Llegamos a Buenos Aires el 10 de diciembre pasado para vivir desde sus calles la experiencia de traspaso de mando del gobierno saliente de Cambiemos, la alianza que pregonaba la Revolución de la Alegría, a la fórmula Fernández-Fernández, que devolvió una sonrisa a millones de argentinas y argentinos. La única verdad sigue siendo la realidad, a pesar de todo.

Se experimentaba la efervescencia del momento histórico, como así también el impacto que tenía en los contreras. Un transeúnte vociferaba a su acompañante, en plena Capital Federal: “Ni por todos los choripanes gratis del mundo voy a esa fiesta”, mientras escapaban de la zona. En tanto, la unión de los átomos de una sociedad diversa con el gobierno renaciente seguía su curso. 

Esa diversidad ya inundaba la Avenida de Mayo promediando la mañana: sindicatos, organizaciones sociales, políticas y de derechos humanos, pibes y pibas de barriadas del conurbano bonaerense, estudiantes secundarios empoderados, colectivos de género y diversidad, gente de a pie. También empresarios pymes embanderados. “Vengo esencialmente porque soy nacional y popular, porque tengo una fábrica de calzado y he sufrido el desastre que se ha hecho con la importación, con la baja del consumo interno. Tuve que cesantear a gente porque no tengo trabajo, realmente es muy triste lo que está pasando en mi sector. También pienso ¿cómo puedo vender zapatos si bajó el consumo de leche, de carne, qué pretensiones puedo tener yo?”, dijo Hugo Saldari, de la localidad santafesina de Acebal, a la espera de la caravana presidencial que llevaría a Alberto Fernández al Congreso de la Nación para la ceremonia de juramento. 

Para Hugo, las medidas urgentes son: “Solucionar el hambre en el país, y devolver la  gratuidad de los medicamentos para los jubilados. Y después sí, reactivar el mercado interno, mirar más para dentro que para fuera. De los peores momentos siempre se aprender, primero agudizar el ingenio, como lo tuvo nuestra jefa, que es Cristina, para poder correrse a un costado y nombrar como candidato a Alberto, que es un pronombre que representa unidad,  coherencia, y honestidad”.

Entre miles y miles de personas que circulaban entre el Congreso y la Casa Rosada, entre la muchedumbre, se veían las caretas de Eva y de Perón, y las de Néstor y Cristina, blandidas por su creador, Carlos Masinger. “¡Viva Perón!”, gritaba un hombre de más de 60 años. Interpelaba a todos y todas en su recorrido. Esa arenga tenía el peso de la historia, y entonces resonaban la plaza del 45, los años de proscripción y los que dejaron la vida por las ideas que representaba.

Ilustración: Facundo Vitiello

“Después de cuatro años muy duros, volvió la felicidad del Pueblo”, decía Melody, de José León Suárez, y que recuerda Operación Masacre. Está acompañada por sus tíos, Alejandra y Pancho. Para Melody “hay que activar las pymes, empezar a levantar todas esas persianas que se bajaron, y hacer que crezca la industria argentina”. Y asegura que el macrismo “no dejó otra enseñanza que privarse de todo gusto”.

Junto con la marea de gente a la plaza de mayo, caminando por el empedrado de Hipólito Yrigoyen, Marcelo Suntheim, co secretario de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), cuenta: “Estamos acá institucionalmente con las banderas en apoyo expreso a las políticas que el presidente dejó ver en su plataforma”. 

Valeria Pavan, vicepresidenta de la CHA, organización que orbita en la provincia de Buenos Aires, le agrega la parte emocional: “Fueron cuatro años de oscuridad absoluta, de no poder desarrollar proyectos ni políticas públicas, y vemos este cambio como la posibilidad de activar un montón de cuestiones que tienen que ver con los derechos, para que lleguen efectivamente a las personas”.

Psicodelia en Plaza de mayo

El calor era abrasador. Encaramos a la gran plaza por uno de los costados del Cabildo. Decenas de parrillas echaban humo: choripanes, bondiolas y hasta shawarmas. Además de las dignas estrategias veganas de unas pocas vendedoras que intentaban llamar la atención. De fondo, la Pirámide de Mayo y los inflables de las organizaciones en el cielo radiante. Alberto ya estaba hablando en las pantallas, tenía unas gafas redondas al estilo Lennon y su discurso reverberado por el viento, que agitaba las cajas de sonido, parecía sacado de los experimentos del Sargento Pepper y los corazones solitarios. 

El sol, la emotividad y el calor pragmático de los artefactos a carbón, convertía la estadía en un infierno encantador. Llegamos a dudar si era cierto que se iba a intervenir a los espías enquistados en el Estado, y si el que hablaba era Alberto o era Raúl Alfonsín reencarnado. En medio de la sofocación, en el corazón de la plaza, estaba la fuente del pueblo, la que inmortalizaron trabajadores y cabecitas negras aquel 17 de octubre de 1945. Nos refrescamos las manos y las gorras, y retrocedimos. Había muchos niños jugando. 

Había un deseo que apremiaba. No sé si era mi origen burgués, mi abuelo gorila o la timidez, pero volví a encarar la fuente y me saqué las zapatillas y las medias. Antes de caer dentro del agua ya estaba bautizado.

El día se fue apagando, y Cristina prendió la noche en la plaza. Ensayó con Alberto un dueto de enamorados del Pueblo, la fuente de este poder. “No lo soñé, ieee-eeeeh, se enderezó y brindó a tu suerte”, sonaba arrollador y todos y todas saltaban, mientras explotaban miles y miles de papelitos en el aire junto a los fuegos de diciembre.

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