En las últimas semanas los incendios en el Amazonas han disparado alarmas en todo el mundo. Son alarmas fundadas, por cierto, sobre un tema que lleva décadas de discusiones, a veces estridentes y otras fuera del foco de atención.

“¡Extínguete, extínguete, fugaz antorcha! ¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!”. Seguramente Shakespeare escribió esas palabras sin pensar en Mauricio Macri o en Jair Bolsonaro, pero allí están, al cierre de la tragedia de Macbeth.

En medio del clima de alarma muchas veces se entremezclan los roles y se confunden voces y silencios. No falta quien hasta ayer menospreciaba el cambio climático y hoy clama al cielo por soluciones categóricas, ni quien descubre ahora lo evidente y grita como nadie lo callado hasta la víspera.

Entre la alarma por el daño ambiental se deslizan discusiones geopolíticas y pugnas entre potencias extra regionales. Esas pugnas no se originan sólo en el cuidado ambiental, y quizás no tengan allí su principal motor. Lo que sí está claro es que desde hace décadas las grandes potencias ponen en duda la capacidad y la responsabilidad de los países sudamericanos, y principalmente Brasil, de cuidar la selva amazónica, gran pulmón del planeta. Último gran pulmón del planeta, sería más preciso decir, aclarando que aquellos cuestionamientos no siempre gozan de credibilidad, por cuanto provienen de las mismas potencias que no sólo no cuidaron sus propios recursos y ambientes, sino que han promovido un extractivismo desmesurado que degrada áreas enteras del planeta.

Cierto ambientalismo imperial promueve la internacionalización de vastas regiones, alegando esa debilidad de los estados soberanos, y postula la existencia de bienes públicos globales, quizás para establecer zonas ambientales reservadas para la exclusiva ambición del capital trasnacional. Todos sabemos que Avengers: Infinity War, la película de Disney, no es más que un sano entretenimiento de superhéroes Marvel; pero Thanos, el más malo de los malos, justifica sus planes de exterminio poblacional afirmando que es necesario preservar ambientes planetarios para salvar un universo amenazado por la superpoblación.

Tras la caída del Muro de Berlín, la cooperación ante emergencias y catástrofes ha sido una de las políticas estadounidenses de softpower, una de las líneas de sustitución de la doctrina de la seguridad nacional, para influenciar sobre las FFAA latinoamericanas. El modelo exportable de la Fema (su agencia estatal para emergencias) mostró debilidades cuando las inundaciones de Nueva Orleans, y rasgos injerencistas cuando desembarcaron en Haití, unilateralmente, tras el terremoto.

Seguramente todo esto estuvo en consideración cuando se analizó en el seno del Consejo de Defensa de Unasur el objetivo de establecer un sistema de cooperación entre sus miembros para intervenir ante catástrofes y emergencias. Había un objetivo humanitario, y al mismo tiempo de afirmación soberana.

En agosto de 2013 se hizo en Manaos el Seminario Sud Americano de monitoreo de áreas especiales. El encuentro fue un hito más en la dinámica del Consejo de Defensa de Unasur, con la participación y el trabajo integrado de militares y funcionarios de defensa de Venezuela y Colombia, Perú y Ecuador, Bolivia y Chile, Brasil y Argentina, Uruguay, Surinam y Paraguay.

El Ministerio de Defensa de Brasil organizó aquel encuentro en la sede del Centro de Protección del Amazonas (Censipam). Su exposición giró en torno al funcionamiento de aquel organismo, y explicaron el trabajo integrado de las Fuerzas Armadas en el estudio y monitoreo de clima y régimen hídrico, su tarea de procesamiento e interpretación de imágenes aéreas y satelitales, y su accionar de inteligencia contra ilícitos que afectan a la región: minería ilegal, deforestación, contrabando, ocupaciones de tierras indias, narcotráfico. Brasil trabajaba, buscaba presentarse y se posicionaba como país líder en la protección de la Amazonia y la prevención del calentamiento global.

Durante las presidencias de Lula y Dilma se crearon nuevas áreas de conservación y lograron los niveles más bajos de deforestación de que se tuviera registro. El fortalecimiento de la presencia estatal, de sus capacidades militares y de la investigación científica en la Amazonia, se planteaba en cooperación con el resto de los países de la Unasur en el marco de lo que Celso Amorim llamaba política de defensa regional disuasiva y cooperativa. El cuidado ambiental y el ejercicio de la soberanía nacional iban de la mano. Además del cuidado de la biósfera había una clara política de mostrarse como un estado capaz de cuidar su propio territorio,

Bolsonaro, que junto con Macri ha promovido la destrucción de la Unasur y el alineamiento bobo con los EEUU, está en llamas por la cuestión ambiental, pero también amenaza hacer humo la soberanía de Brasil, arrastrando con su ruinosa política a toda la región. Las bravuconadas patrioteras y autoritarias son máscara y contracara de la resignación nacional y la balcanización sudamericana.

Macbeth, traicionero general del católico Duncan, Rey de Escocia, hace un pacto endemoniado con unas brujas –herejes– que le auguran éxito a su ambición, pero le advierten: “¡No temas a nada hasta que el bosque de Birnam venga a Dussinane!”, y que sólo podría ser derrotado por “alguien que no haya nacido de mujer” (lo que en aquel siglo XVII no buscaba introducir discusiones de género ni dilemas bioéticos). Macduff, que había sido sacado del vientre de su madre ya muerta, avanza con su ejército contra el castillo de Macbeth, y al pasar por el bosque de Birnam corta cada soldado una rama para camuflarse, y la visión del bosque talado agobia a Macbeth, que cae castigado como el traidor pérfido que fue.

Un buen gesto del presidente Macri ha sido ofrecer colaboración ante los incendios forestales. Contrasta un poco con lo que ha hecho fronteras adentro, las ausencias de su ministro de Ambiente, su irrelevancia grotesca y las invitaciones a rezar ante las catástrofes. Apenas asumió trasladó las competencias de intervención ante emergencias a la órbita del Ministerio de Seguridad. El 28 de diciembre de 2015, Día de los Santos Inocentes, anunció que la coordinación del Sistema Federal de Emergencias (Sifem) pasaría del Jefe de Gabinete también a la ministra Patricia Bullrich.

En paralelo a sus anuncios, Macri ha desfinanciado –como no se recuerda– al Servicio de Hidrografía Naval, al Instituto Geográfico Nacional y al Servicio Meteorológico Nacional, esenciales para conocer, relevar y monitorear el territorio. Trasladó desatinadamente a Seguridad la responsabilidad en Emergencias, con desmedro de competencias, recursos y capacidades de las Fuerzas Armadas. Como refutación a su propia decisión, como para mostrar que sería mejor que estuviera en la órbita de Defensa, tuvo que poner al frente de la Secretaría a un militar retirado, hombre con preparación y prestigio. Las fuerzas policiales no están diseñadas, equipadas ni entrenadas para ese escalón de intervenciones, por lo que el sistema sigue descansando en los recursos humanos y medios militares, que tienen equipos, probada preparación y larga intervención en catástrofes y emergencias.

La medida de Macri parece haber sido una más de las orientadas al vaciamiento de competencias de las Fuerzas Armadas, de goteo de recursos hacia el Ministerio de Seguridad, para alinearse de ese modo con los dictados norteamericanos de las nuevas amenazas, eludiendo un debate con la sociedad y actores sectoriales, políticos y académicos, que torciera los acuerdos que dieron sostén a las leyes de defensa, seguridad e inteligencia.

Así como entre los ambientalistas hay algunos disfrazados que buscan diferir la depredación reservándose la exclusividad a futuro, así entre los deforestadores los hay que se visten de gente preocupada por solucionar el problema del hambre en el mundo. Sumar tierras a la producción y expandir la frontera agropecuaria, incendiar para ahorrarse trabajo de tala, quemar para que la ceniza fertilice y la cosecha venga con más fuerza, son consignas que recogen y entremezclan saberes de subsistencia que vienen del neolítico, tecnologías y modos de producción superados, con la nueva pugna del agronegocio que busca hacer en América lo que no se permite en Europa. La deforestación sudamericana no busca resolver el hambre ni la desigualdad de los sudamericanos, sino abrir más, en favor de multinacionales de comercialización de commodities, una nueva sangría de recursos naturales, como agua dulce, suelo y biodiversidad. Nuestro país conoció experiencias de otorgar tierras en la Patagonia imponiendo la necesidad de terminar con el monte para que vinieran pasturas para fomento de la ganadería, lo que terminó en degradar árboles primero y pastos después. Hoy vemos todavía, en algunos parques nacionales, viejos troncos de lenga tiznados junto a renovales que, cien años después, no han podido alcanzar el porte del bosque quemado. En la llanura chaqueña son conocidas las consecuencias del extractivismo maderero y la tala posterior del bosque degradado, con ciclos de sequía y de inundaciones. La quema de pastos en las islas del Paraná para hacer lugar a la ganadería, también ha sido consecuencia de la puja por tierras para soja, con su carga de agroquímicos asociada. No está claro que sea productivamente sostenible, y sí está claro el impacto ambiental.

Salud y hábitat, seguridad y soberanía alimentarias, se entrelazan con nuestra política exterior y de defensa. Como ha dicho el poeta, no hay destino para los que no andan unidos, ni se pueden resolver aspiraciones sectoriales sin estrategias comunes y nacionales. El diálogo entre las brujas perseguidas, en el comienzo de la tragedia de Macbeth, también se podría leer en clave de unidad y de regreso: “¿Cuándo volveremos a encontrarnos las tres en el trueno, los relámpagos o la lluvia? Cuando finalice el estruendo, cuando la batalla esté ganada y perdida. Eso será antes de ponerse el sol”.

* Ex Jefe de Gabinete de Asesores del Ministerio de Defensa de la Nación.

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