El llamado al diálogo con la oposición menos opositora no tiene otro objeto que visibilizar a figuras que por sí solas no mueven el amperímetro. El rechazo, un síntoma de que a Cambiemos no le creen ni los dialoguistas.
El único de todos los presidentes del período iniciado el 10 de diciembre de 1983 que desde el minuto cero de su mandato puso en marcha un dispositivo de asfixia a toda oposición real, cooptación vía carpetazos de quienes tenían algún cadáver en el placar, persecución sistemática al peronismo que lo precedió, y convirtió al Congreso en un antro de extorsión legislativa se llama Mauricio Macri.
¿Por qué el jefe de la mafia política de la Argentina convocaría sinceramente a un ámbito de discusión para arribar a consensos en torno de cuestiones que, al menos en teoría, deberían ayudar a salir de una crisis provocada por él mismo?
Pero si encima el decálogo alrededor del cual debería rondar el diálogo es el blanqueo –uno más– de las imposiciones que el polo de poder dominante aún no logró establecer en un modelo despiadado y destinado a contener a un cuarto de la población real de la Argentina, la mentira ya se quedó sin patas cortas y repta en el ocaso del período más nefasto de la historia reciente.
Pretender que en medio de un proceso electoral en marcha se firme el acuerdo para llevar adelante las reformas laboral y previsional que fracasaron en el momento de apogeo de Macri en términos de imagen positiva es ilusorio o esconde motivaciones aún más oscuras. Por ejemplo, mostrarse como el estadista que quiere sentar las bases del consenso republicano y es víctima de quienes lo desoyen o desairan por mezquindad electoral o falta de compromiso patriótico.
Comentaristas, opinadores, editorialistas para esa faena de levantar el busto del mártir simbólico de la democracia a manos de esbirros que no entienden la grandeza de la república no le faltarán al marrano que bate récords de vacaciones y descansos en el ejercicio de un mandato presidencial.
Macri ya obtuvo la más sospechosa de las adhesiones ante su llamado patriótico: la de las cámaras patronales más concentradas del modelo, entre la que destaca el logo de la Sociedad Rural Argentina. Y también el rechazo de casi todo el arco político con cierta representatividad real, y de los gremios, con la deshonrosa excepción de la cúpula cegetista, decididamente entregada al juego perverso del régimen.
Focus on nothing
Una de las intenciones mal disimuladas de la operación berreta que tuvo como cabeza de playa –una vez más– las tapas de Clarín y La Nación, pasa por dar protagonismo a quienes el Gobierno prefiere como interlocutores, la sociedad les otorga chances electorales más bien módicas, y tienen el favor pendular del dispositivo de medios hegemónico y los miembros del difuso e inasible “círculo rojo”, al cual también pertenecen esos oligopolios mediáticos, los grandes conglomerados empresariales y la embajada de los EEUU.
Que la denominada “ala política” del Gobierno, ergo Rogelio Frigerio, haya encausado el llamado al diálogo vía whatsapp habla de algo más que de una operatoria chabacana y carente de toda seriedad institucional. El macrismo cree en ese modelo de comunicación, le otorga al marketing un lugar que merecen las latas de sardinas o los vehículos de alta gama, pero no la política.
Y que el cuarteto de consultados sean Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Roberto Lavagna y Miguel Pichetto esconde la doble intención de promocionarlos, por un lado, y escindirlos de todo intento de unidad de uno o varios de esos dirigentes con el peronismo orgánico y, más explícitamente, con el peronismo kirchnerista.
Entre los cuatro, están quienes no cuentan con votos propios –Pichetto–, quienes cosechan magros guarismos –Urtubey–, y quienes más que sumar sus votos se restan entre sí, que es el caso de Massa-Lavagna, quienes comenzaron siendo socios, pretendieron en algún momento ser el candidato y su numen económico, en otro, y por ahora, luego de que el ministro de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner decidió correr con escudería propia, simples competidores de un electorado en común.
Entre todos no reúnen la cifra màgica que los sitúe como rivales que podrían vencer a Macri en primera vuelta si lograran unificar personería, pero acopian el suficiente caudal electoral para aportar a un esquema de unidad con el espacio que sí genera terror en las filas de Cambiemos, que es el peronismo que incluye a –o más bien va detrás de– Cristina Fernández de Kirchner.
Divorciar a esos actores de cualquier acuerdo que enfrente y derrote electoralmente al esquema de poder que viene ejecutando el crimen social más espeluznante desde la última dictadura cívico militar es, en verdad, el objetivo principal de una movida que, a todas luces, exhibe el debilitamiento de ese polo, en momentos en que la propia postulación de Macri es objetada puertas adentro de la misma coalición, por el centro de poder financiero global que compite con el Fondo Monetario Internacional en las principales plazas del mundo, e incluso por los socios locales que ven con horror la caída estrepitosa de Macri y un ascenso de CFK, que no se detiene y que perfora día a día aquel proverbial “bajo techo” que se le endilgaba.
Las razonables respuestas a la grotesca convocatoria oficialista de Lavagna –reprochó la sonora ausencia de la palabra “crecimiento” en el decálogo macrista–, de Massa, que cuestionó lo sesgado del convite, y la reculada en chancletas de Pichetto, que pensó que contaba con quien usa ese calzado pero sólo para posar en las fotos, muestran que hay fundadas esperanzas de que uno, varios o acaso todos los mencionados por el Gobierno como partícipes de esa conversación de sordos aporte a un pacto de unidad que le arrebate a Cambiemos en las urnas las armas con que está aniquilando a la Nación.