible para colgar los botines el mismo día de su estreno, el remate de la historia –relatada años más tarde a La Nación– no tiene desperdicio: “Pegué unas vueltas y volví a casa. Me fui al dormitorio, me bajé los pantalones y teníamos un espejo que llegaba hasta el suelo. Y me miré dado vuelta y dije: Si soy igual a todos, ¿por qué culo de pan?”.

En esa misma entrevista concedida al diario porteño, el escritor de Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, dejó en claro su condición de zurdo, y no precisamente por su pierna hábil: “El fútbol de izquierda es aquel que se hace por la camiseta y no por el dinero. El fútbol tiene algo comunista, ¿no? Con una pelota, todos van a triunfar. Y uno ayuda al otro para realizar algo, un triunfo. El todo para obtener un algo”.

Yo lo tengo al Che

Osvaldo Bayer había nacido en Santa Fe, en 1927, y su primera simpatía fue por los colores rojo y negro de Colón, uno de los dos equipos grandes de su ciudad natal. Pero con el tiempo fue inclinándose cada vez más hacia los tonos azules y amarillos de Rosario Central. “Cuando se cambió todo en el fútbol argentino, ingresaron a dos clubes de Rosario a Primera División (Central y Newell’s), y en Segunda iban Colón y Unión. Pero en aquel entonces no había ascensos ni descensos, de manera que quedaban siempre los mismos”, recordó en más de una oportunidad el escritor que mientras cumplía el servicio militar se negó a ir a la instrucción militar y tuvo que barrer y encerar pisos de los despachos de los oficiales durante dieciocho meses, y agregó: “Yo, como buen santafesino, era de Colón en segunda y de Central en primera. Yo los había visto jugar y me gustaba ver a los jugadores de Central porque jugaban caminando. Un fútbol especial, Rosarino le decían. Desde chico, desde los 7 años, ya era hincha de Central. Mi padre me llevaba a verlo cuando venían acá a River, porque antes la cancha estaba en Palermo”.

“Una vez le pregunté a Soriano, que era fanático de San Lorenzo de Almagro, cómo podía ser hincha de un club que se llamaba como un santo. Me respondió que yo era un ignorante. El club se llamaba así en honor a la batalla de San Lorenzo, según dijo. «Peor –le respondí–, entonces es un nombre militarista». Él no dijo nada, pero se ve que se quedó con una bronca que le carcomía las tripas. Una semana después me dijo: «Lo que yo no puedo entender es cómo vos podés ser hincha de un club que tiene el nombre de ese adminículo con el que rezan las viejas»”. Así, en esa como en cientos de anécdotas más, el hombre que vengó utilizando su pluma como arma la matanza de peones en la Patagonia, se las ingeniaba para reivindicar su identidad futbolística. Le encantaba decirse hincha de Rosario Central y, sobre todo, recordar que esa elección tenía que ver de alguna manera con Ernesto Guevara Lynch.

La historia, contada infinidad de veces por el propio Bayer, dice que en Berlín, ciudad alemana en la que transcurría el exilio de don Osvaldo en épocas de dictadura en la Argentina, se encuentra con Celia Guevara, hermana del Che, y que ésta le pone como condición que la figura del comandante asesinado en Bolivia no fuera el centro de atención de la charla. Entonces, el historiador esperó a que la misma finalizara, y en la caminata previa a despedirse le suelta ansioso: “Te quería hacer una sola pregunta sobre tu hermano: ¿De qué cuadro era hincha?”, y Celia le confirmó de una vez y para siempre lo que Osvaldo se había encargado de averiguar por otros medios: “De Rosario Central”.

El destino, caprichoso, quiso que don Osvaldo eligiera el día del aniversario del nacimiento de su querido Rosario Central para trepar a la tercera bandeja del Gigante de Arroyito. Pero antes, en 2011 y por iniciativa de la Secretaría de Cultura Canaya, se bautizó con su nombre a la Biblioteca Popular que está ubicada en la Subsede Pichincha, de Bulevar Oroño 49 bis.

“Que la biblioteca del club del equipo del que soy hincha tenga mi nombre, es como tocar el cielo con las manos. Este reconocimiento es algo hermoso”, dijo en aquellos tiempos Bayer, que en varias oportunidades posó para la eternidad con camisetas de rayas verticales azules y amarillas.

“Osvaldo Bayer, periodista, escritor, historiador. Lucidez y coherencia. Un gran Canalla. Lamentamos su partida. Desde la tercera bandeja seguirá defendiendo nuestros colores”, fue la manera que eligió la dirigencia de Rosario Central, a través de su cuenta oficial en Twitter, para despedir a otra de las tantas celebridades canayas.

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