El poeta Eduardo D’Anna (Rosario, 1948) hace unos días presentó sus novelas reunidas en Los libros de Homero, título que integra la colección Confingere del sello UNR Editora. El libro incluye dos narraciones: La jueza muerta, editada por De la Flor en plena explosión del 2001, y la secuela El pobre delicioso, hasta el momento inédita. “La jueza muerta seguramente haya sido la única novela que se publicó durante el gobierno de Rodríguez Saá.Y ahora El pobre delicioso en esta debacle económica, de modo que no le echen la culpa al pobre Macri, debo ser yo”, ironizó el autor para dar inicio al encuentro que se llevó a cabo en el bar Oui el miércoles pasado. Enseguida aclaró que, por las dudas, evitará publicar otra novela para que los argentinos no caigamos otra vez en desgracia con gobiernos neoliberales. Más allá de la humorada, Eduardo D’Anna es uno de los autores más prolíficos de la ciudad. Tenía 18 años cuando publicó su primer libro de poemas Muy muy que digamos. Entre 1968 y 1976 formó parte de la mítica revista El lagrimal trifurca junto a Elvio y Francisco Gandolfo y Sammy Wolpin, a los que se sumaron luego Hugo Diz y Sergio Kern. Hoy tiene en su haber más de 20 libros de poesía publicados, y se define a sí mismo como un poeta realista, cotidianista, atraído especialmente por la experiencia del lenguaje popular a partir de su militancia peronista durante los 70. También escribió tres obras de teatro y publicó dos libros de cuentos para niños. Además, el de D’Anna es un nombre insoslayable a la hora de pensar la estructura cultural del país desde el punto de vista no metropolitano, y es el único autor que investigó sobre la historia literaria de Rosario y la provincia de Santa Fe. Con la excusa de la publicación de sus novelas, el eslabón aprovechó para charlar con este escritor, abogado y profesor, sobre los principios de la escritura pero también sobre su militancia cultural de larga trayectoria, y los desafíos en ese campo de cara a los cambios sociales y políticos que se avecinan. Porque Eduardo sigue tirando puntas, haciendo lazos con poetas de otras ciudades, construyendo. “El asunto es cultural, es por ahí”, insiste. 

 

Casi un policial 

Un profesional de mediana edad se despierta en un departamento y descubre que a su lado yace muerta una mujer. Esa mujer era jueza, y era su amante. Tiene una puerta de salida y una calle para desentenderse de todo lo que pudo haber sucedido. Sin embargo, decide intentar entender de qué se trata, hasta dónde se es cómplice. La jueza muerta es una novela de realismo psicológico, de intriga y también un poco de humor, sobre las andanzas y derivas de un personaje atormentado por la culpa de un crimen que no cometió, aunque ya esté condenado de todos modos. “Empezó queriendo ser un policial pero afortunadamente no fue así. Hay parodia del policial y del costumbrismo, porque cuando uno está inseguro empieza por la parodia, por eso en la literatura rosarina hay tanta parodia”, explicó el autor, y añadió que también es una novela realista, “porque los hechos no son mágicos, pero no es realista en cuanto al pacto, yo no le estoy planteando a la gente que crea que le canto la justa, el narrador tiene sus propias dudas. Y también puede ser expresionista en algunos puntos porque tiene elementos hiperbólicos”. 

Uno de los temas que atraviesan las dos novelas es el interrogante planteado desde la primera línea de La jueza muerta: “¿Seré yo un boludo?”. Dice D’Anna: “El interrogante soy o no soy un boludo es una pregunta bastante frecuente en la vida de los argentinos, porque no hay otros valores, lo que más querés es no pasar por pelotudo y eso cuesta bastante trabajo. Ya no es cuestión de ser bueno sino de no ser boludo, que no te agarren de boludo. Y al final de la novela hay una respuesta. La novela trata de plantear una perturbación, de dejar al tipo en bolas». 

—Si bien hay una continuación de la historia, son novelas con procedimientos de escritura diferentes

—En La jueza Muerta tenía el principio y el final así que me puse a escribirla con un plan muy metódico porque estaba muy inseguro. Me habrá llevado dos meses y medio escribirla porque tenía que salir de un lado y llegar a otro. Me interesaba saber cómo el tipo quedaba envuelto en toda la situación, no la sabía resolver y el personaje estaba aterrorizado por eso. Yo descubrí escribiéndola que él vuelve a la escena primaria porque yo quería enredarlo, confundirlo. Le pasa a todo el mundo, uno se engancha solo, empezás mandándote una macana y para arreglarla te terminas mandando otra y así. Después cuando Divinsky me dijo que iba a publicar La jueza muerta a fines del 99 me embalé y enseguida escribí la continuación. Con  El pobre delicioso se puso más interesante la cosa porque yo iba inventando a medida que iba avanzando. Yo no sabía a dónde carajo iba a terminar el personaje, sino que el mismo personaje me lo decía. Después cuando escribí los cuentos infantiles me paso algo parecido y me parece interesante porque cuando uno tiene confianza en los personajes que ha creado la cosa marcha. 

En las novelas hay un interés por la realidad social, pero eso está más presente en tu poesía. ¿Cómo fue tu experiencia en la militancia política?                                                               

—Hace poco escribí sobre Rafael Sans, desaparecido en dictadura, para los libros de la muestraDejame que te cuente del Museo de la Memoria, y soy el único de los autores de la serie que es contemporáneo y que conoció a la persona de la que escribe. A Rafael lo conocí militando en la Columna Sabino Navarro. Cuando vimos el creciente militarismo de la conducción de Montoneros nos empezamos a hinchar las pelotas porque no era la idea. La Sabino tenía una concepción estratégica llamada de guerra popular prolongada, era otra cosa. Lo jodido de una teoría revolucionaria donde un grupo toma el poder es muy eficiente en términos político-militares pero después no, después la cosa se burocratiza y la gente queda afuera. A nosotros nos cagó la clandestinidad, pero de todas maneras yo seguí yendo al barrio de la zona sur, pero despolitizadamente, iba solo, porque me había hecho muchos amigos. Incluso seguí yendo después de la dictadura. Durante mucho tiempo, con Cristina esperábamos que nos tiraran la puerta abajo, pero eso nunca sucedió. De todos modos, yo soy un escritor, y pienso que la cosa es cultural y que es con la gente. 

Como historiador de la literatura de Rosario y de Santa Fe, después de haberlos leído a casi todos, seguís investigando y tramando cosas
—Estoy viajando a Santa Fe y a otras ciudades de la provincia porque quiero hacer un encuentro de poetas de Santa Fe. Los resultados de juntar a los poetas y escritores para que chupen, hablen, intercambien sus trabajos, son muy importantes. Que se conozcan entre sí ya hace la diferencia.  En Rosario fue Cavallero quien tuvo la idea del Festival de Poesía y de Video, por supuesto que los cuadros que lo pensaron en ese momento eran de Binner, y durante los primeros festivales era todo muy bueno. El festival de poesía fue una copia al de Medellín y está bien copiar si va a servir, además el de Rosario fue el primero de Argentina. Porque los socialistas tenían buenas ideas y eran mucho más receptivos, consultaban a gente de afuera y yo era uno de ellos. Pero después hicieron cultura para el grupito, para la barrita, se cerraron muchísimo. 

 Digamos que estás haciendo una militancia cultural 

—Empecé con el blog Nadie, cerca o lejos, literatura santafesina donde publico cada vez que los escritores están presentando un libro. La intención es superar la grieta Rosario Santa Fe, entre las dos ciudades y otros lugares de la provincia. Quiero hacer un frente o foro cultural donde sepamos lo que se está haciendo ¿Vos sabes lo que se está haciendo ahora en Rafaela? Yo no tengo la más puta idea. Si tenés un amigo en Rafaela, por ahí te enterás. O en Reconquista, o en Venado tuerto. Por ejemplo, este fin de semana pasado vino con su mujer a casa Federico Coutaz, que es un escritor santafesino, y estuvimos charlando un montón. 

¿Y cuál es el origen o la explicación de esa grieta entre Rosario y Santa Fe?                 

—Lo que pasó en Santa Fe es muy especial porque en 1853 cuando se sancionó la Constitución Nacional tenía una población mucho menor que el resto de la provincias. Santa Fe fue sede de la constituyente pero mandó un sólo diputado y Buenos Aires mandó 20. En ese momento Crespo, Iriondo, estuvieron a la altura del asunto y trajeron inmigrantes. En este proceso inmigratorio, Rosario salió ganando un toco, creció en población, y Santa Fe quedó muy aldeana. Entonces, desde Santa Fe sintieron que habían criado cuervos. Para colmo en el año 12, Lisandro de la Torre propone que la capital sea Rosario. Desde el punto de vista del progreso era lógico, la ciudad que más progresaba era la que más derecho tenía de ser capital, pero al mismo tiempo pertenecemos a una historia, y la historia es de Santa Fe. Rosario se puso a negar eso, y Santa Fe lo otro, y esta negación mutua nos ha perjudicado. Hay muchos ejemplos de eso. Una de esas anécdotas es cuando Perón quería poner un hospital en Rosario y Santa Fe decía no, lo queremos poner acá, y los rosarinos puteaban. Entonces, Perón le dijo a Ramón Carrillo: “Bueno, háganlo en Avellaneda hasta que se dejen de joder”.

Fuente: el eslabón

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