El Cafferata Bochin Club, de la calle homónima al 2300, que casi desaparece en la crisis de 2001, fue recuperado por un grupo de jóvenes y hoy luce como en sus mejores épocas.

Cafferata al 2300, cerca del mercado de Productores, cerca de la iglesia San Francisco y cerca de tantas necesidades, nos encontramos con el Cafferata Bochin Club, convertido en un espacio de encuentro por la decisión de un grupo de jóvenes que, allá a mediados de 2001, se lanzaron a su rescate.

Hoy, nos cuentan de los comienzos y del presente: Hugo, Mariel, Francisco, Maria, Dario, Dayanna, Leandro (Mercedes y Cyntia, estuvieron ausentes).

“Algo había que hacer, las deudas de los servicios de agua y luz ponían en peligro su continuidad”, nos dice Leandro, “entonces llamamos a una asamblea y propusimos, entre otras cosas, una huerta para obtener choclos que luego donaríamos a comedores comunitarios. Los choclos no llegaron a cosechar, pero lo que sí quedó sembrado fue algo nuevo en el barrio”.

Luego de la crisis de 2001, consiguieron un subsidio de 5 mil pesos que les dio algo de oxígeno. Con la primera peña, a un peso un libro, se ponía en marcha el cambio en el Bochin, de club exclusivo para varones, a un espacio en el que de a poco el protagonismo de las compañeras dejaría su marca. “Con los libros entraron ellas. Hubo que reformar el estatuto, que venía de los 60, porque les prohibía la entrada. En 2006 se creó la biblioteca, y se convocó nuevamente a asamblea para ponerle un nombre. Algunos queríamos el de Osvaldo Bayer”, nos dice Francisco, “y si salía esa propuesta vendría el propio Osvaldo a inaugurarla”.

Con las presentaciones de libros como Ciudad goleada, de Carlos Del Frade, y festivales de música, hubo un momento en el que el Bochin se volvió masivo. Dayanna nos dice que “con el Estado hubo ida y vueltas”. Lo que hoy queda, el “Si yo Puedo”, es una herramienta de alfabetización que los entusiasma y que muestra cuánto falta aún para emparejar.

Hoy hay talleres, danzas folklóricas y ciclos de cine con debate. Y, sobre todo, nos remarcan María, Hugo, Dayanna, Mariel, Francisco y Leandro, son las actividades que tienen que ver con la cuestión de género. Aquí se presentó Zuleika Esnal, con su obra Piel de cordero (Estoy Acá). “Nos, y me replanteó la cabeza”, dice Francisco. Y Hugo agrega: “Una vez por semana nos reunimos los varones a tratar nuestras inquietudes sobre ese tema. La cuestión es seguir aprendiendo”.

María, Dayanna y Mariel nos comentan que este sábado 8, al igual que el 15, se llevará a cabo la movida “Tejiendo Femicidios”, que consiste en tejer un pedazo de lana verde, con letras blancas bordadas recordando a una víctima de femicidio, retazos que luego serán unidos y enviados a La Plata, donde en octubre será el evento principal.

Entre risas, mates, cafés y algunas galletitas, y nuestro fotógrafo que trata de vencer la timidez del grupo, queda claro que más allá de las idas y vuelta con el Estado, y algunos vecinos renuentes a cuestiones colectivas, lo que se plantó allá por el 2001, y no hablo de los choclos, sino la voluntad de cambiar al Bochin, que no tenía cancha de bochas y sí deudas, no sólo monetarias sino también con ellas, con las mujeres y las pibas, siempre discriminadas. En este espacio, donde una mujer de 80 años aprende a leer y escribir y otra con su relato nos conmueve por haber sido víctima de violencia de género, sigue reverdeciendo.

Cerca de las 10 de la noche, las luces de la calle parecen no ser suficientes a la altura del 2300 de Cafferata. Pero ahí está el Bochin, el hormiguero con sus hormigas arrimando luces.

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