Yo no sé, no. Aquellas noches de diciembre, cuando éramos pibes, aunque amanecía temprano se nos hacía larguísima en el barrio. La luz eléctrica no llegaba para todos y los primeros cables nos parecían debiluchos, que al primer viento se cortarían o que con la cantidad de pájaros que se le posaban no aguantaría. Eso sí, aprovechábamos el alumbrado de la calle al máximo, con algún picadito, con la figus o en alguna vereda de tierra más o menos iluminada para un cuadrado de bolitas.
Cuando íbamos dejando la infancia, también las noches se nos hacían largas, pensando en las pibas de la primaria que ya no veríamos. Una noche en la plaza Galicia, la mejor iluminada, nos mandamos un mini torneo con la de cuero. Pedro nos gritaba a los de la defensa que estemos atentos, particularmente a mi, que no me distraiga mirando un banco. Es que él no sabía que me traía gratas imágenes.
Esa noche se nos hizo corta, el ir y venir de la pelo le ganó a las agujas del reloj. Cuando ya adolescentes las noches de diciembre no eran tan largas. Ahí, entre Jockey, Colorados y Particulares que nos hacían el aguante, para encarar nuestros sueños con los ojos bien abiertos.
Luego vinieron noches en el barrio, y en casi todos los barrios, de miedo, de terror, largas noches con plazas con bancos que hasta nuestros recuerdos parecían esconderse.
Hoy las noches de diciembre no nos parecen largas ni cortas, quizá distintas porque reaparecen aquellos sueños con unos nuevos, a lo mejor no tan pretenciosos como aquellos de la juventud. Eso sí, de gran importancia.
—“¡Mirá!”— me dice Pedro cuando pasa rumbo a un kiosco a comprar espirales. —La tele nos dice que va a hacer una larga noche en diputados. Pero sabes qué, será distinta porque los temas a tratar no son los que impongan los Ceos del coloniaje y a la pelo la manejamos teniendo en cuenta los deseos de las mayorías, lo que habrá luz para unos nuevos amaneceres”.
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