A Lato Ferrarón, Amarú Luque, Pepo Briggiler,

Adriana Estévez y Graciela Koatz, in memoriam.

Cuando la muerte

no es algo lejano, ni natural

–porque lo natural, a esa edad,

es que se vea bien lejos–

algo se trastoca.

Algo altera el orden –¿natural?–

de las cosas, haciendo

que todo permute su lugar.

Ellos tenían la muerte cerca,

todos los días,

o día a día. Y la miraban,

con los ojos grandes, bien abiertos,

sin miedo y sin angustia.

Sabían que era una contingencia más,

y no daban por ella más

que lo que darían por la misma vida.

No temían morir, porque vivir

sin muerte, para ellos, no era

vida.

************

No eran por ello tanatófilos,

cultores de la muerte. No amaban la ausencia

de la vida sino su presencia plena,

mayestática. La muerte, así, aparecía

en toda su crudeza como un evento

inevitable, sin ser por ello trágico.

Podía ser, por el contrario, tolerable,

–incluso amigable– mirado en su faz

instrumental: la muerte, la propia,

o la del enemigo, no era más que un medio,

un pasaje, un pasaporte,

para arribar a un mundo nuevo,

a un hombre nuevo,

a un tiempo nuevo,

que estarían hechos, naturalmente,

con todas esas vidas segadas

por la muerte.

************

La muerte, entonces, no era muerte.

O no era aquello que suele entenderse

como muerte:

la negación, la ausencia, la falta,

el vacío.

Y aunque muchos de ellos habían sido

criados en una vida religiosa,

hacían de la muerte una potencia,

una fuerza vital que transformaba

las cosas de raíz,

sintiéndola no como una negación

sino una afirmación alegre, absoluta.

La afirmación de una vida nueva,

más justa, más digna,

más humana.

************

Tenían, de tal modo, una mirada alegre

en medio de una vida alegre. No significaba

eso que fuesen negadores, alucinados jugadores

que apostaban sin medir las consecuencias.

Pero la cercanía de la muerte, su inminencia,

jamás representaba un obstáculo, ni aún menos

un temor capaz de hacerlos desistir

de sus propósitos.

La muerte no era más que un acicate, un desafío,

que los llevaba a buscarla para sentirse, así,

más vivos cada día.

************

Murieron, en consecuencia,

del modo en que vivieron. Solos,

acompañados únicamente por sus ideales.

Y aunque no haya habido,

en ese momento ni manos ni voces

fraternas abrazándolos,

aquí están, hechos carne, presencia,

aliento cierto,

en esta memoria inclaudicable

que, pese a todo,

los sigue manteniendo vivos.

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