Yo no sé, no. Pedro se acordaba cuando cerca de un fin de año tenían que jugar un torneo y juntaron hasta la última moneda para la inscripción, y todo se lo dieron a Pablito, que era un petiso que jugaba por el medio campo y que de repente cambiaba de velocidad y salía como un cohete con la pelota hacia el arco contrario. Eso sí, también era adicto a tirar cohetes, mucho más que todos nosotros, por eso le pusimos Petardo.

El asunto fue que Pablito no pudo con su raye por los explosivos y se gastó la plata de la inscripción en petardos, triangulitos y rompeportones. Cuando lo vimos venir tirando pirotecnia nos agarramos la cabeza, cuenta Pedro, porque nos quedaríamos afuera del torneo. Por suerte para Pablito, habían llegado de visita –para pasar las fiestas– sus padrinos. Y la madrina, que lo adoraba, le regaló unos billetes, ya que Pablito –como la mayoría de nosotros– andábamos por los 9 años y ya no estábamos como para juguetes. A esa edad era una bici, una pelota, o plata. Pablito recibió lo último y así zafamos y pudimos jugar el torneo, en el que finalmente nos quedamos con el tercer puesto gracias a que en el mediocampo apareció Petardo y en los momentos más importantes explotó con velocidad y buen manejo.

Ese fin de año, el del 65, se tiraron cohetes a lo loco. Al año siguiente no fue lo mismo, ya la dictadura de Onganía con los planes económicos de Krieger Vasena se hacía sentir, y pensábamos que de seguir así, empeorando nuestros bolsillos, ni para cohetes tendríamos. Para colmo, a Pablito le explotó un petardo en la mano y perdió un dedo, y lo peor fue que en el equipo, con la de cuero en los pies, había perdido esa impronta, esa explosión de fútbol.

Unos años más tarde ya no se nos daba por petardos, cuenta Pedro, sólo cuando uno salía campeón o para las elecciones se sentía olor a pólvora en el barrio.

Qué lástima –me dice Pedro– lo que pasa con los festejos. Y más allá de que haya una campaña contra el estruendo por los animales, estaría bueno que tiremos un par de petardos, aunque sean puro color, y no sólo por un campeonato, sino porque mejoren nuestros bolsillos, porque echemos a estos que aplican políticas como la de Krieger Vasena o peores aún, porque empiece a ser un país sin presos políticos, porque los pibes estén felices con sus regalos, porque los grandes estén menos preocupados y todo eso. Mirá si no tendríamos para un par de petardos. Aunque sabes qué, por Milagro Sala y tantos otros que merecen estar en libertad, voy  a tirar un rompeportones, me dice Pedro tratando de ubicar ese portón que hasta los 9 años hacíamos temblar, y sin saber que ya no se fabrican rompeportones.

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Un comentario

  1. Adhemar Principiano

    06/01/2019 en 18:29

    el proceso de conciencia y etica ciudadana es colectivo para el futuro. No es electoral para hoy.Hoy se necesita memoria. Donde estan los politicos que negaron las ultimas leyes?

    Responder

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