Los tonos, contenidos y señales de los mensajes emitidos por gobierno y oposición desde el mismo domingo de las Paso a la noche exponen, entre tanta otra data, una gran paradoja política: los supuestos cultores del diálogo, el consenso, la racionalidad, el republicanismo, están sacados al punto de asustar un poco, hay que admitirlo. ¿Qué cosa, si no una suerte de brote de irracionalidad –por decirlo republicanamente–, fue la irrupción de Elisa Carrió aquel domingo a la noche, onda sacerdotisa crispada, en el escenario en el que unos minutitos antes vio y escuchó al otrora bailarín petitero paralizado y susurrante frente a la derrota?
Eso, admitir y asumir resultados adversos, es lo que hace desnudar el lado brutal de su intolerancia política a buenísima parte de los autodeclamados republicanos y respetuosos guardianes de la corrección democrática.
De ahí el reto presidencial amanecido del lunes a la mañana, o la nueva arenga, el jueves, de la profeta chaqueña mudada a Recoleta y amiga de las comparaciones con la historia del pueblo hebreo.
“Nos van a sacar muertos” de Olivos, vaticinó la dirigente que fue ungida como emblema de la tolerancia democrática, como abanderada de las libertades, como garante de una “república de iguales”.
Del otro lado, el espacio político señalado como populismo violento, autoritario, opresor, parece Alfonsín recitando el preámbulo en la campaña presidencial del 83.
El problema es que la paradoja se expresa en medio de un escenario social y económico muy complicado, con millones de compatriotas acosados por necesidades básicas insatisfechas, que no tienen mucho tiempo para dedicarse a contemplar azorados el emerger de republinazis, que quieren que diciembre llegue urgente, que si no tienen respuestas cuanto antes van a volver a hacer estallar todo.