La 14º Marcha del Orgullo de Rosario, a pesar de la crisis y el repliegue de derechos que se evidenció en los últimos cuatro años, es una fiesta inigualable. No sólo porque la alegría es el sello que la caracteriza, sino porque sobran los motivos para celebrar: si se mantiene la tendencia de las elecciones primarias, será la última manifestación que le hagan al gobierno de Mauricio Macri. Las consignas reflejan los retrocesos que sufrieron los colectivos de la diversidad: “Basta de travesticidios” y “Vihvas nos queremos”, son el resumen de un grito que ya no entra en una garganta: un grito por la vida.

El 2018 concluyó dándole forma de estadística a la cotidianidad de las personas travestis/trans del país. Lo que se viene denunciando como “travesticidio social” y es la muerte no sólo en manos de violentos, sino también en la indigencia y la falta de acceso a derechos básicos, se tradujo en 74 travesticidios en Argentina. En un año, además, el promedio de vida para una persona travesti/trans bajó de 38 a 34 años. Para 2019, los motivos para festejar la vida son más. Al cierre de esta edición, la cantidad de travesticidios en el país superó los 30. No existen, sin embargo, cifras oficiales cuando se trata de un cuerpo travesti, sólo la cuenta que llevan las activistas, las amigas y las compañeras. Y el promedio de vida continuó descendiendo: la expectativa de vida para el colectivo llegó a 32 años.

Este año, además, es el de otra cifra inverosímil cuatro años atrás: es el año que se puso en peligro la entrega de medicamentos para el VIH para 15 mil personas. Desde agosto, además, faltan más de 17 medicamentos antirretrovirales. La falta de Ministerio de Salud en la Nación y el consecuente recorte presupuestario puso en riesgo el tratamiento de miles de personas que conviven con el virus. Esto es, aumentar las posibilidades de llegar a una etapa de Sida y morir.

Las voces de las disidencias coinciden: el neoliberalismo mata. Las historias de vida concluyen lo mismo. No se trata sólo del acceso a medicamento. Las personas con VIH, las personas travestis y trans, son también víctimas de las políticas económicas y empujadas a ser parte de los índices de indigencia que en el 2019 llegó al 7,7 por ciento, según los últimos datos del INDEC. Sólo que cuando se trata de los márgenes de la norma –de género, de clase, de sexualidad, del buen gusto–, esa indigencia, es decir, la falta de acceso al trabajo, a la vivienda digna, a la salud, al plato de comida, es sinónimo de muerte. O, como suele pasar en las marchas del primer sábado de octubre, es sinónimo de orgullo de vida. Y se baila, se festeja, se besa, se coge, se canta, se maquilla, acorde a lo que la situación demande. Para este sábado, la fiesta promete ser inconmensurable.

Poder trava

Karla Ojeda es travesti y tiene 49 años, una edad que la convierte, injustamente, en una histórica. Karla ya era protagonista del Día del Orgullo cuando ni siquiera había marcha, sino que eran un puñado en una plaza. “En 1996 fui a una marcha en Buenos Aires y éramos unas 800 personas apenas. En Rosario, nos encontrábamos en las plazas y éramos un puñado: dos travas, 20 putos, 20 tortas. Eran eventos, no marcha. El colectivo no se movilizaba pero porque no salía del clóset, porque había miedo a perder el trabajo, a qué iba a decir la familia. Esa es la diferencia más grande con las marchas de hoy en día”, cuenta.

“Las travestis nos hemos empoderado. Lo que nos pasaba a nosotras en los ‘80, en los ‘90, era que creíamos que sólo podíamos pelear por el trabajo sexual, por estar paradas en la esquina. Creíamos que no teníamos derechos, que estaba mal lo que hacíamos, que no era otra cosa que hacer lo que sentíamos, construir nuestras identidades. El único derecho por el que pedíamos era el de estar paradas en la esquina, que era lo mínimo, era lo que nos mantenía”, agrega Karla.

El recorrido histórico de la vida de Karla es el de gran parte de la comunidad trans que sobrevivió. La travesti recuerda la crisis de 2001 y la violencia institucional de los ‘80. También las marchas en las que se dieron un lujo: pedir el cupo laboral trans. De ese momento a ahora, sin embargo, hay una constante: los travesticidios siempre existieron. “Luchar, activar, mostrar lo que pasa con el colectivo hace que se sepa que existimos. Hubo un cambio, pero el pedido sigue siendo el mismo: que no nos maten y que podamos acceder a derechos básicos”, resume.

Plantada en el aquí y ahora, Karla hace hincapié en que, después de una época de conquista de derechos, “lo único que trajo este gobierno es miseria. Y para el Colectivo LGBT, mucha más”. La travesti enumera, casi sin respirar, de cuántas formas pueden morirse las trans en mano de las políticas neoliberales. Habla de la policía y la violencia institucional, del machismo y el patriarcado, pero también de la falta de políticas públicas. Destaca que el 30 por ciento del colectivo convive con el virus del VIH y que la falta de acceso a medicamentos es evidente; incluso que muchas tienen que elegir entre ir al hospital a buscarlos o comer. Recuerda las problemáticas de consumo a las que se enfrenta una población que está toda la noche parada en una esquina, quiera o no, y que probablemente no junte para pagar la pensión o un plato caliente. Señala que sólo en Rosario hay más de cinco personas que denunciaron problemas de salud por la silicona líquida que en algún momento de su vida se inyectaron, cuando no existía o no supieron aplicar la Ley de Identidad de Género y Salud Integral. “Y en los hospitales no saben cómo atenderlas, qué decirles, cómo abordar lo que les pasa”, se indigna.

“El travesticidio social es no tener un trabajo, no tener aportes para jubilarse, acceso a una obra social, pagar tres veces más un alquiler porque no hay garantías, que no haya atención médica que responda a la Ley de Identidad de Género. Nuestros reclamos son necesidades básicas para todas las personas. Pero acá, si no nos bancamos entre nosotras, no tenemos posibilidades”, concluye.

Embichadas

Para la Marcha del Orgullo de 2018, Cristian Alberti se colgó un cartel: “Marica embichada y feminazi”. Fue la primera vez que hizo visible su identidad seropositiva en una marcha y la respuesta que recibió de parte de algunos fue que “volvieron a infectar la marcha”. “De VIH ya no se hablaba o no se podía pensar el orgullo como algo de las personas seropositivas”, destaca. “No éramos más de cinco maricas. Entre bandera, pancarta y volantes, teníamos más cosas que personas. Pero logramos instalar la consigna”. Ese año marcharon 15 mil personas: la misma cantidad que este año se quedarán sin acceso a su medicación antirretroviral. El VIH es otra de las consignas principales de esta edición.

“Que estemos en la consigna general es una forma de manifestación política. Ponemos en evidencia que no sólo las travas y las trans están vulneradas y en extrema violencia, y que eso es una responsabilidad social, sino que también aquellas personas que vivimos con VIH venimos, en los últimos tiempos, estando también amenazadas. Eso es consecuencia de las políticas económicas, sociales de este neoliberalismo de mierda, y también de un corrimiento de una parte de la sociedad que se cruza de brazos ante los ajustes, los recortes en salud, la política de muerte en todos los sentidos. No es sólo VIH. Es también discapacidad, el empleo, es todo”, remarca Cristian.

De 2018 a ahora, las personas con VIH volvieron a la calle visibles y embanderadas, y el virus dejó de ser un trámite médico-paciente un par de veces al año. Para Cristian, la clave de ahora en más es no dejar las calles ni descolgarse esos carteles que sacaron a tantos y tantas del clóset.

“Si estas políticas tuvieron lugar, efectivamente quiere decir que hubo un corrimiento de los activismos de lo público y me parece que tenemos que estar atentas al futuro más cercano. Estas políticas de ajuste nos hacen salir a la calle y tenemos que aprender a no retirarnos más de ese espacio público por más que estén garantizados nuestros derechos”, remarca.

Y agrega: “Todavía necesitamos la cura. Y hasta que esté la cura queremos más medicamentos que no tengan los efectos que tienen ahora, que sean de producción pública, que sean de acceso a todas las personas. Nos corremos de la calle y perdemos visibilidad dentro de la agenda. Alberto va a ganar y no tenemos que corrernos de la esfera pública si restituyen nuestros derechos. No tenemos que quedarnos tranquilas en casa porque tenemos los derechos conquistados, no hay que abandonar la calle porque sabemos lo que pasa y a esto no queremos volver. Tiene que haber un fuerte activismo en la calle haciendo saber que existimos y estamos organizadas”.

La vuelta visible del VIH a la marcha del orgullo no fue lo único que le hizo ruido a algunos. Otros tantos se preguntan por qué el orgullo ante la violencia o la muerte, por qué el glitter, los tacos, las tetas y las risas en un día en el que se pide que frene el odio. “Me parece que es un posicionamiento muy potente la alegría que tenemos como comunidad”, reflexiona Cristian. “Porque ese orgullo es una respuesta política a que seguimos vivas y vivos, después y más allá de las políticas heterosexistas, de la cultura patriarcal, y del sistema capitalista. Es alegría porque estos poderes económicos neoliberales instalados lo que buscan es la depresión constante, de manera que sea más fácil la gobernabilidad del cuerpo social. Nosotras, las personas que vivimos con VIH, estamos militando, activando con furia por las muertes por sida, pero alegres también de sabernos con vida y luchando para que eso cambie”.

La potencia de marchar

La línea de tiempo que traza la presencia de Karla Ojeda en las Marchas –o eventos en plazas– del Orgullo termina con ella en este 2019 de la mano de su hija Agustina, de 13 años. Karla y Agustina se conocieron y eligieron –más allá de las normas de adopción– hace más de un año y medio. “Siempre que me preguntan por Agus, yo contesto con una frase de Lohana Berkins: el amor que nos negaron es el impulso para cambiar al mundo. Lo que hago aportando a la lucha y a la vida es no negar ese amor que me negaron. Voy a hacer todo lo contrario, un acto de amor: dárselo a una niña que lo necesita, abrazarla, que marche conmigo en esta y en cada lucha que quiera, dejar que sea libre y sea lo que sienta”.

Cuando Cristian piensa en su primera Marcha del Orgullo, piensa en el año 2010. Él era militante del Partido Obrero y la movilización pasó por delante suyo cuando pedía la liberación del Pollo Sobrero. Provocación va, provocación viene, algunos sectores se cruzaron. “Para mí fue todo hermoso”, resume. “Me convocaba una manifestación por la liberación de un compañero injustamente preso, pero veía a las travas arriba de un camión y era también lo que yo quería. Eran mis dos lugares”. Desde ese año, Cristian comenzó a movilizarse más y destaca cómo fue adquiriendo masividad año tras año. “Es súper potente marchar”, concluye. “Yo a veces no le presto atención a la importancia que tiene o a lo impactante que son nuestras consignas”.

La Marcha, Feria y Festival del Orgullo 2019 en Rosario, organizada por una coordinadora que nuclea a activistas y militantes de diferentes organizaciones y partidos, se realizará este sábado 5 de octubre, desde las 14,30 en la plaza Libertad (Mitre y Pasco). La marcha propiamente dicha arrancará a las 17 y finalizará en el Monumento con un festival que tendrá como protagonistas a Ayelen Beker, Las Rotten y Pedro Pontes y les Militantes del Ritmo. No se suspende por lluvia.

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