Cientos de locales vacíos caídos en combate a lo largo del laberinto de galerías que atraviesa el centro rosarino. “La fábrica que empleaba a 50 personas acaba de quebrar por la apertura importadora”, informa la portada de un periódico local exhibido en el quiosco de diarios. El tachero putea por la mierda que representa la amenaza de Uber, mientras en la radio, que escucha al mango, cuentan que otra panadería tradicional baja las persianas. Una pareja de viejitos desarrapados morfa de un contenedor. La carnicería del barrio, “en la cuerda floja por los tarifazos”, según se queja hace meses su dueño cada vez que alguien ingresa y pregunta “qué tal”, se encuentra “cerrada por corte de luz”, explica el pizarrón sobre la puerta, pintado con tiza y visible bronca.

No es macumba. Lo que para la mayoría de la población argentina configura un escenario desolador, en realidad es el resultado de las políticas planificadas por Mauricio Macri y los peores cuarenta ladrones de los últimos cincuenta años. No es magia negra, es neoliberalismo. Se trata del mismo programa varias veces impuesto –la mayoría de las veces a sangre y fuego– en nuestro país y latinoamérica, orientado por los intereses de grandes grupos económicos locales y multinacionales –sobre todo estadounidenses–; instrumentado por gobiernos que aceptan el destino semicolonial diseñado desde el norte occidental del planeta.

Gestión buitre. Para Cambiemos y el Fondo Monetario Internacional (FMI) –que volvió a encadenar a la argentina por la vía del más brutal endeudamiento del que se tenga memoria–, este país debe dedicarse sólo a la producción de las materias primas con las que la naturaleza lo bendijo, y dejar el negocio en manos de los más “calificados y eficientes”. El Estado, no es más que esa herramienta que debe facilitar la actividad; y que de paso le tira un centro a la familia y los amigos con contrataciones, condonaciones, especulación financiera y fuga de dólares a guaridas fiscales.      

En ese esquema económico neocolonial, la idea de “industria argentina” no tiene lugar. El famoso “abrirse al mundo” de los economistas del establishment es nada menos que la aniquilación de la producción local en beneficio de la multinacional. Con el cuento de que “con la libre competencia sobreviven los más aptos”, ya se llevaron puestas 6 mil empresas, tres mil fábricas, 125 mil puestos laborales directos. La depresión de los salarios es otra pata del modelo. Esta semana el Indec informó que en 2018 los sueldos perdieron 17 puntos frente a la inflación que culminó en casi un 50 por ciento. Todo esto contamos en esta edición de nuestro semanario (ver nota Una máquina destructora).

El proyecto de reconstrucción del mercado interno impulsado de 2003 a 2015 por los gobiernos kirchneristas, el programa “populista”, se basó en incrementar la capacidad de compra de las grandes mayorías, tanto con la recuperación de la negociación paritaria de los salarios, como con la protección y promoción industrial que implicó la generación de millones de puestos de trabajo, con la incorporación de sectores excluidos mediante medidas como la Asignación Universal por Hijo o las moratorias previsionales. No fue magia.

Todo lo demás es chamuyo, manipulación, mentira amplificada por las corporaciones de medios. Como la novela del asesinato del fiscal o el show de la fotocopia. Una sociedad sin “corrupción” nunca puede ser construida por empresarios que se enriquecieron estafando al Estado como el Grupo Macri, con paladines de la moral encumbrados por La Nación y Clarín, quienes hicieron la diferencia apropiándose del monopolio del papel en una mesa de torturas.

Aquella orientación política y económica de la “década ganada”, reubicó a la Argentina en la senda del proyecto inconcluso surgido del seno de la revolución de mayo, que desde 1810 en adelante partió en dos a la nación. De un lado el país chico, sumiso y dependiente, de terratenientes y porteños, de exportadores aliados al capital extranjero. Del otro la integración sudamericana, la patria grande, con industria propia y sectores populares incorporados al aparato productivo. Esa es la verdadera grieta.

Para tomar medidas en defensa de la nación y los sectores populares Moreno y San Martín, o Perón, Néstor y Cristina, por referirnos a experiencias de los últimos setenta años (gestiones que sumadas apenas llegan al cuarto de siglo), tuvieron que plantarse frente “al mundo”, mirar sobre todo a la región, y adquirir una actitud soberana frente a los buitres (de afuera y de adentro) y sus organizaciones, como el Banco Mundial y el FMI, e incluso echar a estos últimos. Despedirlos.

Que la próxima sea para siempre.

 

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