El ex arquero Edgardo Norberto Andrada, recordado por haber recibido el gol número 1.000 de Pelé, se murió sin haber pagado por los crímenes de lesa humanidad que cometió durante la última dictadura.

En 2011 nos juntábamos a jugar al fútbol en una canchita de barrio Acindar. Ahí laburaba un amigo, que en varios de aquellos picados se prendió, y un día me contó que Central le alquilaba el espacio algunas horas semanales para que pudieran entrenar los pibitos de las divisiones menores. Y que uno de los técnicos era el Gato Andrada. 

Resolvimos, entonces, con los compañeros de este periódico, que había que visualizar ese hecho, que nos parecía gravísimo, ya que era conocida la doble vida que había llevado ese hombre durante la dictadura cívico militar que azotó al país entre 1976 y 1983. Allá fuimos una tarde con Leandro Gómez, que hizo las veces de reportero gráfico. Nos confirmaron que a esa hora el Gato estaba en Fábrica de Armas, lugar en el que la institución de Arroyito cobija a las promesas juveniles de la zona sur de la ciudad. Con una cámara dotada de un zoom de largo alcance, Lalo se encanutó en las afueras de dicho predio y yo encaré a ese hombre flaco y alto al que había conocido primero por las hazañas que me contaba mi abuelo, y luego como cómplice y parte del terrorismo de Estado, cuando el ex agente de inteligencia Eduardo Tucu Costanzo lo acusó, en una entrevista radial, de haber prestado servicios durante aquellos oscuros años e incluso de haber sido parte de un operativo en el que fueron ultimados dos militantes. El tipo, por supuesto, no dijo absolutamente nada, pero pudimos registrar imágenes que confirmaban que seguía siendo empleado del club en el que supo ostentar el récord de 173 partidos consecutivos como titular.

A los pocos días fui a hablar con el presidente de Central, que en ese momento era Ricardo Speciale, quien me aseguró que “personalmente” le “molestaba” la presencia de Andrada, pero que al no haber imputación alguna en la Justicia, el club no podía hacer nada. Sin embargo, aseveró que si eso ocurría, él mismo iba a descolgar el cuadro del arquero que había en el sector de ingreso a los palcos oficiales.

Un par de meses después de publicar aquella nota, Andrada fue citado a declarar en el juzgado de San Nicolás, donde tramitaba justamente la causa por el secuestro –y posterior asesinato– de los militantes peronistas Eduardo Pereyra Rossi y Osvaldo Cambiaso, ocurrido el 14 de mayo de 1983 en un bar céntrico de Rosario. Allí, en la vecina localidad, el tipo que más veces defendió el arco canaya, tampoco se dignó a decir ni miau. Pero ese llamado de la Justicia le valió que el mandamás de la institución del barrio de Arroyito le pidiera la renuncia y retirara el póster con su imagen que colgaba en una de las paredes del Gigante.

Por estos días, con los compañeros y compañeras de la Subcomisión de Derechos Humanos del Club Atlético Rosario Central, además de seguir recabando historias relacionadas a hinchas y socios que fueron víctimas de la última dictadura cívico militar, estábamos abocados a una iniciativa para solicitar formalmente que el nombre de Edgardo Norberto Andrada -que figura en la nómina, que gracias a un decreto de Cristina Fernández de Kirchner se hizo pública hace unos años y en la que se detalla al Personal Civil de Inteligencia (PCI) que prestó servicio en el Destacamento de Inteligencia 121- fuera eliminado del padrón societario de la entidad, tal como lo hiciera en 1997 la directiva de River Plate, salvando las abismales distancias, con los de Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti, y que fuera imitado por sus pares de Argentinos Juniors en enero de 1999, cuando eliminaron de los libros al socio nº 322.082, Carlos Guillermo Suárez Mason.

El pasado miércoles, Andrada se fue de este mundo sin haber pagado, con un sólo minuto en la cárcel, los crímenes que cometió durante la más sangrienta de las dictaduras. Muchos, igual, lo recordaron hasta el hartazgo (en las redes sociales, en programas deportivos) por no haber podido, o querido, atajar el penal con el que Pelé llegó (supuestamente) a los mil goles y por sus voladas en el arco del Gigante vestido completamente de negro.

Para nosotros, quienes levantamos las banderas auriazules y las de Memoria, Verdad y Justicia, Andrada lamentablemente murió libre, inocente y siendo socio de nuestro querido Rosario Central.

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