Tengo un recuerdo espantoso de los años 90. Le puedo buscar miles de explicaciones: el menemismo imperante, mi salida al mundo real tras la secundaria en 1991 (totalmente perdido como bola sin manija), la futbolización del rock argentino, mi aversión por la electrónica de entonces, el pésimo gusto en la vestimenta y algunas cuestiones personales no resueltas. Lo concreto es que no recuerdo haberme divertido mucho por esos tiempos. Mi novia de entonces me decía: “Tenés que pensar menos y disfrutar más”, como si uno pudiese prender y apagar la cabeza cual velador. La vida no es Matrix, no se puede elegir el color de la pastilla que tomás.

Todo este mambo negro que les descargo es para decir que me sorprendió ingratamente disfrutar como lo hice en la reciente presentación del disco más noventoso del año: Electrokroker, de los Kif4Kroker. En el Club 1518 los pibes se disfrazaron con unas camisas blancas pintadas a mano recién saliditas de un video en el puesto 17 del ránking de -acá es la parte en la que guglean- Sábado Taquilla y se largaron con una performance implacable e impecable de música bailable mitad sintetizada y mitad con instrumentos. Mientras movía torpemente la cabeza y las piernas durante una hora sin parar con una sonrisa no esponsoreada por ninguna droga, tuve una revelación (queda mejor escribir “epifanía”, me dicen por cucaracha): así se divertía la gente en la infame década de los 90 y yo me lo perdí, qué boludo.

Bueh, cortando con la autoreferencia y hablando propiamente del disco, se puede decir que Electrokroker es, al mismo tiempo, un chiste y una muestra del presente de Kif4Kroker. Se mandaron a hacer un disco electrónico para divertirse pero lo que se nota es que la están pasando tan bien tocando y grabando que ese humor sale de los parlantes. Por eso pienso que siempre es raro cómo funciona el arte, y a veces la falta de pretensiones termina en cosas buenísimas.

Otro aspecto involuntario (o no) de Electrokroker es a quién le paga una deuda: si hay un linaje, una influencia, una herencia a la que Marcos Mosca -el presidente de este grupo de alegres muchachos con nombre de personaje de Futurama- le presta homenaje no la tenemos que buscar en Manchester ni en Chicago. La conexión directa es con -si estás sentado leyendo esto te toca pararte ahora- nuestro prócer vivo Carlos Egg Pezzoto y sus Sinapsis. Esto es lo que más me importaba escribir y por eso lo pongo al final.

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