El contrapunto entre los discursos de Juntos por el Cambio (JpC) y el Frente de Todos (FdT) era obvio, esperable. Habrá que ver si algunos artilugios de Mauricio Macri tienen efecto electoral. El peronismo interpeló a un abanico mucho más amplio, y en clave paz y amor.

El macrismo ya podría registrar su modelo de campaña bajo la sigla MOM, que sintetiza las tres palabras que lo representan, también, a la hora de gestionar: Miedo, Odio y Mentiras. Sus candidatos, especialmente el actual jefe de Estado, no dejaron de apelar al miedo al pasado, al odio político, social y racial, y a las mentiras y fake news.

¿Tendrá efecto en las urnas el próximo domingo, cuando comiencen a contarse los votos de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (Paso)? No se sabe, pero es muy probable que a JpC le haya servido para retener su núcleo duro, uno de los objetivos del asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba.

En el otro rincón del ring, la dupla integrada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner se manejó con la cautela de un tigre al que ya una vez se le escapó la misma presa, y sacó a relucir las dotes dialoguistas del primero y el carisma encantador de la segunda.

En el cierre de campaña del peronismo en Rosario, con dos breves discursos, con palabras austeras de cara a un futuro que se vislumbra esperanzador pero con una ardua faena restauradora por acometer, las promesas tuvieron la densidad que requiere la hora.

Esta columna intenta explorar lo que se dijo, cómo se dijo, y a quiénes se intentó interpelar por parte de las dos grandes fuerzas que dirimen este año dos modelos de país, sin lugar para terceras fuerzas que no están en el cono de sombra de la política por imperio de los dos polos mencionados, sino por su propia incapacidad para leer la historia y la coyuntura.

Frases hechas, palabras vacías, gestos vigorosos

Pareciera que la intención de los estrategas de campaña de JpC gira en torno de la construcción de frases que tengan impacto, pero una falta casi total de contenido, ya sea político, social o meramente simbólico. Qué puede querer decir, sin mencionar a un sujeto, la frase de Macri con la que el diario La Nación tituló el cierre de campaña en Córdoba: “Tenemos que vencer la resignación y el cinismo”.

Es obvio que ese enunciado cuenta con una construcción previa del sujeto hacia quien está dirigida la frase, pero aún así, si el kirchnerismo fuera el símbolo de la resignación y el cinismo, ¿cómo vencerlos? ¿Quiénes lo harán? Nada de eso parece importar cuando se plantea todo el tiempo que “lo hacemos juntos”, que se trabaja “en equipo”, la nada misma puede ser corporizada en cualquiera de esos dichos.

La pequeña colección de frases revoleada en ese acto en la Docta ayuda en cierta medida a entender algo del sistema de signos y guiños que el macrismo pone en juego cuando está en campaña, algo que hace mejor que gestionar o administrar.

  • “Parece que fue ayer, pero hace cuatro años acá comenzó a gestarse la decisión de cambiar”.
  • “Es muy importante ir a votar el domingo. Se definen muchas cosas”.
  • “Qué lindo estar de vuelta acá, por favor. Estoy feliz de estar en esta provincia que es el corazón de la Argentina. Ya soy cordobés por adopción y con el cuartetazo me defiendo”.
  • “Acá se empezó a escuchar despacito una frase que después se volvió un grito ensordecedor, el «sí se puede». Todos entendimos que el «sí se puede» es un grito de rebeldía. Significa que sabemos que somos protagonistas de nuestro futuro”.

¿Cuántos de quienes estaban en ese lugar se pusieron a pensar que Macri les estaba diciendo que eran protagonistas de un presente que hace cuatro años era el futuro y que se traduce en desempleo, más pobreza, inflación galopante, una deuda impagable?

No funciona así, se podrá argumentar, e incluso inferir que ahora Macri les propone ser nuevamente figuras centrales de lo que dejará en pie dentro de otros cuatro años y que eso es recibido con entusiasmo, pero ¿alcanza eso para pensar que alguien entiende algo de lo que aplaude?

“El último año fue difícil, pero ustedes estuvieron y apoyaron, así que gracias de corazón”. Es muy fuerte, pero lo dice así. Los hechos se agolpan, nadie los provoca. Suceden. Pasan cosas, algunas fáciles, como que las empresas energéticas embolsen miles de millones de dólares. Otras difíciles, como eso de no llegar a fin de mes, comer salteado, vivir en la calle.

¿Con qué se decodifica ese discurso? ¿Es posible hacerlo o cabe, vaya la paradoja, dejarse llevar por la resignación y el cinismo? Y ahí cabe razonar que podría tratarse de una simple y llana proyección psicoanalítica llevada a la categoría de discurso político: una fuerza política cínica que opera sobre una sociedad resignada. Tal vez.

“Córdoba tiene mucho para dar, pero para que esos sueños no se frenen tenemos que seguir en este camino. Tenemos que seguir venciendo el cinismo, la resignación y la desidia. Tenemos que poner el Estado al servicio de la gente y no de la política”.

Serán frases hechas, pero nadie podrá decir que son livianitas. La desidia debe ser una de las palabras que más se utilizan, y casi siempre vinculada con las autoridades, ergo, con el Estado, con la polìtica, que es la única que puede darle un sentido colectivo al Estado. Ya se sabe qué tipo de rol y sentido le da el mercado.

Y “la gente” son ellos, pero no todas y todos quienes rodeaban en 360º al Presidente-candidato. No los 5 mil asistentes a ese acto teatralizado. “La gente” son Macri y sus socios, y al servicio de ellos debe estar el Estado, como lo viene estando desde el 10 de diciembre de 2015.

Es interesante observar cómo Macri cerró esa suerte de círculo de sal en Córdoba, esa especie de hechizo –recordar que a Juliana Awada le dice “La Hechicera”– ese ritual popular con que se protege lo más preciado: la familia, el dinero, el poder.

El Presidente lanzó: “Ahora tienen mucha más responsabilidad de la que tenían hace cuatro años. Tienen que ratificar todo lo que hicimos hace cuatro años y decir que esto vale la pena, que los cambios de raíz no se hacen de un día para el otro, que todo lo que hemos hecho no fue en vano. Todo eso empieza a decidirse en pocas horas”. ¿Un puente que une al cinismo con la perversión? Quizás.

El capítulo mediterráneo concluyó con un párrafo memorable, que vale la pena transcribir completo, tal cual lo publicó La Nación, porque se trata de una construcción que acaso haya sido realizada vía cucaracha, dictado a control remoto, como lo hacen a veces los productores generales con los conductores de TV:

“Este domingo se deciden muchas cosas. Se decide si seguimos avanzando hacia el futuro o si volvemos al pasado. Si seguimos dando batalla contra la delincuencia, mafias y corrupción. Se decide si se sigue respetando al que piensa distinto. Si seguimos integrándonos al mundo o le damos la espalda y seguimos en el estancamiento. Todo esto se define con tu voto. Por eso es importante que todos vayamos a votar el domingo”, dijo Macri.

“Esta incertidumbre política hace daño”, dijo, sobre la paridad que se vive en la previa a las Paso contra la fórmula de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Y agregó: “Cuanto antes confirmemos que vamos para adelante, más rápido vamos a avanzar”.

Toda la carne en el asador. Nada improvisado. Habrá que ver que tan efectivo resulta a la hora de contar los votos, sobre todo en una capital de una provincia que en 2015 ayudó a Macri a ganar, donde Cambiemos cosechó el 70 por ciento de los sufragios. Cuando se sepa en realidad cuánto de aquello sobrevive, también se sabrá cuánto puede sostener el marketing a un Gobierno que parece en retirada.

El alarido sobreactuado

El cierre de campaña en el distrito que lo vio nacer en la política fue en el microestadio de Ferro Carril Oeste, según señaló el diario Crónica por una cuestión de cábala, ya que en 2015 y 2017 también utilizó las instalaciones del club de Caballito para cerrar la campaña en la Caba.

Macri, al elogiar a sus socios políticos viejos y nuevos, como la Coalición Cívica, Confianza Pública, Evolución y el Socialismo sostuvo una frase curiosa, a la luz de los resultados de su gestión: “Las diferencias nos hace (sic) encontrar soluciones”. ¿Podría interpretarse que se debe a esos socios el no haber encontrado esas soluciones? ¿O serán menos las “diferencias” realmente existentes entre esas fuerzas y Juntos por el Cambio?

Vale aclarar que los referentes de esos socios son Elisa Carrió (ausente en el acto, sin que los medios hegemónicos hayan dicho una palabra), Martín Lousteau, el socialista Roy Cortina, es decir, nadie que haga cuestionamientos de fondo al modelo de rapiña financiera, extractivista y rentista que enarbola este Gobierno.

En Ferro Macri hizo mención a una obra concreta, lejos de las generalizaciones habituales: el entubamiento del arroyo Maldonado, que en realidad planificó, licitó y no llegó a ejecutar Aníbal Ibarra en 2004, cuando fue eyectado luego de la tragedia de Cromañón.

Cuando recién asumió en la Ciudad de Buenos Aires, la avenida Juan B. Justo y toda una extensa zona de Palermo se inundó, como siempre ocurría, y Macri aprovechó aquel episodio para montar una escena que fue muy comentada en el cierre de campaña.

“¿Quién vive en la zona de Juan B. Justo acá?”, preguntó el Presidente a sus seguidores. Y continuó, apelando a su carencia oratoria : “La primera lluvia, los botes en Juan B. Justo… y me llevan a una conferencia de prensa… Y los periodistas, implacables, me preguntaron «¿qué va a pasar?». Y les digo que estamos proyectando una obra que está bajo tierra. Y me preguntan: «¿El año que viene qué va a pasar?»”.

Y entonces Macri sacó el mal actor que habita en sus entrañas: “Les dije que la obra recién la estábamos asignando, y que el año que viene se iba a volver a inundar y el otro también y en tres años también, pero que el cuarto año ya no se iba a inundar. ¡Y no se inundó más, carajo!”. No fue un grito, fue casi un alarido, sobreactuado, coucheado hasta la médula. Y la respuesta del público no tardó en surgir: «¡Borombombóm, borombombóm, para Mauricio, la reelección”.

Luego Macri ensayó el famoso gesto del Topo Gigio, instando al público para que entonara: «¡Sí, se puede!”. Y más tarde volvió a rememorar su paso por la jefatura de Gobierno de la Caba, cuando recordó la creación del Metrobús, e ironizó: “Ahora parece que el Metrobús estuvo siempre ahí y que hasta (Carlos) Gardel se lo tomaba”.

Antes de cerrar su exótico discurso, simuló una autocrítica: “Sabemos que falta, pero también sabemos que en lo que hemos hechos tenemos que encontrar la esperanza para encarar la segunda etapa”. Y en un alarde de sensibilidad, afirmó que le «duele que los argentinos la estén pasando mal”, aunque lo justificó con otra frase armada: “Los cambios de raíz llevan su tiempo”.

Volvió a sostener su batalla “contra las mafias, la delincuencia, el narcotráfico y la corrupción”. Y regresó con algo que lo obsesiona: “Si se (sigue respetando) al que piensa distinto”.

Que no haya podido sacar a relucir un solo logro de su mandato presidencial, y que haya tenido que resignarse a decir que “se puede llevar lo que se ha logrado en la Ciudad de Buenos Aires a toda la Argentina”, tal vez sea el la ratificación de que le habla a un público que no está esperando que diga mucho más, e incluso no le importa lo que diga, allí estará cuando haga falta apoyarlo con tal de que los negros peronistas, los K, o quien sea, “no vuelvan nunca más”.

Un contrapunto interesante lo protagonizó Hugo Moyano, con un aporte que bien pudo salir de la boca de cualquiera de los intelectuales orgánicos del peronismo, cuando cuestionó el rescate que hizo Macri de su presunta obra que evita el desborde del arroyo Maldonado, y sentenció: “La ciudad se inunda de gente con necesidades extremas”.

Esa metáfora, construida con las sólidas bases de una sociedad en estado de indigencia, abandono, inseguridad laboral, que se apoya en el desgarro de una comunidad a la que el régimen actual vino a desordenar, desarmó cualquier posible efecto positivo de un autobombo que debió remitir a otra época, porque la presente le niega al mandatario cualquier logro.

Una luz de esperanza sobre la multitud

Más allá de lo que Alberto y CFK dijeron, cada uno cumpliendo un rol de campaña totalmente distinto, desde que se anunció quién sería el postulante a Presidente, lo cierto es que el común denominador fue que nunca prometieron que un eventual retorno a la Casa Rosada sería un camino de rosas.

Sin embargo, en el cierre de campaña del Frente de Todos en Rosario prevaleció la esperanza de que el ciclo inaugurado por Mauricio Macri en diciembre de 2015 culmine de una vez por todas.

Foto: Manuel Costa

Como se publicó en Redacción Rosario, “el miedo no es zonzo”, y está más que claro el miedo del macrismo, luego de constatar lo que pasó el miércoles en el Monumento a la Bandera le dejó la íntima certeza de que ya no alcanzan los artilugios de Macri como cruel ilusionista cruel para ganar elecciones.

La agenda de Alberto F. anterior al acto al que concurrieron alrededor de 200 mil personas incluyó a sectores que en su momento fueron la base de sustentación del armado institucional del macrismo.

Reunión con empresarios que reclaman a gritos un Estado que priorice las pymes y no los bancos; la firma de un compromiso federal con los gobernadores para poner de pie nuevamente a la Argentina, la invitación de la mesa ejecutiva de la Bolsa de Comercio de Rosario, donde el precandidato presidencial del Frente de Todos escuchó a todos y, acompañado por el gobernador electo de Santa Fe, Omar Perotti, y el primer candidato a diputado nacional, Marcos Cleri, abordó el tabú de las retenciones, que los anfitriones consideran casi el único tema que les interesa.

Alberto F. sabe que no puede prometer otra cosa que trabajo y un cambio de dirección, y así lo hizo, señalando que va a “cambiar la Argentina en el primer semestre” si es elegido, para sacarla del pozo en que Macri la dejó, recordando: “Lo hicimos una vez y lo vamos a hacer otra vez”.

Agradeció a su compañera de fórmula: “Si hoy estamos encarando este proyecto, nada hubiera sido posible sin la capacidad, la confianza y la visión de Cristina. Nunca más me voy a pelear con ella porque vamos a construir la Argentina que todos ustedes se merecen”.

Nadie escondió al otro, como ocurrió con Macri, a quien evitaban exhibir en los actos de campaña y hasta en el doblez de las boletas que eran entregadas a los seguidores en la provincia de Buenos Aires porque es considerado piantavotos.

Alberto tampoco escondió la historia de la que él mismo proviene: “Vamos a poner de pie a la Argentina como lo hicimos con Néstor en el 2003”. Y agregó, como para que no queden dudas de que siempre son los mismos los que dejan detrás al país en llamas: “Estos mismos personajes me dejaron en un laberinto con Néstor y todos ustedes. Nos dejaron con 11 mil millones de dólares de reservas reales y una moneda que se devaluó al 400 por ciento. Lo hicimos una vez y lo vamos a hacer de nuevo. No lo voy a hacer yo, lo vamos a hacer todos”.

Y en Rosario también dejó en claro la naturaleza del peronismo: “Nacimos para defender a la gente, para darle dignidad al pueblo. Tienen de mí la total certeza de que no los voy a defraudar. Si alguna vez me ven claudicar, salgan a la calle y recuérdenme que les estoy fallando”.

No son sólo palabras diferentes, son contenidos que interpelan en forma diferente a un país que no es el de Macri y sus socios. Es el pueblo de la Patria profunda, que espera volver a ver sus vidas ordenadas por el trabajo, que anhela ver a sus hijos educados, bien alimentados, con futuro, con sueños realizables.

Cuando Cristina habló antes que Alberto, preguntó: “Cuánta alegría. Mucha esperanza ¿no?”, la gente estalló, algunos reían, otros lloraban, pero todas y todos los presentes querían volver a tener futuro, ése que este modelo impiadoso les niega a rebencazos, balas de goma y gases.

Se la vio radiante a Cristina, pero lo más importante es que se vio a una ciudad que marchó a la par de los discursos, en paz, con alegría, con mucha energía contenida. Gente que asentía cuando la ex mandataria soltó: “Necesitamos hacer esto porque los dirigentes de ningún partido duermen en la calle, ni su familia. Ninguno se queda sin trabajo, ni come una vez al día, y puede comprar los remedios, por eso los dirigentes tienen la obligación ética de ponerle fin a esto. No podíamos pensar cuatro años más de estas políticas”.

La clave de cómo entender a un pueblo también se esconde en las palabras usadas para dirigirse a él: “Jamás imaginé que iba a ver las cosas que estamos viendo y viviendo. Nunca pensé volver a ver tanta gente y familias enteras viviendo en la calle”.

CFK reclamó a la multitud que no chiflaran ni entonaran cánticos contra Macri, fue severa: “No. Están esperando eso para dividir a los argentinos”. Es notable que los acusados de generar una presunta grieta que existe desde siempre apuntalaron toda la campaña la reconciliación, y los que venían a cerrarla nunca dejaron de fogonear el odio.

Cualquiera puede gritar la palabra carajo. Pudo hacerlo Hugo Chávez, cuando exclamó: “¡Alca, Alca, al carajo!!!”. Puede hacerlo un títere de esos “¡yanquis de mierda!” a los que desafiaba el líder bolivariano. El efecto, la tonalidad, el contagio de la multitud nunca serán lo mismo.

Macri pidió que lo voten sin dar argumentos, como si se tratara de un acto teologal, de pura fe. Tal vez por eso en el cierre de su campaña, Axel Kicillof decodificó esa súplica rumiante y desesperada, y lo hizo sin pelos en la lengua: “No dan argumentos porque no pueden hablar del presente, es una campaña muy extraña esta, no pueden hablar del presente, de la realidad, por eso no les queda más que la agresión. Tampoco pueden prometer nada por todo lo que prometieron y no cumplieron y sólo les queda esto, negar la realidad y atacar a los dirigentes opositores”.

Se trata de eso, y mucho más. Para Macri y sus secuaces, se trata de negar al otro, al que sufre. Y la Patria, se sabe, la Patria es el otro.

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