La vieja y gastada falacia de la excepcionalidad chilena, “el oasis de América Latina”, el sitio donde supuestamente era posible que el neoliberalismo “funcione”, voló en pedazos con la insurrección de un pueblo harto de injusticia social. La respuesta del gobierno fue recurrir a la herencia de Pinochet: masacrar a los insurrectos.

Se cayó un mito. Se derrumbó una gran falacia, una de las tantas mentiras que utiliza la derecha para justificar la injusticia social, el terrorismo de Estado y el odio al pueblo. El débil, falaz argumento de la excepcionalidad chilena, voló en pedazos. El pueblo dijo basta y está siendo reprimido con la ferocidad de un gobierno que es hijo de la dictadura de Pinochet.

“El neoliberalismo nunca cierra sin represión” no es una mera consigna. Es una descripción ajustada a la realidad histórica. Es una verdad de Perogrullo probada y recontra probada en todos los rincones del planeta. Es un sistema que, además de destruir los lazos sociales y construir subjetividades, mata de hambre o de bala. Es la débil, cínica justificación del genocidio social.

Supuestamente, Chile era uno de los pocos lugares en el mundo donde el neoliberalismo funcionaba. Un país moderno, que crece, un oasis en América Latina, repetían hasta el cansancio los defensores del neoliberalismo, siempre flojos de argumentos.

El oasis era apenas un espejismo en el desierto de lo real. La fachada colapsó y dejó ver la triste verdad: Chile es uno de los países más desiguales del mundo (figura en la lista de los diez más desiguales del planeta). La ciudadanía de Chile viene soportando desde hace más de tres décadas sueldos de hambre, jubilaciones miserables, servicios carísimos, una salud pública de mala calidad, sin presupuesto e incapaz de responder a las demandas (y que se debe pagar pese a ser “pública”) y una educación de bajo nivel, excepto para los ricos, o los que quieran endeudarse de por vida.

Es que en Chile, el corazón de la experiencia neoliberal en la región, esta visión del mundo individualista diluyó el concepto mismo de lo “público” a favor de lo privado. Es decir el mercado. En el país trasandino la denominada “subjetividad neoliberal” (esa mezcla de insensibilidad social, resentimiento, obediencia a los poderes fácticos y esclavitud consentida) ya lleva muchos años en vigencia.

En ese país, el dictum de Margaret Thatcher “la sociedad no existe”, tiene vigencia desde hace décadas y ha hecho estragos.

Chile fue el laboratorio del primer ensayo neoliberal en la región. Todo comenzó antes incluso del triunfo de Salvador Allende.

Henry Kissinger era el secretario de estado de Nixon cuando habló del “ejemplo contagioso” que podía ser el Chile de Allende para toda América Latina.

Según documentos desclasificados hace pocos años, se supo que apenas ocho días después de la elección de Allende, Kissinger comenzó a tratar el tema de Chile con la CIA y afirmó, en un encuentro con el entonces director de la dependencia, Richard Helm, que “no dejaremos que Chile se vaya por el caño”.

El Imperio, y los cipayos locales (ejército, empresarios, medios como El Mercurio) se prepararon desde entonces para dar el golpe y perpetrar el posterior genocidio.

Y la academia y sus economistas hicieron su parte: había que darle forma a una teoría económica que justificara, presentara como inevitables, la injusticia social y las calamidades que son inherentes al neoliberalismo.

Aquella teoría que suele denominarse monetarismo, que tiene como uno de sus referentes a Milton Friedman (1912-2006) fue aplicada por Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Augusto Pinochet.

Friedman fue uno de los iniciadores de muchas de las consignas, versos y falacias que todavía hoy se utilizan en todo el mundo para justificar el saqueo de las grandes corporaciones al Estado, y a través de él, al conjunto de la sociedad, a lo público.

El economista inventó el machacón sonsonete sobre la ineficiencia de la intervención de los gobiernos en la economía: achicar el estado, bajar el gasto público, eliminar subsidios.

El economista militó una oposición acérrima a la intervención del Estado, a la inversión en educación pública, seguridad social y otras cuestiones que hacen a lo público como concepto, como proyecto de país que hace que la sociedad exista.

Friedman brindó un fervoroso apoyo a la dictadura genocida de Pinochet. Calificó al golpe de Estado como “no más que un bache en la ruta”, “un período de transición” para lograr un crecimiento económico sostenido.

Y este concepto, “crecimiento económico sostenido”, todavía se viene repitiendo como un mantra entre quienes utilizan la presunta excepcionalidad chilena para defender el neoliberalismo. Lo que el concepto encubre, oculta, es cómo se reparte ese crecimiento macroeconómico. Lo que no dice es la inequidad, el reparto para unos pocos que acumulan mucho en detrimento de los muchos que nada tienen.

La derecha que quedó sin su modelo

Tras el estallido, los diarios de derecha fluctúan entre el estupor, el lamento, y el subir la apuesta por la falacia que vienen sosteniendo hace décadas. “La excepcionalidad chilena tambalea. Chile lleva varios días de protestas y masivas movilizaciones, y también actos vandálicos. No es solo Santiago, el país está convulsionado, se ha encargado la seguridad a las Fuerzas Armadas. ¿Qué pasó? ¿No era Chile el faro de la región?”, se pregunta el analista, diplomático, y ex embajador chileno en Cuba, Gabriel Gaspar, en la nota publicada por el diario argentino La Nación este jueves 23. Se titula “Chile es la Corea del Norte del neoliberalismo”.

“Las explicaciones coinciden en señalar que si bien económicamente Chile creció en los últimos años, también aumentó la desigualdad. La mitad de los chilenos ganan menos de 600 dólares; del otro lado la riqueza se ha disparado. Merced al libre comercio, Chile está inundado de productos de todo el planeta. Los chilenos podemos acceder a ellos, y los que no tienen recursos, recurren al endeudamiento vía una amplia oferta de crédito. La mayoría de las familias pueden acceder a electrodomésticos, celulares, computadores. Pero muchos lo pagan con créditos usureros que los terminan agobiando”, señala Gaspar.

“El modelo acompaña este consumo con un riguroso equilibrio fiscal, lo que crea condiciones para la inversión, pero no existe la misma preocupación por la distribución. Han surgido dos Chile. Uno que parece Europa, y otro más latino. No todo es economía, la cultura dominante estimula el individualismo posesivo. El progreso se consigue con esfuerzo individual, con emprendimiento. La disolución del tejido social ha acompañado a este proceso”, señala el analista y diplomático.

También en La Nación, Axel Kaiser, director ejecutivo de la Fundación para el Progreso, ofrece una visión mucho más vitriólica, con el título “Chile: es un sinsentido culpar a un modelo exitoso”.

“Pocos se habrían imaginado hace días que Chile podría reventar al punto de parecer, a ratos, una zona en guerra. Parte de la prensa y diversos analistas han interpretado lo ocurrido como un rechazo al exitoso sistema de economía social de mercado que ha conducido al país a tener los menores niveles de pobreza, el mayor ingreso per cápita, la mayor movilidad social, el mejor índice de desarrollo humano y la mejor educación de toda la región, entre muchos logros conseguidos, que también incluyen una disminución sustancial de la desigualdad”, señala Kaiser, que pese a las protestas y la represión feroz sigue defendiendo el mito del Chile excepcional.

“En esta visión, el mismo país que le dio hace tan solo dos años un triunfo aplastante al candidato de centroderecha Sebastián Piñera frente al socialista Alejandro Guiller de pronto «despertó», como si hubiera estado hipnotizado por décadas, para darse cuenta de que el modelo socialista o peronista de sociedad era el que realmente anhelaba. Esta idea, por supuesto, es un sinsentido. Muchos de quienes protestaron pacíficamente fueron votantes de Piñera que se sienten defraudados, pues este prometió «tiempos mejores» y, sin embargo, hasta ahora fracasó en la tarea”, señala el analista, que culpa a Bachelet de la crisis.

“Bachelet, con sus reformas tributaria, laboral y educacional, dio un golpe demoledor a las bases del desarrollo del país, por lo que Piñera, incapaz de revertirlas, no pudo cumplir la promesa de mayor bienestar”, agrega Kaiser.

La derecha regional y mundial se quedó sin su mito, su excusa, su pseudo-argumento más utilizado. Y cuando esto ocurre, sale a matar.

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