Cristina sonríe con soltura y picardía de forma genuina. Tanto, que contagia. Son miles acompañándola en el Salón Metropolitano. Son más afuera, en el soleado parque Scalabrini Ortíz. Imposible calcular más: streaming, televisión, redes sociales, el país, el mundo. Cristina está hablando de Manuel Belgrano, prócer de la patria, su ídolo. Es el Día de la Bandera, sería absurdo no mencionarlo. Sin embargo, ella va por más. Porque no sólo lo menciona: lo hace con pasión. Dice que le gustaría recordarlo más el día del Éxodo Jujeño que el día de su muerte. Dice que está segura que hubieran tenido algo: matrimonio no, porque a él “no lo casó nadie”. Hubiera sido su amante. Cristina habla del amor: la patria, la bandera, los 20 de junio en Rosario, el pueblo, Manuel Belgrano, Néstor. Dice que Néstor nunca se aburrió de ella. Y que ella aún extraña su compañía, la charla. Capaz de Belgrano se aburría, o al revés, él de ella. Por eso la vida juntos no. Mejor otra forma de la aventura.

La última vez que la senadora, ex presidenta y candidata a vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, estuvo en Rosario, fue el 20 de junio de 2015. Su último Día de la Bandera como primera mandataria. Ese día también estuvo soleado y también hubo multitudes, sólo que frente al Monumento, en un acto abierto, oficial, popular, para todos y todas, y que respetaba algunas tradiciones. La más importante: la presencia de la presidencia al alcance de la ciudad. Los tres 20 de junio que continuaron, con la alianza Cambiemos ocupando el ejecutivo nacional, las tradiciones fueron reemplazadas por vallado y vigilancia de Gendarmería. Algunos y algunas celebraron esa decisión: la leyeron como la vuelta de la fiesta patria al pueblo.

Este 2019, Cristina eligió el día de su ídolo para volver a Rosario y presentar su libro, Sinceramente, el más vendido del país. Su llegada se anunció con tres días de anticipación. La presentación iba a ser en el Salón Metropolitano y con invitación. Todo el mundo dio por sentado, sin embargo, que iba a ser un acto para todos y todas: nadie iba a pedir permiso para llenar las inmediaciones del parque y escucharla. Se repartieron 2 mil pulseritas azules, codiciadas hasta último minuto. Hubo algunas más rojas, para el sector de la prensa, y blancas, para “full acceso”. Para las decenas de miles de personas que no tuvieron esa suerte de privilegio, hubo pantallas y escenario en el Parque Scalabrini Ortíz. Sonó cumbia, sobró el mate y el porrón, y sobre todo el aroma esperado, un símbolo de lo que nunca se va: el del choripán.

Foto: Andrés Macera

Ni sumisa ni devota

La música en el Salón Metropolitano va y viene para todos los gustos: Pablo Lescano, el Indio Solari, Miss Bolivia, Divididos, Karina La Princesita. El ritmo se siente. Hay 2 mil sillas y pocos las usan. Van desfilando figuras: el ex jugador canaya, Puma Rodríguez y el ex arquero ñubelista, Nahuel Guzmán; la jugadora Macarena Sánchez; los músicos Coki Debernardi y Popono. Abundan los abrazos, el bailecito, la charla y la ansiedad, que sólo se baja elevando los dedos en V y cantando que vamos a volver, oh, oh, oh vamos a volver. La misma música se escucha afuera y la coordinación de las cámaras se encargan de que interior y exterior sean lo mismo. Abrazos, bailecito, charla, ansiedad, dedos en V, cantitos. En los dos escenarios hay algo que resalta y también es de todos: la bandera argentina. La pantalla, por las dudas, lo recuerda. Dice: “Día de la Bandera, Rosario, provincia de Santa Fe, 20 de junio de 2019”. Acá se presenta un libro, pero se festeja la patria.

Cristina Fernández de Kirchner sale al escenario pasadas las 17.30. Luce una camisa blanca y una campera de hilo celeste. Saluda y el público se quiebra. Instantáneamente, el acto se convierte en un momento tan íntimo como colectivo. El himno suena en primer lugar. Canta Charly García y la ex presidenta mueve las rodillas, como dando pequeños saltos en el lugar. Hace caras mientras canta y se mueve. También es su fiesta.

La presentación va a durar una hora, minutos más, minutos menos. El encargado de guiar la charla es el escritor y periodista Marcelo Figueras, quien dialoga, pregunta y responde. Pareciera que hace malabares para no ser adulador. Y le sale muy bien. Ella va y viene. Recuerda la negociación con los fondos buitre de 2015 y la firma con el FMI, el 20 de junio de 2018. Y se pregunta qué es la Patria para cada quién. Dice que para ella los feriados son de disfrute y reflexión. Pero que en estos días, “con el estómago estrujado”, no hay lugar para eso. Habla de la desocupación, del ataque mediático que recibió sobre su gestión, del acto del presidente horas antes. Y remarca, contundente: “Para hacerla corta, si vos defendés al pueblo, te matan, no te perdonan nunca más».

Foto: Manuel Costa

Cristina también habla del odio: “Nada bueno puede surgir de una Argentina envuelta en odio y divisiones”. Y para contrarrestar, hace fuerte hincapié en el amor. No sólo el de Néstor. También habla de las cosas que pasan. Volverse una más también es una forma del querer. Dice en algún momento, más temprano que tarde, que el libro fue una forma de catarsis, de contar cosas, de decir lo que le pasa. Y que Sinceramente terminó desprendiéndose de ella. Esta vez, no somos Cristina. Ella es nosotros. Y sobre todo, nosotras. Le habla a miles de personas en su libro de la primera noche que durmió sola, en la casa de su hija; y a miles de personas desde Rosario le habla de sus rulos y de cuánto le gusta tener el pelo largo. También le dedica tiempo a defender con uñas y garras el maquillaje: “Moriré pintada, cual momia egipcia. Si me encuentran, que vean que estaba pintada. ¡Me encanta!” Pareciera que, como cada una de las personas que dialoga con ella desde el público, el parque, la pantalla, ella también lleva cuatro años construyendo trincheras de resistencia, sea, en su caso, una charla con su hijo, una fantasía con su ídolo, escribir un libro o dar un paso al costado en su candidatura a la presidencia. Cada una de esas decisiones parece un bálsamo para el pueblo y caen como una cuota de alegría sobre la multitud. Cristina cumplió en Rosario el objetivo que pareciera tener este año: reorganizar la esperanza.

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