“¿Cómo que se va Sixto? ¿A dónde? ¿Por qué?”. Esas preguntas amontonadas, pronunciadas con aire de asombro y dejo de tristeza, fue lo que se encontró el cronista cada vez que se cruzó con gente que conoce a Sixto Valdez Cueto y le contó que el periodista y diplomático boliviano que así se llama regresó a su país después de casi doce años de labor en la Argentina, cuatro de ellos en el Consulado del Estado Plurinacional de Bolivia con sede en Rosario. Asombro y tristeza son entendibles por venir de argentinas y argentinos vinculados a organizaciones políticas, sociales, sindicales y de defensa de los derechos humanos que tienen una mirada solidaria, humana, respecto de las migraciones. Con referentes de esos espacios Valdez Cueto supo construir lazos sólidos y sentidos en el marco de su accionar, al que reivindica como expresión de la llamada “diplomacia de los pueblos”, con rasgos distintos a la mucho más extendida y tradicional, de palacio, siempre muy formal y protocolar, no exenta de intrigas y secretos, casi nunca vinculada a las necesidades y realidades de las trabajadoras y trabajadores, de las familias más humildes. 

Por supuesto que los principales destinatarios del trabajo y la militancia de este hombre de 56 años, nacido en Sucre, fueron sus compatriotas radicados en la Argentina, en condiciones la mayoría de las veces adversas, llegados con equipajes con más angustias y anhelo de progreso que otras cosas y recibidos por muchos con frialdad, recelo y hasta desprecio. Pero la concepción de Valdez Cueto –que es la que definió y pide el presidente y líder de su país Evo Morales, según destaca siempre– es la de defender y promover la construcción de la “Patria Grande”, es decir una América Latina unida para enfrentar ansias colonialistas y erigir modelos de desarrollo que incluyan a todas las personas, que respeten la enorme diversidad de naciones y culturas que conviven en el continente y reparen opresiones sufridas durante siglos.

En su gestión desde Rosario, el representante boliviano, con su apellido que en código argento suena acorde al de un cónsul de esos “de molde”, mostró enseguida que en lo suyo no primaban la pomposidad y la mera gestualidad de reglamento. Sin descuidar formalidades propias de su labor, se perfiló más como “el compañero Sixto” que como el diplomático “Valdez Cueto”. Se vinculó rápidamente tanto con las organizaciones en las que se lo extraña como con autoridades institucionales y políticas de distintos niveles, donde también generó empatías pero no siempre recibió las soluciones y respaldos que fue a buscar. En esos casos en los que desde algún despacho o poltrona de poder lo despreciaron o lo quisieron boludear, mostró que su cortesía y afabilidad no quitaban lo valiente y firme cuando de defender los intereses de los suyos se trataba.

“Creo que me voy con un doctorado en servicio social al pueblo, a los migrantes bolivianos. Eso es lo máximo que me llevo, porque en donde he estado he preferido pisar más barro, más calles, más barrio, más pueblos. He estado con sindicatos, en ferias, donde se encuentra la gente”, repasó, en la entrevista con este periódico realizada apenas un par de días antes que retornara a La Paz.

La entrevista fue en la sede del Consulado General en Buenos Aires, frente a una plaza Once desde la que ya no se ven las colas de hasta dos cuadras que hacían bolivianas y bolivianos para poder realizar trámites diversos. Es que la gestión que encabezó allí Sixto apuntó a reducir tiempos y complicaciones: “Hemos aprendido mucho y diseñado un sistema muy empírico, con poca tecnología, donde el objetivo fue atender lo más rápido posible a la mayor cantidad de gente y ser muy creativos en buscar soluciones”. A la luz de los datos, el empirismo funcionó muy bien. En el primer semestre de este año se emitieron en la sede consular de Once unas 30 mil cédulas de identidad, número que antes se había otorgado en el plazo de un año y medio.

La misma impronta resolutiva a partir de la capacidad de adaptación a cada circunstancia, de la practicidad, se pudo apreciar desde las comunidades bolivianas durante la gestión en el Consulado de Rosario. Desplegó de entrada mucha actividad en varios frentes, en una jurisdicción muy amplia geográficamente como lo es el Litoral argentino y con la migración boliviana diseminada en pequeñas comunidades. Así, en Corrientes familias bolivianas pudieron trocar toda una historia de rechazos y precariedad por el acceso a la propiedad de tierras para trabajar y vivir, derecho difícil de ejercer para los migrantes. En Villa Gobernador Gálvez y Rafaela se revitalizaron las comunidades bolivianas a través de la formación de centros de residentes como focos de promoción del trabajo y la cultura del país revolucionado por Evo Morales, se articuló con el sindicato de Ladrilleros la acción reivindicativa para los obreros bolivianos del sector.

En el Litoral, en Buenos Aires y también en la Patagonia, otro de los destinos argentinos donde le tocó representar a su país, la búsqueda de eficiencia en la atención de trámites y la promoción de organizaciones comunitarias vivas, inquietas, se complementó con la disposición permanente para superar problemas más puntuales, como la necesidad de repatriaciones o la asistencia para garantizar condiciones legales a los bolivianos y bolivianas privados de su libertad. En el último año, visitó 15 penitenciarías de la ciudad, el conurbano y el interior bonaerenses.

A poco de partir, dice sentirse “emocionado y triste” a la vez y vuelve a destacar “lo aprendido” en Argentina y ratifica a quienes ya lo están extrañando que se puede contar siempre con él: “Nada es casual, habemos personas que siempre hemos luchado, terminan mandatos pero jamás termina la militancia de toda la vida; para mí la revolución boliviana con Evo y la Patria Grande son lo más importante, yo siempre voy a estar donde haya que estar; los que luchamos siempre volveremos”.

El pan y las entrañas

Sixto Valdez Cueto es de los que tuvo que aportar laburo a la olla familiar desde bien chiquito. “Yo empecé a trabajar a mis 7 años, mi primer trabajo fue distribuir pan y mi sueldo eran 10 panes cada mañana”, recuerda, y enseguida suma sonrisas a ese viaje a la infancia dura: “Por supuesto que con el hambre que tenía me comía tres panes desde la panadería a mi casa y los otros siete llegaban a mi madre y mis hermanos”. Tras fatigar varios otros oficios con la calle como escenario, a los 17 Sixto ingresó a una fábrica de chocolates que no era para nada la de Charly y se erigió como delegado y dirigente sindical, lo que no le impidió más adelante estudiar periodismo y ejercerlo, por ejemplo como gerente de la televisión pública boliviana, bajo la gestión de Evo, por supuesto. Desde ese bagaje político, Sixto reivindica cada vez que puede las gestiones de Néstor y Cristina en la Argentina y advierte sobre la nocividad de las distintas expresiones del neoliberalismo. “La diversidad se consolida en la unidad con un sistema socialista, popular, que emerja de las entrañas de cada pueblo”, afirma.

 

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