La tromba emotiva se desplegó y, desde los corazones, abasteció a los corazones. El pueblo gimnasista es profundamente emocional, desde siempre y quién sabe por qué. Quizás los más humildes sienten más y mejor, tal vez algunas referencias como René Favaloro dejaron una impronta afectiva significativa. Por ahí los tangueros o las bandas de rock triperas hicieron surco palpitante en distintos espacios. En una de esas ciertas plumas hicieron cosquillas en los lectores y ciertas voces fueron más allá del éter. Quién sabe. Pero lo cierto es que así es la cosa.

Eso nos lleva a realizar algunas actividades a borbotones, estilo Armada Brancaleone, a respaldar procesos imposibles en situaciones ominosas, a jugarnos, a ser arbitrarios, heroicos y a veces injustos. En ocasiones, pese a tener preocupaciones hondas por asuntos materiales, estamos al borde de las piñas porque alguien ofendió a nuestro club o a nuestra gente. Y nos da una bronca bárbara que en los medios se hable mal de Gimnasia.

Ese espíritu, por así decir, encuentra algunos momentos de canalización explosiva. La tensión contenida se arremolina en un punto y hace eclosión, formando, encima del Bosque, un hongo atómico compuesto por pasiones intensas y variadas. A veces, pato; a veces, gallareta. En esta ocasión, el templo se sacudió hasta los cimientos y la bomba, al despejar la humareda, dejó una sensación de cansancio placentero, de sexo bien concretado, de trabajo bien realizado. De acierto pleno.

El entrelazamiento de Gimnasia con Maradona –todos los presentes lo percibieron en el momento que el crack se asomó entre las fauces del acceso y empezó a llorar-, es una instancia suprema, que puede compararse con otras vividas, cada cual con su rasgo diferenciado. Es que como hemos indicado, el tipo se nos parece mucho y su emocionalidad a flor de piel se potencia con la de los hinchas en las tribunas. Ese tramo –una media hora, digamos- en el cual Diego recorrió la cancha abrazando de modo pertinaz a todos los que a su vez lo abrazaban tras el alambrado, gestó el vínculo.

Ya venía bien días atrás, con las cartas de amor en video que el campeón hizo llegar, golpeándose el pecho y diciendo Lobo Lobo. Pero se sabe, el cara a cara es distinto, puede resultar de un modo, aunque también de otro. En esta ocasión la aproximación se plasmó y el Bosque saltó por los aires. Es que tanto la gente de Gimnasia como Maradona necesitan que los quieran. Que los respeten como son –eso es querer- y que valoren aspectos que habitualmente pasan como poca cosa en los medios y entre quienes provienen de barriadas nariz parada.

Los seres pasionales son tremendos, claro; porque aman y detestan profundamente. A veces ante un desaire simple arman una pelotera de aquellas. El tema es así, a nuestro entender: la llegada de Maradona implica la utilización genuina de la masividad popular tripera en un trazo grueso de trascendencia vital, deportiva y económica. Es decir, el aprovechamiento de virtudes propias en beneficio mutuo. Por eso será importante que ambos protagonistas del romance cuidemos las pasiones desenfrenadas que nos arrastran para que las mismas se orienten, como este domingo, en su dimensión creativa, vigorosa, triunfante.

Estas horas configuran el tiempo del entusiasmo, la zona del encandilamiento, el aroma del querer sin parangón. Seamos francos: estamos como locos. La caminata postrera a través del Bosque para ingresar en el asfalto y la urbanidad, evidenciaron la persistencia de un placer que se extiende y se muestra, se enorgullece del vínculo y lo expone; resultaba fácilmente perceptible en el rostro de los caminantes. Si somos inteligentes, además de pasionales –una cosa no tiene porqué estar reñida con la otra- lo que empieza bien puede seguir bien.

Imaginen lo que eso significa.

*Director La Señal Medios

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