El cipayaje argentino siempre está por encima de lo que sus propios amos le imponen en la letra chica de los tantos contratos espurios de que se valen los imperios. Un nuevo ciclo de ese antimodelo parece estar llegando a su fin. Pero puede fallar.

La orden de compra de decenas de aparatos North American F-86 Sabre, usados en Corea por parte de la Fusiladora de Pedro Aramburu e Isaac Rojas, está inscripta en el ADN de la antipatria cipaya moderna.

Para 1954, sólo tres naciones en el mundo tenían capacidad para construir aviones de combate a reacción: los EEUU, que fabricaban los Sabre; la Urss, con sus MIG, y la Argentina, con el Pulqui. No es un mito del peronismo, fue una realidad científico tecnológica y un avance industrial de proporciones.

Pero Aramburu y Rojas quemaron los planos del Pulqui, tiraron abajo los hangares, destruyeron los prototipos y los cazas ya fabricados, y echaron paladas de tierra sobre ese estadio de desarrollo de la industria militar estatal argentina.

Podrían haber puesto en juego otro modelo de país. Industrial, pero liberal, gorila, con sueldos a la baja, menos derechos, pero sin interrumpir los saltos de calidad industrial que la Nación había alcanzado. Pero no.

¿Para qué fabricar aviones de combate si los podemos comprar usados y baratos a los estadounidenses? Y existen casos, como el de un empresario textil que se hizo millonario con las políticas públicas de Perón, pero usó buena parte de esos millones para atacar al líder y a su modelo: Raúl Lamuraglia.

El Grupo Braden

En la provincia de Córdoba, entre julio y agosto de 1955 se dio una seguidilla de atentados con bombas o incendiarios. Dos grupos de comandos civiles radicales atacaron seis unidades básicas peronistas, la sede de la UES, de la Confederación General Universitaria y un busto de Eva Perón en Unquillo.

Una de esas bandas de forajidos disfrazados de demócratas actuaba bajo las órdenes de Mauricio Yadarola y Rodolfo Amuchástegui, la otra al mando de Eduardo Galmond y Santiago del Castillo. A todos esos tipejos los venía bancando, literalmente, un “hombre de negocios” llamado Raúl Lamuraglia.

Este fulano, ya en 1946, por medio de cheques millonarios de su cuenta en el Bank of New York financió la campaña de la Unión Democrática –la lista rival que enfrentó a Perón en esas elecciones presidenciales–, fondos que en verdad costeaban los gastos de campaña del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical y de sus candidatos José Tamborini y Enrique Mosca. Era el financista del embajador norteamericano Spruille Braden, en guerra contra Perón y, antes, contra la Revolución Nacional de 1943.

En 1951, el “hombre de negocios” aportó mucho dinero para lubricar los entretelones del fallido golpe del general Benjamín Menéndez, osadía que lo llevó directo a un calabozo. Cuando recuperó su libertad, huyó al Uruguay.

El Grupo Braden estaba integrado por el propio Lamuraglia, uno de los dueños del diario La Prensa, Alberto Gainza Paz, Manuel Ordóñez, Eduardo Augusto García, y Francisco Manrique, que fue preso tras el bombardeo a Plaza de Mayo en junio de 1955, por intentar –como comandante de la fragata Hércules– insubordinar a la flota de mar anclada en Puerto Belgrano.

Lamuraglia fue el primer impulsor del bombardeo. En 1953 armó una colecta entre sus amigotes y con lo recaudado compró un avión de combate en Estados Unidos, un Douglas Dauntless, que llevó a Montevideo para realizar “la misión de su vida”: matar a Perón y bombardear la Plaza de Mayo.

Quien pinta al óleo a Lamuraglia es el gran Teodoro Boot en un artículo titulado “El suegro de Batlle, el energúmeno”, y publicado en el blog personal del periodista Juan Salinas, El Pájaro Rojo: “…empresario textil y presidente de la Unión Industrial, que no desentonaba en lo absoluto con el embajador (por Braden): en 1945 entregó un cheque por una impresionante cantidad de dinero como aporte a la campaña de la Unión Democrática. Para entonces, Raúl Lamuraglia ya era famoso debido a su pertinaz negativa a pagar aguinaldo a los obreros de su hilandería, motivo por el cual fue multado por el gobierno del general Edelmiro J. Farrell”.

Mencionando la adquisición del caza yanqui en 1953, Boot destaca: “Dos años después, para hacer algo muy parecido, no fue necesaria la compra de ningún avión: bastó con que algunos capellanes convencieran a unos cuantos pilotos navales y aeronáuticos”.

Según el escritor y periodista, “Lamuraglia se puso a salvo de una segura internación en algún instituto neuropsiquiátrico exiliándose con su familia en Uruguay, donde su hija pronto conocería a un joven botarate, de espíritu alocado, vástago de una de las familias tradicionales de la República Oriental”.

El botarate llegó a ser presidente del Uruguay, y en el breve período en que Eduardo Duhalde estuvo a cargo del Poder Ejecutivo en la Argentina, se hizo famoso cuando le dijo a un periodista, en medio de una entrevista, y mientras pensaba que no lo grababan, una frase por la que después debió pedir disculpas: “Los argentinos son una manga de ladrones, del primero al último”.

Boot plantea una duda inquietante respecto de Batlle: “Como debió cruzar el río y pedir disculpas, con lo que el incidente internacional quedó olvidado, nunca se supo si acaso no se había referido a su suegro”. Y agrega, con idéntica fina ironía: “Retirado de la vida política medianamente consciente, «expresó su deseo de que la presidenta Cristina Fernández no se recupere de su dolencia y desaparezca de la escena para que Argentina retorne a la normalidad». Seguramente nunca se sabrá si, al hablar de recuperar la normalidad, acaso nuevamente no se estaría refiriendo a su suegro y a los amigos de su suegro”.

Pero tal vez lo increíble de esta historia sea que este “hombre de negocios”, “con las políticas de promoción industrial del peronismo su fortuna se había expandido en una década de crecimiento económico”. Su textil ganaba si había peronismo, no si él y sus amigos con la fortuna ganada durante el peronismo, lo bombardeaban. El dato, que por ahí pasa inadvertido: era el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), para que algunos dejen de pensar en contar con una burguesía nacional.

Adelante, radicales

Aquella entrega de patrimonio nacional, su renta, su capacidad tecnológica, su desarrollo industrial, ni la actual, con el agravante del descomunal endeudamiento financiero, tuvieron y tienen cómplices políticos radicales, y esos conservadores que se creen peronistas, como el perro de Perón, que se creía león sólo por llamarse así.

Una anécdota radical poco conocida. Aramburu quería postergar hasta 1956 el golpe final contra Perón, se venía el verano, las licencias de las tropas de soldados conscriptos, la custodia bajo llave del material bélico.

El dirigente radical Arturo Frondizi, citado por Isidoro Ruiz Moreno en su libro La revolución del 55, dejó sentada su posición, haciendo quedar a Aramburu como un cagón: “Señores, yo no voy a llenar las cárceles de radicales saliendo con la Marina sola; necesito un general”.

Hoy, junto con sus socios radicales, el presidente Mauricio Macri, después de firmar el preacuerdo con la Unión Europea (UE), que vaya a saber si alguna vez podrá instrumentarse, lo sigue defendiendo y, como publicó Redacción Rosario, encima le quiere vender la soga al condenado a la horca.

Fue tan evidente el golpe que sufrió Macri de parte del sector pyme ante el entusiasta anuncio del acuerdo que no es aún un acuerdo, que debió salir a dar explicaciones que, lejos de calmar, es un anuncio que conlleva la confirmación del perjuicio.

Pero en Olivos, donde el CEO mayor los convocó, estaban sentados los directivos de la Cámara Alimentaria (Copal), de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (Came), del foro empresario de Idea, de la Unión Industrial Argentina (UIA), la Asociación Empresaria Argentina (AEA), y de la Cámara Argentina de Comercio (CAC), entre otros.

¿Qué hacían allí, escuchando cómo la sociedad filantrópica de beneficencia UE iba a otorgar un fondo para las pymes argentinas, para que se tornen competitivas? Si el acuerdo fuera tan bueno, ¿para qué un fondo?, ¿por qué sería necesario para Europa fabricar su propia competencia?

¿Los supuestos euros para reconvertir qué?, podría preguntarse una fábrica de calzado deportivo que debe competir con una empresa alemana que produce zapatillas de alta gama fabricadas con salarios de Tailandia, ensambladas en China y puesto el sello de marca en, digamos, Dortmund. Y así se puede recorrer rubro por rubro.

Macri, no obstante, les ratificó esa iniciativa a los empresarios y explicó con más detalles el alcance del acuerdo entre Mercosur y la UE, y ahora quiere tratados de libre comercio con todos.

Al defender el acuerdo con la UE aseguró que “es falso que dañe el mercado argentino”. También les comunicó que ahora quiere lanzarse a firmar convenios de libre comercio con otros bloques regionales, como si hubiera visto una veta para explotar en la campaña, acaso porque el cipayaje no está exclusivamente en las capas más altas de la pirámide socioeconómica, sino que tiene millones de adeptos incautos, o simplemente imbéciles, que compran tanto los espejitos de colores de la mano invisible del mercado como la libre asociación comercial entre países asimétricos.

Así piensa cosechar votos Macri: pronosticando nuevos pactos de comercio con la Efta, un bloque alternativo a la UE integrado por Austria, Dinamarca, Reino Unido, Noruega, Portugal, Suecia y Suiza. No contento con eso, insistió en llegar a acuerdos con los EEUU, Canadá y China.

Macri descartó que los acuerdos tiendan a “dañar al mercado argentino”, y hasta prometió que desde el Gobierno se va a “cuidar” a la industria local. Hay que creer eso que sale de la boca del mandatario.

La Asociación Pyme advirtió que Argentina se convertirá en un país “colonial”, y sostuvo que “el revuelo que generó (el acuerdo con la UE) es una cortina de humo”. Claro, conciso, como una remake mala del Pacto Roca-Runciman, los dueños de las pyme aseguran que se exportará materia prima y “ellos darían la materia procesada”. Ningún secreto, no hay novedades, se siguen quemando los planos del Pulqui.

Mientras tanto, mientras se desarrolla una atípica campaña electoral, en la que se mezclan el horror de personas muertas de frío en las calles de la ciudad con mayor presupuesto del país con discursos que dan cuenta de una “recuperación de la economía”, otros de esperanza de que este infierno no resulte más encantador, los gremios salieron a marcar con tiza brava los límites del gobierno gorila.

El Frente Sindical para el Modelo Nacional bancó un documento que fue presentado por el secretario adjunto de Camioneros, Pablo Moyano, con 16 demandas que “necesitan respuesta urgente” del mejor equipo para llenarse de plata de los últimos 200 años.

Oposición a las reformas laboral y previsional; aumento en las jubilaciones y los haberes mínimos; la eximición del impuesto a las Ganancias; el cese del “cierre de fuentes de trabajo y la pérdida de empleos”, en un contexto “poco favorable para firmar contra reloj acuerdos de libre comercio que implican no sólo la dependencia económica, sino la soberanía nacional”.

En ese sentido, los gremios plantearon un “rechazo a este acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, que seguramente viene de la mano de la reforma laboral, que es el objetivo del Gobierno”.

Si los cipayos no han crecido exponencialmente en las capas medias y bajas, este Gobierno debería estar más preocupado por ir vaciando los cajones que por intentar una reelección. Pero la expansión de ese tipo de suicidas sociales no ingresan en categoría alguna que pueda ponderarse a través de las consultoras que miden imagen o intención de voto.

La esperanza de una Argentina justa, libre y soberana descansa en quienes, como siempre, entienden que no hay razón que pueda explicar que un país que produce alimentos para diez veces su población, contenga a centenares de miles o millones de hambrientos. Los límites son el hambre y la muerte. Y ya hay mucho de todo eso.

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