El tablero de un TEG lleno de fichas de todos los colores voló por los aires ante una simple acción de Cristina Kirchner: abrir la ventana. El viento se encargó del resto. Lo que viene es gobernar tras el paso del Atila apátrida.

Eso pasa a menudo cuando la mesa de arena donde ensayan comandos tácticos y estrategas está ubicada bajo techo y entre cuatro paredes. Todos están tan ensimismados con mejorar las posiciones de sus ejércitos, absortos ante la fragilidad de determinado frente, cautivados por la habilidad con que mueve sus piezas el estratega mayor, que nadie toma nota de la borrasca que se desata fuera del salón. Hasta que se abre una ventana y todo salta por los aires.

El viejo y a menudo peligroso juego que enfrenta a la política con la antipolítica se reavivó con el marasmo provocado por el anuncio de CFK de ser candidata a vicepresidenta de Alberto Fernández.

Hasta ese momento, el arco que abarca a la dirigencia de todas las fuerzas políticas y al bloque de poder dominante venía jugando a la política, todos aceptaban más o menos sus reglas, algunos trataban de adaptarlas a sus intereses, otros tensaban hasta el hartazgo los límites de esas normas, y ya pocos pensaban en atravesar esas razonables fronteras para poner en juego la fuerza, que alguna vez Juan Perón definió como “el derecho de las bestias”.

El peronismo en todas sus variantes, la coalición gobernante, algo deshilachada pero aún en el poder, la oligarquía clásica y sus nuevos socios mediáticos y financieros, incluso los buitres acreedores –orgánicos e inorgánicos–, venían jugando a la política, y ponían proa hacia octubre usando brújula y cuadrante convencionales. Ya no. Y como casi siempre ocurre, como la nave en que viajan todos es la misma, dependerá de quien más la aprecia que no se hunda a causa de la irracionalidad de una buena parte de su tripulación.

Máscaras sin Carnaval

Los números y proyecciones que daba el conglomerado de medios hegemónicos respecto de las chances de Cristina, tanto en un escenario de primera vuelta como en un eventual balotaje, partían de la base de concebir la polarización con Macri como beneficiosa para este último.

El anuncio del sábado echó por tierra ese esquema, y sus difusores debieron dar un golpe de timón que los desenmascara, una vez más, como operadores de una realidad abstracta, inducida, y como tales, propensos a quedar en ridículo cuando toma cuerpo la única verdad.

Luego de diseminar el temor en sus propias filas al presentar a una casi imbatible CFK, en Clarín ahora se preguntan: “¿Cristina se bajó porque no podía ganar? Los números K descartaban ese escenario. Pero tampoco garantizaban un triunfo inexorable. «La teníamos en 35 puntos, pero con el riesgo abierto de una derrota en el balotaje. Como dice el resto de las consultoras, para nosotros también Macri había dejado de caer. Con Alberto hay que volver a medir todo», explica un encuestador K”.

Ya Macri no está tan bajo, y la ex jefa de Estado no hubiese tenido garantizado el triunfo, como si alguien lo tuviera en la Argentina actual, donde cada baldosa ha sido trastocada a partir de la maligna intervención del macrismo.

Por las dudas, el diario de Héctor Magnetto ya se está encargando de esmerilar a cualquier postulante que pueda restarle votos al macrismo en octubre, no importa quién sea el candidato. Sobre Roberto Lavagna, por ejemplo, ahora remarcan que “cuando no se había proto-lanzado, según la consultora D’Alessio IROL-Berensztein tenía hasta mejor imagen que María Eugenia Vidal. Desde que se instaló en la paleta de candidatos, su ponderación positiva bajó más de 10 puntos”.

Se nota mucho. Los títulos de algunas columnas del diario La Nación mueven a risa, aunque sus contenidos provocan reacciones nada agradables. “Una decisión cargada de extrañezas”, firmada por Joaquín Morales Solá, y “Un nuevo Scioli para Cristina”, rubricada por Jorge Fernández Díaz, se llevan las palmas de la ridiculez.

Éste último rapiñero de monta escasa, antiguo coqueteador de la izquierda nacional, que lo repudia, interpretó en modo ramplón el anuncio de la ex mandataria: “La jefa ahora decide un «renunciamiento» de mentirita que la colocaría eventualmente en el antiguo sitial de (Carlos) Zannini, esa garita confortable a la que no llegan las salpicaduras y desde la que se puede disparar a discreción y con munición gruesa. Alberto Fernández es el nuevo Scioli…”. Un carancho con ínfulas de águila, no come otra cosa que carroña, pero jamás estará en escudo o estandarte alguno.

Pero la prensa mitrista también hurga en las chances electorales a contramarcha de lo que venía ponderando hasta el tsunami del anuncio: “La decisión busca elevar el piso electoral y explorar alianzas, según encuestadores”. Ya no gana de taquito, ahora busca romper el techo que esos mismos consultores decían que, a causa del deterioro de la imagen de Macri, CFK ya había perforado.

Se trataba de un juego de máscaras en las que el único ausente era el Carnaval. Desde las trincheras donde siempre se le disparó al Pueblo y a sus representantes, detrás de las caretas menos verosímiles, escribas, economistas, “consultores”, periodistas operadores o simples tragasobres argumentaban los alcances del piso y techo de CFK, si estaba en condiciones de ganarle a Macri, en primera vuelta, en un presunto balotaje, si la Justicia antes no hacía caer sobre ella todo su peso, habida cuenta de las fechorías que todos le atribuían a ella y su familia.

Pocas personalidades polìticas, a nivel mundial, fueron escaneadas, perseguidas, investigadas, espiadas y vejadas como la ex mandataria. Y es sabido que, con toda esa fuerza persecutoria que tienen los poderes establecidos, con los recursos con los que cuentan, y sobre todo con el apetito por corroborar y exhibir la tesis de “La Ladrona Populista”, si hubiesen encontrado un solo resquicio de lo que le endilgan, ya hubiera sido un hecho público en todo el sistema solar.

No ya el espionaje chapucero de los Marcelo D’Alessio o Jaime Stiuso, sino el que llevan a cabo las agencias de donde salen los jefes de esos carroñeros de cabotaje, han husmeado por cada una de las hediondas cuevas donde los próceres de las finanzas esconden sus billetes, lingotes y monedas birlados a cada fisco de cada país al que dejan de tributar. Allí deberían estar el o los PBI que La Yegua se robó en 12 años y medio. Allí deberían yacer las toneladas de billetes que no pudieron ser encontrados en bóvedas que no existían, en paredes taladradas que sólo escondían ladrillos y revoque, en las entrañas de la dura tierra patagónica, retroexcavada por ese diminuto fiscal que parece salido del cuadro Las Meninas, de Velázquez.

Pero no. A cada paso que se daba para encontrar la mal habida fortuna K, surgían por debajo de las piedras pistas del faraónico y esforzadamente ahorrado tesoro M, distribuido en tantas empresas off shore que ya perdieron la cuenta hasta los integrantes de la familia Macri.

Sin embargo, el juego de máscaras siguió, y las causas contra CFK, ya que no podían probarse, bien valía que fueran inventadas, con gruesas pinceladas que simularan el arte de una pluma jurídica, a golpes de testimonios que dieran la impresión de tener mínimos visos de verosimilitud, pese a que eran amañados bajo coacción, aprietes y extorsiones.

Una pista de lo rápido que suelen caer las máscaras surgió cuando se hizo pública, precisamente, la extorsión que realizó el falso abogado D’Alessio al empresario Pedro Etchebest para aliviar su hipotética situación procesal, y para beneficio material presunto del fiscal Carlos Stornelli.

El ulular de las alarmas recorrió todo el espinel de jueces, fiscales, periodistas, funcionarios, servicios de inteligencia y cuadros operativos de las embajadas de EEUU e Israel, todos ellos salpicados por la copiosa información secuestrada en la mansión del ex editorialista de Clarín, cuasi panelista del programa Animales Muertos y presencia garantizada en cuanta reunión estratégica que organizara el ministerio comandado por Patricia Bullrich.

Faltó poco para que la antipolítica hiciera detonar el sistema político completo, con tal de que no salgan a la luz todos y cada uno de los mecanismos con que se doblega a opositores con la cola sucia, se disciplina a fiscales y magistrados que aún creen en el debido proceso, se arman causas para perseguir y encarcelar a empresarios y dirigentes de la oposición real, y tantos etcéteras como permite colegir cada día el avance de la causa que tiene como juez natural a Alejo Ramos Padilla.

Pero mientras existiera la posibilidad de que Cristina Kirchner fuera candidata a presidenta, con la chance de ser condenada en medio de la campaña, y que los cruces entre el macrismo y el peronismo fueran en derredor de la cloaca desbordante de Comodoro Py, los piolines elásticos de las caretas, aún sin que florezca carnaval alguno, mantenían a las mismas en su lugar.

Los medios que antes sepultaban electoralmente a CFK por “su piso alto y su techo bajo”, de pronto comenzaron a ensayar piezas de comunicación en las que surgía un crecimiento en la intención de voto de la ex mandataria, la caída en picada de la figura de Macri, y una distancia que hacía entrever que hasta era posible que La Yegua ganase en primera vuelta.

Los sospechosos insumos usados para esas notas e informes surgían de las mismas consultoras que poco antes señalaban el escaso margen con que Cristina se distanciaba del Presidente. No era que ella no creciera, sino que se magnificaba ese crecimiento como táctica para aglutinar al oficialismo díscolo, e incitar a que la candidata fuera Cristina, siempre de acuerdo a la profunda convicción de Jaime Durán Barba de que polarizar con la dama garantizaba la reelección de Mauricio.

Hasta que una mañana de sábado…

Las huellas imborrables de la borrachera

El Anuncio tomó por sorpresa a casi todo el mundo que no fueran la propia Cristina, Alberto y alguna o alguno más que por ahora se desconoce. La sorpresa dejó paso a la diatriba contra el ungido y a su compañera de fórmula. Y la diatriba, sin dejar de ser expresada a gritos, va cediendo su lugar a las peores elucubraciones, las que surgen de la antipolítica.

Esos oscuros pensamientos giran alrededor de la descartada escena de Cristina presa, sin más. Con o sin condena, pasándose por el trasero no ya el debido proceso, sino el corpus constitucional completo, pasando a una fase en la que ya se sabrá si se esgrime la emergencia institucional o alguna de las heces que el poder oligárquico tiene a mano cada vez que se siente acorralado.

Algunas máscaras ya cayeron, y muestran los rasgos indisimulables de una borrachera que ya lleva casi cuatro años. Es el caso de Morales Solá, por ejemplo, que en la columna ya mencionada sentencia que “si alguna prueba faltaba sobre la conexión entre los intereses electorales de Cristina Kirchner y la decisión de la Corte Suprema de aplazar su juicio, fue la propia ex presidenta la que la dio en la mañana de pasmo de ayer”.

La tesis del calvo editorialista sería que como la Corte no suspendió el juicio oral, CFK “se bajó” de la candidatura a presidenta, y apuró el anuncio de que su “operador judicial” encabezaría la fórmula. Extraño caso de alguien que cuenta con los votos y corona a alguien que acaba de fracasar en su intento por evitar que enjuicien a La Jefa.

“Es la primera vez en la historia que un candidato a vicepresidente anuncia a quién le ofreció la candidatura presidencial. Es la inversión de la escala de valores políticos. El cristinismo es inagotable en extravagancias”, reflexiona JMS, a quien habría que preguntarle si dijo lo mismo cuando Neil Armstrong puso su pie derecho sobre la superficie lunar. La Nasa es inagotable en extravagancias.

Pero cuando Joaco se pone serio, hay que tomar nota de lo que le hacen decir sus mandantes, en este caso que “…el escándalo que provocó la Corte Suprema, cuando intentó aplazar el primer juicio oral y público contra Cristina Kirchner por presuntos hechos de corrupción, no ha concluido. Podría agravarse aún más si el máximo tribunal judicial decidiera el martes próximo, día de acuerdos, aceptar las apelaciones de la ex presidenta mientras se realiza, al mismo tiempo, el juicio oral”.

Nótese que la gravedad no reside en que comience un juicio sin pruebas, sino en que se conceda la apelación presentada por la acusada para poder presentar esas pruebas, acción que hasta ahora le ha sido denegada, poniendo al debido proceso en un lugar que nunca se conoció desde el retorno a la institucionalidad en 1983.

Pero Joaquín escribió el domingo cosas más graves, con tufillo a profecía oficial, de esas que suelen autocumplirse: “Al meter mano en procesos judiciales en curso, la Corte está a un paso de provocar la intervención del Poder Judicial dentro del propio Poder Judicial. Esta es la gravedad de la situación, que en las próximas horas podría escalar hacia nuevos picos de incertidumbre”.

El Poder Judicial, es un hecho, debería ser intervenido, pero por las razones absolutamente inversas a las que propone el escriba tucumano: una administración de justicia que no se basa en el debido proceso no resiste en una democracia, y eso debe ser revisado.

Pero Morales Solá sugiere que el propio Poder Judicial puede autointervenirse sólo por el hecho de que el máximo tribunal impida que se juzgue y eventualmente condene a alguien sin las correspondientes pruebas y las reclame. Se está a un paso del golpe que esperan Stornelli, Guillermo Marijuan, Claudio Bonadio, Julián Ercolini, Carlos Rosenkrantz, Ariel Lijo, y otros que deberán rendir cuentas, más temprano que tarde, de sus fechorías jurídicas en perjuicio del estado de derecho.

Morales Solá, en su pico de insolencia institucional, vomita un párrafo sedicioso con el que pretende definir a ese tribunal máximo: “Es una Corte sublevada contra el gobierno de Macri, sobre todo desde que (Ricardo) Lorenzetti perdió la presidencia del cuerpo. Ninguna decisión sensible para el Gobierno salió con la más mínima contemplación. La postergación del juicio a Cristina, que no fue, formaba parte de esa historia”.

Y un último párrafo desnuda las profundas marcas en el rostro del editorialista mitrista ya caída la máscara que encubría su ebrio goce: “El poco prestigio que le quedaba a la Corte ya no existe. No lo resolverá con la distracción del anuncio de que Cristina sólo aspira a ser vicepresidenta. La Corte está a tiempo todavía de demostrar que sabe leer las leyes y que conserva la sensibilidad moral”.

O bien, como postula el come carroña Fernández Díaz: “El kirchnerismo en sangre es una patología contagiosa y chavista, sospechosa siempre de pretender arrasar con la Constitución nacional, desarticular el Poder Judicial y aplicar otras ocurrencias salvajes y antirrepublicanas que el Instituto Patria estudia sin disimulos”.

Podrían ser más honestos y decir: “Si quieren República, alcanza con D’Alessio, Stornelli, Bonadio y Carrió”. Pero son deshonestos.

Foto: Nicolás Aboaf | Infobae

La epopeya será gobernar

Durán Barba, el gurú ecuatoriano, sostuvo que Cristina es “la mejor candidata de la oposición” y que “una candidata con esa fuerza no va a dejar el poder, debe ganarlo por sí misma o poniendo a un testaferro que controle”. El ladrón considera que todas y todos son de su misma condición. Pero además confirma que él y Macri apostaban a polarizar con CFK, sea que estuvieran o no en lo cierto respecto de que eso lo mejor para el actual mandatario.

Marcos Peña, por su parte, fue el primero en desenfundar la enésima mentira macrista: “A nosotros no nos cambia cómo se organiza la oposición. Somos una fuerza coherente que representa el cambio, el futuro y la vocación de no volver atrás de la mayoría de los argentinos. Más que nunca defensores del cambio”.

El PRO puro y duro está muy nervioso. Sabe que las chances de que el peronismo incorpore el caudal electoral –escaso pero determinante– de Massa aumentan con Alberto F. al tope de la fórmula, pero simula que el anuncio de CFK no lo afecta.

Por detrás de ese engaño, el propio jefe de Gabinete, el indigno ministro de Justicia Germán Garavano, el presidente de Boca Daniel Angelici, amigo de Macri y operador judicial, entre otros personajes de la misma catadura, preparan el terreno para que la ex presidenta sea, de mínima, condenada y, de máxima, detenida con casco, chaleco y esposas.

La lectura de Cristina está profundamente vinculada con ese canto de sirenas y esas amenazas. Con la decisión de acompañar en segundo lugar a Alberto Fernández, la ex presidenta no definió una fórmula para ganar una elección, sino para gobernar un país devastado.

Quienes especulaban con que la derrota del Atila apátrida podría abrir una etapa en la que pudieran juzgarse con rapidez sus desquicios, retomar el control del comercio exterior y la banca, motorizar el aparato productivo como lo hizo Néstor Kirchner, y remover el tumor maligno de la deuda con una decisiva quita y un plan de pagos razonable, no contaban con la magnitud del daño ya realizado y el que aún le resta por ejecutar a la banda de criminales políticos más perversa de los últimos cien años.

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