La palabra que mejor define el período que este domingo ingresó en la cuenta regresiva es daño. La que reina desde que se supo que el Frente Todos ganó es esperanza. El peronismo, otra vez, vuelve a vencer a la oligarquía.

“Tuvimos una mala elección”, dijo Macri a las 22.14, sin que hubiera un solo dato oficial cargado, y mandó a dormir a todos. Se estaba despidiendo del Gobierno, se estaba preparando para tener que gobernar sin poder hasta diciembre. Estaba de luto, porque acababa de entender lo que es una derrota incontrastable.

¿De qué sirvieron las tramoyas, la trampa artera, los artilugios pergeñados por el gobierno de Mauricio Macri para manipular los resultados de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (Paso)?

Un país dañado salió a la calle a votar. Y los millones de personas que emitieron su sufragio, no importa favoreciendo a quién, han sido víctimas de ese daño infligido para establecer un modelo que excede las categorías conocidas, porque no sólo se trata del retroceso a aquella Argentina de la dependencia, del cipayismo, del poder concentrado en las elites sociales y económicas, Macri instauró un formato de saqueo mafioso, exacerbando todos y cada uno de los rasgos de sus antecesores.

Los que apoyaron el proyecto de Cambiemos, aunque no lo reconozcan, e incluso aún siendo cómplices de que esa fuerza haya llegado al Gobierno, viven peor que en 2015, en todos los sentidos posibles, excepto en uno: se sienten perteneciendo a un sector que desplaza a un enemigo construido desde los albores de la historia argentina contemporánea, el negro, el vago, el peronista, cualquiera de las denominaciones que una parte de la clase media usa para diferenciarse de quienes son sus pares, lo reconozca o no.

Claro está que es necesario ponderar lo que ha sufrido el resto, el que no votó nunca a este régimen, y aquellos que pusieron su esperanza en un cambio, pero al sufrir las consecuencias del mismo hoy aborrecen aquella decisión.

En esta jornada se pusieron en juego las esperanzas de millones de personas, desde los obreros que tienen trabajo a los que lo perdieron, desde las amas de casa que ahora podrán volver a jubilarse, hasta los científicos, desde los cartoneros a los adolescentes que vuelven a tener futuro.

Este domingo encendió los ojos de los desencantados, de los enfermos que volverán a acceder a los remedios. Este domingo, es evidente, se fue a votar a la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner como si fuera la última tabla que evita ahogarse tras el naufragio de la Patria, como si la boleta del Frente de Todos fuera el talismán con el cual defenderse del crimen macrista, que intentó perpetuarse y ahora comienza a huir, en desordenada retirada.

Ya desde temprano, a las 18, comenzó a percibirse que en el Gobierno no había comando, que nadie daba órdenes para que se pudiese tener certeza de que los datos iban a estar en tiempo, como habían prometido, el sistema se cayó, los ingenieros informáticos de Smartmatic desaparecieron, y en un momento nadie sabía a qué hora iban a conocerse los resultados.

Lo que se abre es un camino hacia el round de esta pelea que puede ser el definitivo. Los 15 puntos que el peronismo le sacó  de ventaja al régimen macrista son una plataforma formidable, que para el oficialismo va a ser poco menos que imposible revertir. Pero es otra elección, y hay que darla, y hay que pensar que estas Paso van a representar para el electorado antiperonista que no votó a Macri en estos comicios una primera vuelta, e intentarán transformar la elección de octubre en un balotaje.

El marketing, el coucheo, las fake news, los bots y los troll center, los centros de poder económico, Jair Bolsonaro, Donald Trump, el FMI, no le alcanzó a un gobierno cruel, perverso, mafioso, que llegó para poner del lado del mostrador que antes ocupaba el Estado a sus socios, CEOs y secuaces, para saquear todo lo que consideran propio.

Macri sigue siendo un peligro. En lo que queda de su mandato seguirá haciendo daño. Lo dijo: “Estoy convencido de que el camino que se tomó es el correcto, pero la mayoría de los argentinos no votaron por volver al pasado sino otras opciones que tiene que ver con ir hacia al futuro, vamos a ver qué pasa en octubre”.

Todos los que pusieron toda la carne en el asador para que Macri gane, perdieron con él. No todos tendrán que vaciar los cajones de sus despachos, claro, pero en el caso de los mandatarios extranjeros deberán saber que de acá en adelante, si Alberto F. llega a la Casa Rosada, las condiciones de intercambio serán otras. El FMI sabe que deberá sentarse a negociar una quita y un plan de pagos que se base en el crecimiento equitativo de la Argentina. Perdieron porque, entre otras cosas, como dijo Cristina Kirchner desde Santa Cruz: “Nos pone contentos que los argentinos comprendan que tienen que cambiar”. Y de esas cosas saben el FMI y los poderes económicos, que cuando detrás de las espaldas de los gobernantes hay un pueblo que se ha propuesto volver a ser protagonista, no hay aprietes que valgan.

Alberto Fernández remató una noche de victoria con frases potentes, inaugurales: “Venimos a terminar con este tiempo de mentiras. Venimos a crear una nueva Argentina. Terminemos con este tiempo. Era mentira, ellos no eran el cambio, el cambio somos nosotros”.

Se cierra una etapa, qué duda cabe. Para los que decían que Cristina no conducía, les demostró que su estrategia no sólo resultó vencedora, sino que ratificó que es la estadista con más densidad y volumen que dio la política argentina junto a Néstor Kirchner desde la muerte de Juan Perón. Alberto Fernández tiene la oportunidad de subirse a ese podio, porque si lo hace, habrá nuevamente un proyecto de Nación que incluya a todos y todas.

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