El aval al asesinato por la espalda, la justificación al policía ejecutor de una patada mortal a un sospechoso que interrumpía el tránsito, la muerte a golpes de un jublidado a manos de custodios de un Coto porque no pagó un queso y dos chocolates, son parte de un signo brutal de época, que arrancó hace casi cuatro años atrás con gestos despiadados de un Estado salvaje, como salvaje también fue su política social y económica.

No hubo brotes verdes ni combate al narco y ni a la inseguridad, más bien todo lo contrario, los problemas se agudizaron, la pobreza, el hambre y la violencia recrudecieron, las armas se multiplicaron, las bandas narcos obsenizaron su fuego cruzado y en el medio quedamos todos mucho más expuestos. 

En Rosario, salir a la calle es una especie de ruleta rusarina, robos violentos, arrebatos al voleo, balazos o metrallazos de sicarios narcos que terminan también con la vida de cualquier persona que se cruce, o con las “balas perdidas” en los barrios populares, en donde no hay custodios ni alarmas ni sistemas de seguridad ni monitoreos digitales. 

¿Cómo parar esta ola de locura si desde el propio gobierno promovieron la doctrina Chocobar? Si Bullrich defendió el “prestigio” de una Gendarmería que reprimió de forma ilegal a una comunidad mapuche y produjo la desaparición y muerte de un artesano que, supuestamente, se ahogó en el río Chubut durante la huída a palos y balas de los agentes de verde, entre otros tantos casos de abusos por parte de fuerzas de seguridad que arrancaron con una paliza a pibas y pibes de una murga del conurbano bonaerense. 

Fuerzas de seguridad, además, infectadas hasta el hueso por las mafias. Policías provinciales y metropolitanas que ya son parte del mismo problema estructural del delito. ¿Cómo pudimos llegar a este punto como sociedad en el que aceptemos que se asesine con cobardía y cinismo desde el mismo Estado, cómo es que llegamos a tolerar vivir tan indignamente? 

Una respuesta es por lo pronto esperanzadora: hay una amplia mayoría de conciudadanos, de compatriotas que está a dispuesta a no tolerar más este infierno. Una mayoría que sorprendió a los más pesimistas. Una mayoría silenciosa que se puso de pie, que dijo basta, una mayoría que se reconoció en otra vereda, la de la lucha por recobrar los derechos, la de pelear por volver a tener sueños y vencer a tanta pesadilla. 

En medio de tanta locura, muerte y angustia, Benjamín, el pibe del club de fútbol infantil 7 de septiembre que estaba en coma en el hospital de niños por una “bala perdida” –vaya a saber de cuál de las tantas armas ilegales que pululan–, despertó. 

Y junto a él despertamos todos, todas, todes.

Porque la lucha es por Benja y por todos los niños, niñas y niñes. 

Porque hoy más que nunca tenemos que recobrar aquel viejo y hermoso deseo de vivir en una sociedad mejor. 

Por eso, una vez más, hay que volver a decir “basta”.

 

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