Luego del brote de leptospirosis, los vecinos y las vecinas del Saladillo sostienen que la enfermedad es sólo la consecuencia del abandono del Estado. Junto con los reclamos afloran en el histórico barrio, la redes de solidaridad y vecindad.

Parece otro lugar, pero es Rosario. En barrio Saladillo, las calles de tierra suben y bajan, y la vegetación verde y el sol se roban el paisaje. Los pájaros aturden tanto que la avenida del Rosario, a pocos metros, ni se escucha. Las casas son bajas, y en medio del terreno irregular, la vista puede mezclar las construcciones antiguas, de material, con las nuevas, de material y chapa. Parece otro lugar. Poco quedó del sitio turístico de antaño y no hay rastros, ahora, de las casas paquetas que se emplazan en las calles anchas de la zona sur, que están tan cerca. Parece otro lugar porque podría ser otro: uno tan, tan lindo. Desde hace años, sin embargo, los vecinos y vecinas ven y reclaman contra lo mismo: el abandono del Estado, sin importar cual sea el gobierno de turno.

Saladillo todavía se recupera de haber sido el foco mediático a fines de marzo. Un brote de leptospirosis, un vecino fallecido por el contagio y las denuncias por la mugre, la falta de agua segura y el hambre que crece, llevaron a los vecinos y vecinas de la zona, otra vez, a reuniones y piquetes que pueden, otra vez también, llegar a ningún lado. Un mes más tarde, coinciden: todo sigue igual, como siempre.

Multiplicar es la tarea

Ángel viaja en moto. Tiene 33 años y todos los días une el Mangrullo, donde vive, con el barrio Saladillo en dos ruedas. Viaja con un objetivo: multiplicar lo que sea que haya para darle de comer a los pibes y las pibas del barrio. Cuando se queda en casa, los domingos, hace lo mismo: multiplica salsa de tomate, multiplica paquetes de polenta, multiplica moneditas para conseguir algo de carne, y después abre las puertas y hace todo lo posible para que ninguno de los chicos se quede sin comer e incluso pueda llevar un taper a su casa. Ángel es el cocinero oficial de la Casa Pueblo de Saladillo, un centro de día para los vecinos y vecinas de la zona, el lugar donde se concentran los reclamos y las soluciones que en el barrio se van consiguiendo a fuerza de solidaridad y piquete.

No es el único. Ángel trabaja con diez mujeres, que, de sólo verlo rodeado de 20 pollos y muchas chicas, lo alaban: “¡Bendito tú seas, Ángel!”. Es jueves, no son todavía las cinco de la tarde y ya llevan casi diez horas cocinando. Todavía queda servir y rogar que alcance para todos los pibes y pibas del barrio. Ángel, Etel y Laura recibieron a el eslabón en la mesa del comedor de Casa Pueblo y contaron, con orgullo, que ese día prepararon una comida especial para los chicos y chicas. Cada tanto lo hacen. El problema, destacaron, es que son cada vez más los comensales y menos los subsidios, la colaboración del Estado y la plata en sus bolsillos. La Municipalidad, por ejemplo, les envía porciones de lentejas, polenta y fideos para 20 chicos. Ellos reciben a unos 150 por día.

La Casa Pueblo existe desde hace dos años y es el único lugar en la zona que oficia de contención social. No hay otro espacio que nuclee, entre otras cosas, talleres y comedor. No hay otro lugar que durante el día tenga el mate calentito, gente alrededor de la mesa y la puerta abierta para que se acerquen los niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos y hasta perros que no saben o tengan a dónde ir. El comedor funciona de lunes a jueves. Los cocineros entran a las 17 y a las 20 ya tienen la comida servida. El objetivo son los chicos y chicas del barrio, “pero si no los conocés, no le podés negar un plato de comida”, aclararon los referentes. También contaron que muchos días se quedan cortos. La comida del comedor es, en muchos casos, el único plato de comida que reciben los pibes. La mayoría viene con un taper bajo el brazo para tener algo al día siguiente o darle a su familia. Durante la nota, los cocineros revelaron: desde la semana que viene, tienen que preparar una olla más.

Falsas promesas

El 12 de marzo de este año, vecinos y vecinas de barrio Saladillo cortaron la avenida Circunvalación a la altura de la bajada Gutiérrez, en reclamo por un brote de leptospirosis en la zona. Ese día, María, la referente de Casa Pueblo, denunció que uno de sus compañeros estaba entre la vida y la muerte. La persona se llamaba Sandro y no sobrevivió.

Los reclamos por higiene, volquetes, agua segura, prevención, etcétera, se sucedieron a lo largo del mes. Los vecinos y vecinas viralizaron fotos de las ratas vivas y muertas en las casas, en los basurales y en las calles, se manifestaron en la avenida Circunvalación, en la puerta de la Municipalidad e incluso en los Juegos Sudamericanos de Playa, que tenían las cámaras y los ojos de gran parte de los medios de la ciudad. Con el ruido, llegaron las reuniones y el brote se frenó. Pero las ratas y el miedo todavía están.

En Saladillo, las direcciones prácticamente no existen. Los márgenes se delimitan con un “más allá”, “abajo de Circunvalación”, “pasando el puente”. Todos y todas saben de qué se trata. “Allá abajo de Circunvalación” es donde están la mayoría de las ratas. También es donde viven los vecinos más pobres, los cartoneros, los que trabajan con una basura que ningún recolector pasa a buscar. Y es donde vivía Sandro.

María, conocida en la zona como La Gordi | Foto: Javier García Alfaro

María, conocida en la zona como La Gordi, le contó a este medio que desde que comenzó de nuevo el control de vectores, las ratas dejaron de ser “así” (gigantes) a ser “así” (lauchitas). Esto es: que siguen estando en todo el barrio y todavía tienen que controlarse. “Retiraron una casa y abajo había una madriguera. Con ese movimiento, las ratas se esparcieron para todos lados”, explicó. Alejandra es otra vecina que hasta hace poco vivía en Saladillo. Ella dice que “gracias a Dios y los Santos” le dieron una vivienda y ahora está más “tranquila”. Cuando vivía en la zona, todos los días tenía que poner veneno y tramperas en su casa. “No tenía fin, era de nunca acabar”. El relato de Alejandra roza lo salvaje. La mujer contó que no podía tener ni pajaritos ni pollitos porque se lo comían las ratas. “Y a eso sumale el miedo constante de la peste”.

Los vecinos y vecinas saben que las ratas no son otra cosa que la consecuencia del abandono permanente del Estado, sea cual sea el gobierno de turno. Laura, una de las cocineras del comedor, señaló que hace 14 años que vive en Saladillo y siempre vió el barrio igual. Lo mismo Etel, que llegó hace 21 años. Con la crisis actual, sin embargo, coinciden con que “todo se fue al carajo”. Que siga todo igual es para ellos que llueve apenas y se inunda, que las calles sean “un desastre”, que a veces los desechos del desagüe del frigorífico Swift corran por la calle, que todavía no haya contenedores ni recolección de basura.

María, La Gordi, relató que esa misma tarde tuvo una reunión con distintos referentes del Estado municipal. Entre los reclamos principales, estaba que pongan columnas nuevas para que los cables de la luz estén más altos y le den paso a los camiones de la basura. También pidieron por agua segura: los caños de ahora son de plástico, de media pulgada, y pasan por el foco de leptospirosis. La gente del barrio no tiene acceso a agua limpia y las infecciones son moneda corriente: desde problemas de gastroenteritis hasta infecciones en la piel. “El Estado está ausente siempre. La Municipalidad se hace cargo cuando pasan las cosas, no se anticipa. Esperan que suceda, sino, prometen”, resumió Ángel.

El compañerismo como bandera

Etel cebó unos cuantos termos de mate dulce durante la entrevista. La mesa del comedor fue copandose con el paso de la tarde. A medida que circulaban sobre todo las señoras del barrio, se repetía un murmullo. “Qué olorcito”, decían, por lo bajo, haciendo referencia al pollo con papa que iban a degustar los chicos más tarde. Las pestes y malas noticias fueron el eje de la charla pero no se la ganaron. Sobra, en Saladillo, la solidaridad y el compañerismo. Es como un aura de buenas energías que permiten pasar los malos tragos. Ninguno de los vecinos defenestra al barrio, ninguno es despectivo. “Lo que más me gusta es el compañerismo. Podés retar a los chicos, decirle «te estás equivocando compañero, contá con nosotros». Eso nos mueve. Tenemos conflictos normales y es lo más lindo de este barrio. Donde voy, me paran, me saludan”, contó La Gordi.

Para Etel, lo mejor del Saladillo es que, sea la hora que sea, ella sale a la calle y se saluda con todos. Que sean las 2 o 9 de la mañana, o las 5 de la tarde, ella sabe que irá diciendo “hola”, “hola” y “hola”, y que los chicos que van al comedor la van a perseguir diciéndole “seño, la ayudo”, “seño, la acompaño”, “seño, ¿cómo le va?”. A lo largo de la entrevista, Etel tuvo a su lado una flor diminuta. Se la había alcanzado una de las nenas que frecuenta el lugar. “Son las cosas que te llenan el alma”, concluyó.

Con el paso de la tarde, la puerta de la Casa Pueblo comienza a estar cada vez más transitada. Los pibes y pibas van y vienen desde o hacia la escuela y en el camino se quedan saludando. Los pájaros no paran de cantar. Se acerca Sergio, que a media cuadra da talleres de carpintería para jóvenes. En la misma manzana donde funciona su taller, vivió su abuela. También se llega Cecilia, que se mueve con bastón y todos la presentan: “Es una militante histórica del peronismo”. Como digna vecina de Saladillo, cuenta que “vive allá, al fondo”. El atardecer dibuja unos colores intensos, mezclas del verde y el sol que «más allá» de la avenida y la Circunvalación serían imposibles de disfrutar.

La Casa Pueblo funciona en la esquina de Ensenada y Moulier. Es una casona antigua, recargada de historia del barrio, que fue en primer lugar la Cooperativa La Estrellita, luego un salón que se alquilaba para fiestas y eventos, ahora un espacio que todos los días trabaja para mantenerse en pie. La Estrellita era un espacio multiuso y entre esos usos, oficiaba también de comedor. Ángel fue uno de esos pibitos que de chico pudo comer gracias a la solidaridad. Ahora, es él el multiplicador de panes. “Yo veo que el chico se va sonriente y con eso me alcanza”, dijo, emocionado.

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