Bioconstructores locales rediseñaron la Sara, una estufa creada por científicos argentinos en 2014. En diálogo con este medio, desarmaron los prejuicios en torno a los materiales sustentables y milenarios como el adobe, que promueven por sus múltiples propiedades.

Postes de madera, cañas de bambú, adobe e impermeabilizadores naturales, talleres y colaboraciones colectivas, son materiales e instancias con las cuales trabaja un grupo de bioconstructores de Rosario y alrededores. Por estos meses de frío y vacas flacas, construyeron con la modalidad de taller una estufa social de alto rendimiento creada en 2014 por investigadoras e investigadores del Inti (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), el Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas); y la UBA (Universidad de Buenos Aires).

Sara, como se llama la estufa argenta, fue modificada por este grupo denominado “Phi, construcciones en tierra”, sumándole recientemente un horno.

La idea es acercar en tiempos de crisis, una herramienta para calentar los hogares con materiales naturales existentes y de fácil acceso, como así también evitar daños ambientales, mejorar la calidad de vida de las poblaciones vulnerables socialmente y promover la autoconstrucción asistida y comunitaria.

En ese marco, este sábado 1° de junio, en Ibarlucea, se realizará el taller de estufa Sara modificada para horno, que comenzará a las 9 de la mañana, y se extenderá hasta entrada la tarde.

Cristian Salcedo se dedica desde el 2013 a la construcción y mantenimiento de viviendas. “Siempre que se pueda bajo la construcción con tierra”, aclara en diálogo con este periódico. Comenzó a trabajar con la arquitecta Carolina Brussa: “Con ella venimos hace varios años en distintas construcciones, hicimos cuatro o cinco estufas para la Municipalidad, centros de convivencia barrial, polideportivos y otros espacios. Y probando, leyendo y estudiando el uso de la leña y el aprovechamiento de calor, concretamos la primera estufa modificada con horno en un campo de la ciudad de Victoria”, cuenta este constructor de 40 años, y añade que una de las primeras estufas, la hizo en su propia casa.

De las construcciones en Alvear, Zavalla, Casilda, Pueblo Esther e Ibarlucea, surgieron mingas, encuentros colaborativos: “En cierto punto, fue para aprender a trabajar el barro y para colaborar en la construcción de viviendas”, explica.

“Haciendo estructuras de madera desde cero, techos verdes, reparaciones y ampliaciones hechas en barro. Ese es el ámbito donde nosotros nos movemos”, amplía.

Distintas personas pasaron por el grupo: Sebastián, Valeria, Nacho y Cecilia. Cristian había conocido a Alejandro Blázquez en la construcción de un Procrear que dirigía la arquitecta Brussa.

“Nos llevábamos muy bien con Cristian en el trabajo diario”, afirma Blázquez, que tiene 37 años, y agrega: “En un momento había un arquitecto que después se fue a vivir a Merlo, Julián Aquadro. Los tres le pusimos el nombre al proyecto Phi, construcciones en tierra”.

Phi (se pronuncia Fi) es el número áureo, una proporción que rige infinidad de cosas en la naturaleza, desde la secuencia de crecimiento de plantas, los diseños de los caracoles hasta en diseños de arquitectura y obras de arte.

En un principio, Blázquez no sabe muy bien cómo presentarse. Trabajó de muchas cosas. Estudió herrería, e higiene y seguridad. De esto último durante nueve años. Después se cansó, retomó la herrería y se internó en la bioconstrucción, no sólo en el armado de estufas, sino de casas, techos verdes y baños secos.

“Quise seguir trabajando con el cuerpo y las manos. Esto de darle una mano al otro y que sea tangible, que uno lo vea”, remarca y agrega: “A mí me llevó esto, un poco el sueño de darle un hogar a una familia en las mejores condiciones que se puede dar; y eso lo encontré en la bioconstrucción, porque es el mejor hogar hoy en día, no veo otra opción, por las características que tiene, el tema de que la casa respira, que la humedad está en un 50 por ciento dentro de la casa, cuando tenes una humedad del ciento por ciento afuera. Esto lo hace muy saludable por las alergias en los niños, los ácaros. Es una propiedad muy noble de la casa de barro a diferencia de la casa tradicional entre comillas, de ladrillos, que una las calienta a la noche, y al mediodía se enfrían, y digo entre comillas porque si hablamos de tradicional y vamos a la historia, la de barro está primero”, sentencia.

El herrero y bioconstructor, además destaca el sentido artístico que se pone en juego en las casas naturales: “Pueden ser aplomadas y rectas como se usa en ladrillos, o pueden tener curvas, zig zag; se pueden construir con botellas o paños fijos, hay una variante muy grande que le puede poner el dueño o la dueña de la casa”.

El espíritu es que no se usen materiales químicos, en lo posible, que se extraiga responsablemente de la naturaleza, usando pinturas hechas de cal, de ferrite, marmolina para que el agua no penetre, aceite de lino para impermeabilizar.

Los prejuicios no son pocos: “Nosotros los sudamericanos tenemos una mirada de la casa europea de ladrillos. Las personas que van en sentido de la bioconstrucción tienen que tener una apertura de conciencia importante. Muchas personas antes de conocer esto han dicho que es una porquería, uno tiene que lidiar mucho con eso, contarle a un amigo o a un familiar con mucho entusiasmo lo que uno está haciendo, y que se rían o que te pregunten mil cosas de forma despectiva hasta que van conociendo, es un trabajo arduo”.

Talleres
Este sábado 1º de junio, a partir de las 9 en Los Gorriones 791, en la localidad de Ibarlucea, el colectivo de bioconstructores estará brindando el Taller de estufa Sara modificada con horno, creación de científicos argentinos del Inti, el Conicet, y la UBA en 2014. Y el 8 de junio a las 9 habrá otra construcción de Sara en Rosario, Montevideo 329, departamento 1.

“Con el tema de las estufas de alto rendimiento es el mismo convencimiento, que se puede lograr con los mismos materiales que van de la mano con la bioconstrucción, y lograr calefaccionar con un sistema con mucha inercia térmica, el barro absorbe temperatura y la va largando de a poco”, asegura Alejandro Blázquez.

Cristian Salcedo, por su parte, destaca la experiencia grupal de la construcción: “En el taller pasan muchas cosas, algunos se sorprenden de lo que se puede construir con barro, otros lo rechazan en principio y después no lo pueden dejar, se mueve mucha energía, se hace un montón entre gente que no se conoce, que trabaja codo a codo, que entusiasma”.

“En el caso de las estufas, se arman en un día entre varias personas, teniendo en cuenta que normalmente se tarda entre dos y tres días. Pero lo principal es que estamos siempre aprendiendo cosas nuevas, y es una instancia que se escapa mucho a lo convencional, o a lo más comercial, porque no es un intercambio monetario solamente, es algo que va mucho más allá de eso”, culmina.

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