Yo no sé, no. Pedro se acordaba de aquellos otoños donde empezaba a anticipar el frío. A la mañana, el viejo, antes de ir a laburar, lo llevaba en bici a la escuela. En los días de viento en contra, por Lagos al sur, el pedaleo se hacía pesado, todo un gran esfuerzo. Casi un sacrificio, sentía Pedro, mientras le pegaba el frío en la cara. Cuando el sol del mediodía se mandaba una temperatura de verano, el sacrificio era volver caminando, y a veces jugando un picado improvisado sin sacarse el guardapolvo, por vergüenza a que se note un viejo pulover roto que tenía debajo de la camisa. Por esos tiempos no había para camperas y la madre de Pedro se aseguraba que el hijo no se desabrigara. Un medio día, comenta Pedro, acompañó hasta la casa a una piba. El sol picaba de lo lindo y cuando le tomó la mano, una gota gorda le empezó a caer. Trató de disimular y esconder la transpiración, no sea cosa que ella pensara que llevaba puesto el pulover debajo de la camisa, como años atrás.   

El equipo de los pibes ya participaba en torneos donde juntar la guita para la inscripción era todo un sacrificio. En el barrio se loteaba una de las últimas manzanas, una de las peores, por ser indudable. Los nuevos vecinos hacían un gran sacrificio para traer tierra buena (la negra) para así salir del pozo y poder tener alguna huerta. Pasaron unos años, y ya estudiando de noche, Pedro conoció a unos cuantos que terminaban de laburar y al toque se iban a la escuela. Y más de uno se abrazaba por la llegada tarde. “Las horas extras es un sacrificio que me salva y me mata a la vez”, decía Carlos, uno del barrio que empezó a ir al Superior con Pedro.

Una noche, trasnochando en un bar cercano, vimos un pibe que ya estaba con un toco de Capitales bajo el brazo. Aclaró que no era El Capital, de Karlito Marx, sino el matutino de la ciudad, que ya a esa hora estaba en manos de algunos canillitas. ¡Estos sí que se sacrifican!, dijo la Flaca Analía, mirando al flaquito vendedor de diarios. La Flaca, como tantos compañeros, estaba soñando en terminar con esos sacrificios.

Pensar que en estos días de Pascuas, y de sacrificio del hijo del barba de arriba, muchos sólo se quedan en la liturgia. Tendríamos que volver a que muchos de los que sufren se enamoren de los sueños colectivos, que tengan como meta terminar con los sacrificios, más aún en estos tiempos donde el mensaje que baja desde el poder real (grupos concentrados con sus medios de prensa afines), es el de más sacrificio. Todo esto me lo dice Pedro mirando a una piba (en edad escolar) que con un carrito va vendiendo , detergente, perfumina suelta y algunos trapos de piso. Mirá esa sonrisa que tiene, se parece  tanto a la de aquella pibita que acompañaba hasta la casa. Como la sonrisa de la flaca, que aparecía aún en los peores momentos.

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