La sensación de que el tiempo corre exasperadamente lento contrasta con la velocidad con que se suceden ciertos hechos que dejan al desnudo la naturaleza obscena y homicida del régimen en retirada. Ni la muerte logra moderar el desenfreno macrista en su triste final.

Cuando este ejemplar de el eslabón esté en las manos de sus lectores, faltarán exactamente 29 días para las elecciones presidenciales, y 73 para que asuma el nuevo Gobierno. No son tiempos exagerados para quienes viven sin el asedio de la permanente anomalía que significa el macrismo en el poder.

No es, como se dice con frecuencia, que se vive en un país anormal. El país es anormal bajo la égida de Mauricio Macri y su Gabinete, sus legisladoras y legisladores, sus candidatas y candidatos, y también, claramente, la gran mayoría de sus votantes, esos que aún hoy, luego de la tragedia esparcida sobre las ruinas de la Patria, insisten en avalar con su sufragio tamaño crimen.

¿Por qué es anormal la Argentina macrista? Bueno, es obvio que desgranar esa incógnita llevaría todo un ensayo, pero sí es posible arriesgar algunas razones, sobrevolar al menos la epidermis de los motivos profundos que fundan esa anomalía social y política.

Podría decirse, incluso, para después seguir enterrando el cuchillo hasta el hueso de ese interrogante, que la anormalidad sobreviene de la ausencia de toda verdad oficial. La verdad está ausente en la palabra oficial o, si se prefiere, transcurrimos un tiempo en el que el Gobierno miente sobre todo, y lo hace todo el tiempo, y la primera mentira es proclamar que –por fin, y gracias a Cambiemos– ahora se sabe cuál es la verdad, por cruda que sea, no como antes, cuando las estadísticas y la voz oficial eran por completo mentirosas.

La tragedia nacional viene de lejos, está claro, pero el formato actual de esa tragedia continua adquiere proporciones inéditas, porque la llegada del histórico enemigo del Pueblo por vías democráticas liberó los demonios que a lo largo de la historia reciente yacían avergonzados en los oscuros suburbios de la política y lograron una centralidad letal porque, literalmente, mata.

A punto de asistir a una nueva excepcionalidad en esa línea histórica de dominio oligárquico –interrumpida en contadas ocasiones–, la tragedia es escoltada por bufones de un rey que ya murió, pero su espíritu indigno sigue bailando a la luz de un poder que no se retira, sólo está dispuesto a correrse un poco.

La muerte en un andamio

La muerte sorprendió al capataz José Bulacio en una obra que el macrismo ordenó apurar para poder ser inaugurada el lunes 30, en el marco de la campaña electoral.

La fría crónica, tal como la publicó Redacción Rosario el martes pasado, señala el trágico saldo de un obrero muerto y al menos 13 heridos a causa del derrumbe en la nueva terminal de partidas del Aeropuerto Internacional de Ezeiza Ministro Pistarini, donde se lleva adelante la obra en cuestión.

En esa zona de obras se cayó una pasarela en altura por la que transitan los obreros, así de simple, así de terrible. Rápidamente, la agencia Télam y fuentes aeroportuarias y de la Policía de Seguridad Aeronáutica (PSA), se apresuraron a informar que esa pasarela “es de la firma Tane y cedió por motivos aún desconocidos”. Pero la obra civil, “de la que participaban varias decenas de tercerizadas, es llevada adelante por la constructora TGLT”, según publicó el diario cooperativo Tiempo Argentino.

En octubre del año pasado, la compañía TGLT cerró la operación de compra del 82,32 por ciento del capital accionario a Caputo Sociedad Anónima Industrial, Comercial y Financiera, la constructora de Nicolás Caputo, a la sazón el amigo personal del presidente Mauricio Macri.

La semana anterior al desplome, la obra había sido recorrida por el ministro de Transporte Guillermo Dietrich, quien en ese momento visitó las obras ya terminadas de la nueva terminal de carga y las del estacionamiento. Y en el marco de un asado de obra, anunció que Macri esperaba encabezar a fin de mes la inminente inauguración de la terminal de pasajeros, el área donde se produjo la tragedia.

La empresa sigue llamándose Caputo SA, por lo menos hasta junio de este año, cuando la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra), seccional Monte Grande, remitió al Ministerio de Trabajo de la provincia de Buenos Aires una denuncia por la falta de pago de la primera quincena de abril de 2019 “adeudado a todo el personal de la mencionada obra”.

Y el 20 de septiembre, apenas 96 horas antes del derrumbe, la misma seccional de la Uocra le reclamó al Ministerio de Trabajo, “en carácter de urgente, una inspección general a la empresa Foste SA”, para verificar el cumplimiento del Convenio Colectivo de Trabajo.

Pasando en limpio, se puede determinar que, una vez más, se le adjudicó una mega obra a una empresa del amigo del alma del Presidente, Nicki Caputo. Que aún habiendo ganado verdaderas fortunas con sus empresas desde diciembre de 2015, el gremio de la construcción tiene que reclamar el pago de jornales a los obreros. Que en el marco de la obra en Ezeiza, un trabajador murió y al menos 13 resultaron heridos. 

Pocos hechos trágicos, y hubo muchos, reflejan con tanta transparencia el estado de las cosas en tiempos de macrismo. La angurria empresaria demorando la paga de obreros que no llegan a fin de mes; la irresponsabilidad de un Gobierno que apura una obra, resintiendo la seguridad, con tal de poder inaugurarla antes de que comience la campaña; medios de comunicación que encubren a Caputo y a Macri omitiendo que es la empresa madre de la obra.

En la novela La Peste, de Albert Camus, las ratas que portaban el mal bubónico que mataba como a moscas a los seres humanos, no hacían más daño que el macrismo en el Gobierno.

Se suele escuchar que sólo si hay Justicia se puede perdonar. Lo que no se dice es que se puede, pero no es obligatorio.

Ni Burroughs se animó a tanto

En países donde el hambre no tiene lugar en la agenda más urgente, cualquiera diría que los dichos con pretensión de polémica proferidos por Marcelo Birmajer se reducen a un duelo de escritores. Para que haya polémica debe haber al menos dos, y el destinatario de esos dichos, hasta el momento al menos, no ha dado señales de querer discutir con el agresor.

Si se habla de escritores, el notable William Burroughs sostenía que el ser humano está alienado por el lenguaje, que el lenguaje es un virus, que éste posee una fabulosa capacidad reproductiva y condiciona toda actividad humana.

Pero está claro que no fue el autor de Naked lunch quien dijo que “el kirchnerismo es un virus que corroe la inteligencia”. Esa frase salió de la boca del escritor oficialista Birmajer, entrevistado en el canal A24, y con ella supuso que le respondía al escritor kirchnerista Mempo Giardinelli, quien había ensayado un alerta en el diario Página 12 respecto de lo que podría estar dispuesto a hacer el macrismo sabiéndose perdido.

Puede parecer exagerada la columna del escritor chaqueño, titulada “Guarda que son capaces de todo”. Puede que una u otra frase del artículo de marras puedan sonar alarmistas. Por ejemplo: “Al menos a esta columna no le parece excesivo considerar que, por caso, provoquen represiones y «accidentes», fragüen enfrentamientos violentos con muertos y heridos, autoasalten locales del PRO, saqueen supermercados y varios etc”. Puede.

Para sostener sus advertencias, Giardinelli apeló a sucesos inquietantes, como la provocación mediática “a toda hora y de toda forma”, o “hechos groseros como el derribo de carteles de publicidad electoral de Axel Kicillof en carreteras bonaerenses”, y recordó que los integrantes de la coalición gobernante “ya probaron ser perfectamente capaces de censurar y encarcelar ciudadanos/as sin más pruebas que «denuncias» y sospechas amañadas, y sin condenas firmes”.

Pero el autor de “El cielo con las manos” aún no sabía que llegaría el día en que un candidato del macrismo se animara a decir lo que muchos de ellos piensan, y declarara: “Los pobres me importan un choto”.

El miércoles pasado, Redacción Rosario publicó una nota que lleva como título esa frase destructiva, amenazante, despojada de toda conciliación, negadora de cualquier posibilidad de intervención de los mínimos códigos sociales.

Sin embargo, no fue la frase más dura de ese bufón candidato a diputado provincial del frente macrista Juntos por La Rioja. El sujeto se llama Pablo Yapur, y también arrojó metralla más despreciable:

  • “A partir de hoy muchachos, les comunico que los pobres me importan un choto. A ningún puto le compro una tortilla en la calle, a ningún puto lo ayudo”.
  • “Ahora, que los pobres y los putos se caguen, no los voy a ayudar”.
  • “Que se caguen de frío, que se caguen de hambre, que duerman en la plaza. Me importa un choto, porque todos estos negros drogadictos han ido a votar”.
  • “Ésos son el producto de doce años de esta yegua hija de puta y del tuerto, que han logrado todo esto”.
  • “¿Les falta el remedio? Andá a pedirles a los FF, que se re mil caguen”.

Si el macrismo no fuese capaz de fraguar “enfrentamientos violentos con muertos y heridos”, el hecho es que sí puede ser capaz de producir este tipo de pronunciamientos, que no son excepcionales si se observan los comentarios de sus adherentes en las ediciones digitales de los grandes medios, donde se destila un odio que a menudo estremece. Está en el ADN del macrismo ese desprecio por el negro, el puto, el drogadicto, el pobre. El otro.

Volviendo a Birmajer, para retrucarlo, acusa a Giardinelli de “irracional”, y lanza una ampulosa sentencia, que en modo alguno puede sustentar: “Mempo forma parte de un grupo intelectual que perversamente apoya la dictadura, la represión y el sin sentido”. Y también, desde la trinchera “racional”, comienza a arrojar granadas de fragmentación:

  • «El kirchnerismo no es el mal, pero es lo peor que le podría pasar al país”.
  • “No hay país que siguiendo al populismo haya logrado la prosperidad”.
  • “El FMI y Donald trump tienen una empatía mayor con Cambiemos que con el kirchnerismo”.
  • Si CFK disputara poder con Alberto Fernández, para Birmajer “eso terminaría es una tragedia violenta para el país”.
  • “Al kirchnerismo le gusta la violencia, se siente excitado como en los ‘70”.
  • “Si gana Cristina, la inflación y el dólar se van a disparar y las empresas se van a ir del país”.

El diario Perfil transcribió las “reflexiones” de Birmajer, entre ellas este párrafo que debería archivarse: “La izquierda originalmente era la defensa de la libertad, la igualdad y la fraternidad, hoy se ha convertido en apoyo a la República Islámica de Irán que asesina homosexuales, lapida mujeres, propone exterminar al pueblo judío, al estado de Israel….la izquierda hoy apoya a las únicas dos dictaduras hispano parlantes: Cuba y Venezuela”. Y acto seguido, el medio de Jorge Fontevecchia, resalta con negritas la última frase de Birmajer, “…quien reiteró su apoyo a la reelección de Mauricio Macri. «Hay riesgo de ser peores que Venezuela»”.

Se dirá: ¿Tanta importancia tienen los planteos de Birmajer? Desde un punto de vista estrictamente político debería pensarse que no, que no ofrece mayores novedades en derredor de lo que sostiene un macrista medio, acaso menos sofisticadas que las de cualquier yuppie de Recoleta.

Pero el miércoles, en el plebeyo barrio de Once, el bueno de Birmajer fue interpelado por un transeúnte, que le recriminó su gorilismo, espetándole que no iba a poder caminar por la calle, se supone que una vez que gane el Frente para Todos.

La autovictimización a la que apeló el escritor, la solidaridad que logró de parte de los medios hegemónicos, y la utilización que el macrismo hizo del hecho en las redes sociales le otorgan a aquellas expresiones de Birmajer un carácter singular, las mismas adquieren la condición de contracara de la descarga individual de un ciudadano de a pie.

La asimetría es monstruosa, pero la puesta en escena que montó el establishment intenta disimular esa desproporción. Goliat presume que el provocador David anticipa un tiempo en el que sus adherentes no podrán caminar tranquilos por las calles a causa de la violencia que se pondrá en juego por parte de los seguidores del segundo.

Ricardo Aronskind es economista, magister en relaciones internacionales, e investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento, y a propósito de las quejas destempladas de Birmajer luego del presunto “ataque” que sufrió en Once, publicó en su cuenta de Twitter: “Venimos de 4 años de intentos desde el Estado, de los medios, de los jueces, de políticos vendidos por demonizar, proscribir y destruir a un espacio político democrático, patriótico y popular: el kirchnerismo. Ahora los que persiguieron temen pasar por lo que ellos hicieron”.

Esa opinión motivó otra del periodista Néstor Gorojovsky –demasiado extensa para transcribirla en forma completa–, quien sostuvo, básicamente, lo siguiente:

“Generaron odio, desde antes aún de llegar al poder. Y llegaron al poder parándose sobre ese odio. Su definición de «democracia» nunca fue la del gobierno de las mayorías, sino la del gobierno de los «democráticos» (ellos mismos). Las mayorías podrían elegir, pero solamente entre «democráticos»”.

Y así funciona, aún en esta retirada degradante en que se halla el macrismo, con sus infames banderas arriadas por imperio de la realidad, pero con los bolsillos llenos; con el total de sus mentiras expuestas como la osamenta de los animales muertos bajo el sol del desierto que dejan detrás suyo, pero con la cobertura del periodismo cómplice, cuando no asociado.

Hay algo relevante en el decir macrista, algo que no se pondera cuando se trata de radiografiar al macrista medio, al que opina en las redes sociales, al que comenta en los foros de los medios digitales con algo más que impunidad: con odio despojado de cualquier freno moral. Gorojovsky lo explica así: “A la vista de los resultados obtenidos por su cuatrienio canallesco, les convendría callar, soportar en silencio el odio popular con el que tropiezan en las calles, y reflexionar sobre los motivos de ese odio. Pero no pueden callar. No pueden reflexionar. El macrismo los liberó, los sinceró, los transparentó, les impuso la gloriosa libertad de salir del encierro donde rumiaban su resentimiento. Los empujó a ser ellos mismos, a mostrarse abiertamente al mundo sin miedo a la repulsa que despertaban. Los alivió del peso del estigma moral”.

Aliviados de toda culpa, están haciendo lo que el resto de la sociedad ve día tras día, en este tiempo que parece no acabar más y oprime con su poder residual los corazones de quienes lograron sobrevivir.

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