Yo no sé, no. Pedro se acordaba cuando, siendo muy chico, un día de otoño fresco, tirando a frío y con un cielo amenazante, fue al centro con la madre. Él pensó, al bajarse cuando llegaron a la calle San Juan para visitar a doña María, una tía lejana que vivía en una piecita de un conventillo cerca del mercado Santa Rosa, que los aromas a café por un lado, y pescado por otro, lo iban a acompañar toda la mañana. Pero al llegar a la peatonal, cerca del mediodía, sintió un perfume encantador. Lo reconoció, pero este era más intenso, era la garrapiñada calentita que salía de la olla que el vendedor revolvía suavemente. La madre lo miró, le dio unas monedas y le dijo: “Andá y comprá dos praliné”.

Ese fin de semana, Pedro y sus amigos se preguntaban si convenía ir hasta el Puente Gallego a jugar un cuadrangular, pues uno que jugaba de 9 y que venía del Puente, les había advertido que había un gran riesgo de que terminara a la “garrapiñada”. Le decían así a agarrarse a las piñas. Al final fueron a jugar el torneo. Se reforzaron con uno de Carlos Casado, que aparte de mover bien la pelota se la aguantaba a la hora de las piñas. Antes del partido le dijeron que mirara siempre al 9 y que le gritara ¡Garrapiñada!

El partido fue muy parejo. Eso sí, el nuevo no le dio una sola pelota al 9, ni siquiera le gritó. Hasta que en el último minuto, en un contragolpe, el nuevo mira para tirar el centro y como no ve al 9, hace una pausa, y sin levantar la cabeza, grita en forma de pregunta: ¡Praliné, praliné! Silencio. Hasta que le vuelve a gritar, esta vez correctamente: ¡Garrapiñada, ahí va! Segundos después, la redonda dormía en el arco contrario.

Ya por el ‘73, durante un Día del Niño en el Parque de la Independencia en el que participábamos como UES, recuerda Pedro que volvió a sentir ese aroma encantador y como andaba medio encantado con una de las pibas que se acercaron a colaborar, y que había llegado hacía poco a Rosario, el convidar con aquel que para él era un manjar, se le cruzó una duda casi existencial: ¿Cómo le pregunto?, ¿te gusta la garrapiñada o te gusta el praliné? Se acercaron a la olla y el aroma hizo lo suyo. Al verle la cara a la nueva cumpa, Pedro le dijo a la vendedora: “Deme dos”.

El otro día, me dice Pedro, cerca de la Terminal de bondis, mientras pensaba en el aroma enrarecido, real o ficticio que los medios o grupos económicos nos quieren instalar, siento ese aroma a garrapiñada y también el comentario del que hacía y vendía el praliné porque, con sus  amigos, se quejaban porque no había forma de ver los partidos. Uno, pensando en voz alta, dijo: “Ya va a volver el Fútbol para Todos cuando vuelva Ella. Y no sólo va a ganar, sino que va a arrasar en primera vuelta”.

¿Y sabés qué?, me dice Pedro. Por momentos siento ese olorcito encantador a maní con azúcar cocinando a fuego lento. No importa si lo llamamos garrapiñada o praliné, esa interna entre los nuestros pasará. Presiento que estamos cerca, que juntos volveremos y volverán los derechos, los aromas populares.

Todo esto me lo dice levantando la cabeza y acelerando la respiración. Y yo sé que está pensando a cuánto estamos de disfrutar de aquellos días de encuentros, y que el disfrute vuelva a ser para las mayorías.

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