Yo no sé, no. Pedro me contaba que un día venían de la escuela cruzando la fábrica Acindar por una zona prohibida (de vez en cuando lo hacía desafiando la seguridad), y al saltar el último riel se toparon con una cruz. Pensaron que había una tumba pero no, los familiares de un pibe la habían colocado señalando el lugar donde lo habían matado. Esa mañana, la seño les enseñó las partes del cuerpo humano, las más importantes, las más sensibles. En esa semana había quedado en encontrarse a la tardecita con una piba que vivía por Ovidio Lagos y la vía, la que venía paralela a Vera Mujica y por la que a cada rato pasaba el tren. La piba en cuestión era hija de la catequista, que un par de años antes lo había preparado para tomar la comunión y cuyas clases lo dejaban tan sensible, tan cargado de pecado, que él al volver a cruzar la vía, y al no sentir el aroma a glicinas del patio de la catequista, sabía que estaba librado a su suerte. Que ya no estaba en la zona sensible de protección del barba de arriba y que el tren lo partiría en mil pedazos por sus pensamientos pecaminosos, que a esa altura lo invadían. Cuando fue al encuentro de la piba estaba sensibilizado por la cruz, y por el encuentro en sí, y llegó a pensar (a pesar de su falta de fe) que a lo mejor era una señal encontrarse con la hija de la que lo dejaba tan sensible, con esa presencia de muerte que para él significaba esa cruz que se topó al regreso de la escuela.

Ese mes tenían que jugar un torneo pasando la Fábrica de Armas (hoy Jefatura de Policía), zona muy sensible. Aunque teníamos muchos amigos por ahí, a la hora del fútbol eran de hacerte sentir en la zonas más sensibles de tu cuerpo la localía. A nuestro 9, en un tumulto, le aplicaron una paralítica que le dejó insensible la gamba izquierda. A pesar de eso, en un centro la agarró de volea y la mandó a guardar.

Pasaron unos años y una noche –sigue Pedro–, realizamos una pintada por esa zona en contra de la dictadura y sus políticas económicas, muy parecidas a las actuales, con una frase de Evita tan sensible a nuestros corazones y que a ellos los atragantaba: “No habrá paz, sin justicia social”. En realidad no sabíamos si era de Evita, pero seguro que ella estaría de acuerdo.

Pero, ¿sabés qué?, me dice Pedro pasando por esa vía ya muerta, si logramos juntarnos, dejando algunas diferencias de lado, yo, por ejemplo, como tantos, ya no creemos en el barba de arriba y aún así, bienvenidos al zapateo los creyentes que sufren. La cosa es hacerles sentir con lo que más le duela, que para estos tan sensibles a los mercados, es el encontrarnos juntos.

Esto me lo dice cruzando la última durmiente de la vía, por donde apretó esa mano tan sensible de aquella piba, y buscando con la mirada si todavía está aquel paredón con la frase de Evita.

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