En medio de la convulsión latinoamericana, Alberto Fernández, casi con la banda presidencial puesta, da pelea al FMI por la deuda, a EEUU por el golpe neoliberal en Bolivia, a la herencia de Macri, en tanto prepara medidas de reactivación para sitiar la crisis que deja la derecha saliente.

Mientras Mauricio Macri desconoce el golpe en Bolivia y balbucea trillados eufemismos para denominar la asonada contra Evo Morales, su programa económico de ajuste y especulación orientado por el Fondo Monetario Internacional asestará hasta el último día (y más allá también) duros golpes a las mayorías populares de la Argentina. Los perjudiciales efectos que emana el experimento neoliberal de laboratorio que ya se va, buscan disimularse desde lo discursivo para ver si finalmente Macri es ungido “jefe de la oposición”. Pero lo cierto es que Cambiemos se despide con una economía en rojo: actividad comprimida, cierre de empresas, inflación descontrolada, salarios pulverizados, mayor dependencia, recesión económica, crisis financiera, menos trabajo, más pobreza.  

Las políticas de ajuste económico y entrega del macrismo, alineadas a Míster Trump, son las mismas que la neo dictadura boliviana buscará instaurar en el vecino país si consigue retener el poder de facto, contra un pueblo que no se resigna al sometimiento y sabe jugar al contragolpe. 

Bolivia terminará el año con el mayor crecimiento del PBI (3,9%) de toda la región, una desocupación del 4 por ciento y una inflación de menos del 2 por ciento. Desde la llegada de Evo hubo mejoras en salud, educación, infraestructura y alfabetización. Todos los indicadores de desarrollo económico y social fueron positivos en Bolivia. Con lo cual, se deduce, entre los objetivos del orquestado golpe en el altiplano está frenar los avances vividos por el pueblo boliviano en los últimos años. El “pecado” de Evo parece que fue haber atacado las desigualdades económicas, sociales y étnicas, y haber nacionalizado las comunicaciones y las grandes reservas de litio y gas. 

Proyectos económicos y modelos (unos inclusivos, otros desiguales) están en disputa en la convulsionada Latinoamérica. De este lado de la cancha, en la transición, la agenda económica, social y geopolítica del próximo gobierno del Frente de Todos empieza a reorientarse, con claras señales hacia dónde quiere ir. Sacar a la Argentina de la zona de descenso directo, pavada tarea se le viene al futuro presidente que toca la viola y canta temas del rock nacional. La pelea se presenta desafiante, fiera, por momentos desigual, pero las primeras acciones de Alberto Fernández lo muestran como jugador de toda la cancha, con lo botines puestos y con las uñas afiladas, para envidia de cualquier lindo y enojado gatito. 

En medio del temblor que sacude a este rincón del mundo llamado América latina, con avances y a la vez graves retrocesos políticos, económicos y sociales, donde hasta se perpetró un golpe de Estado a la vieja usanza, de corte cívico-militar, el presidente electo (o electro, por su hiperactividad) Alberto Fernández empezó a lidiar con el desastroso futuro económico y los problemas sociales y laborales que lo esperan a partir del 10 de diciembre y, casi al mismo tiempo, a tejer nuevas alianzas para reconfigurar el tablero regional. 

El gobierno de Cambiemos fue otro ejemplo mundial de fracaso de programas neoliberales auspiciados por el FMI. Con el último dato sobre uso de capacidad instalada, el Indec confirmó el derrumbe de la industria argentina de los últimos años. El sector automotriz, por ejemplo, tiene en la actualidad más del 60 por ciento de sus máquinas apagadas. 

Según el Centro de Economía Política (Cepa), en promedio, siete empresas por día hábil entraron en concurso o quebraron durante el último año en las provincias con mayor concentración productiva (Ciudad y provincia de Buenos Aires y Córdoba). Si el dato se extiende a todo el país, el número asciende a once empresas quebradas por día: un avance del 15 por ciento en 2019 con relación al año anterior, una crisis que se iguala a los niveles de 2001-2002.

Durante la gestión macrista se duplicó la cantidad de personas que sufrieron hambre en la Argentina. Así lo determinó la Organización de Naciones Unidas (ONU) al detallar que en el trienio 2016-2017-2018 hubo cinco millones de compatriotas que sufrieron inseguridad alimentaria. No sólo los alimentos tienen precios exorbitantes, también los medicamentos, las tarifas de servicios públicos, la medicina prepaga y los combustibles. Si bien mostró una desaceleración con respecto al 5,9 por ciento que marcó septiembre, la inflación de octubre siguió alta, con el 3,3 por ciento, según mediciones del Indec. Con una inflación en el último año por arriba del 50 por ciento, el índice de precios al consumidor acumulado en la era Cambiemos llega casi al 270 por ciento. 

Cuando faltan tres semanas para el traspaso de mando, AF volvió a mostrarse contrapuesto al ajuste neoliberal que ensayó la derecha macrista desde 2015, señaló que urge atender las desigualdades sociales en la Argentina pos Macri, y dio a entender que será necesario una suerte de plan navideño para cubrir necesidades básicas insatisfechas, como la emergencia alimentaria, y mientras les dice a las organizaciones sociales que se viene el gobierno “de ustedes” debate con el FMI la enorme deuda contraída por la gestión saliente para tratar de saltar ese escollo y retomar así un camino de crecimiento económico. 

Tema aparte para el dólar. Las necesarias pero mal aplicadas restricciones a la compra del billete verde implementadas por el gobierno que se va, después de haber aplicado abiertamente una política de libre movilidad de capitales, volvieron a poner en debate las posibles formas de control cambiario, otra cuestión a debatir y resolver.

Detrás de todo golpe de Estado en la región, como el reciente en Bolivia contra Evo Morales, donde además se agrega una fuerte carga de odio racial y clasista, siempre hay intereses políticos, sociales, culturales, religiosos, y, sobre todo, económicos. La interrupción por la fuerza del orden constitucional, apuntalada por medios de comunicación hegemónicos, donde el establishment empresario juega su partido, tiene por costumbre instaurar modelos de ajuste para las grandes mayorías, de riendas sueltas para la “libertad económica” y los “meritocráticos”, generar mayor dependencia colonial, aplastar avances y conquistas de sectores populares, controlar los valiosos recursos naturales, y al mismo tiempo beneficiar a una minoría del capital concentrado, los fuckin mercados y la especulación financiera global. 

Orientados por métodos clásicos neoliberales y bajo el ala de Estados Unidos, a veces, esos mismos modelos llegan al poder por los votos, en el caso de Macri, y a veces por las botas, sangre y fuego (aunque se lo quiera presentar de otra manera), eso cuando no pueden ganar elecciones democráticas ensuciadas con falsas denuncias de fraude, en el caso del quiebre institucional sufrido en Bolivia y posterior derrocamiento del primer presidente indígena en el vecino país, demonizado hasta el hartazgo. 

En Argentina, el macrismo, esa rara mezcla de Ceos, oligarquía y sectores populares de derecha, fue derrotado en las urnas por amplio margen. En un contexto latinoamericano en llamas, con derechas y el Imperio constantemente al acecho, con resistencias populares y progresistas en las calles y en las urnas, rebeliones esperanzadoras por la igualdad y la democracia, AF, el presidente electro, apuesta a jugar de contragolpe y romper la supremacía neoliberal en la región, le pone el pecho a la inestabilidad que deja el macrismo y se ejercita para saltar los enormes obstáculos por venir, como atender infinitas demandas sociales y económicas, una manera de retomar la senda de la producción y recomposición de ingresos para las grandes mayorías.

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