El sectarismo es la acusación horizontal. No se trata de polemizar o discrepar; el sectarismo necesita demonizar en bloque la opinión diferente para “demostrar” que sus portadores laboran para tal o cual enemigo. Por tanto, son enemigos. Venga lector porque ¿quién historiza estos asuntos? Nosotros lo hacemos. En Europa no se consigue.

Así procedió el Partido Comunista con sus escisiones. Con las primeras post Partido Socialista Internacional, de rumbo peronista –importante sendero abierto por Rodolfo Puiggrós–, con las guevaristas –imputadas de aventureras–, con las maoístas –blandiendo argumentos nacionalistas rusos–, con las antidictatoriales –señalando que beneficiaban a Menéndez– y algunas más.
Al seguir un camino diferente, las autoridades de ese partido –no todos sus militantes– estimaban que no podían aceptar que esas vertientes también bregaran por el socialismo. Entonces no sólo objetaron sus caminos tácticos sino que pusieron en cuestión sus objetivos, transformándolos en defensores del sistema, quintacolumnas y cosas así.

De la defensa del sistema de opresión a la traición no hay más que un paso. De tal modo, un muchacho que se sentía cautivado por la acción guerrillera del Che –atinada o no– se encontraba, al día siguiente, con que sus compañeros tenían sospechas de su intención original. Y aquél que prohijaba un acercamiento al peronismo, percibía los dedos que lo señalaban como populista; esto es, burgués.
Ese sectarismo se observó en todas las corrientes. En la izquierda resultó letal y fomentó los combates horizontales con una energía inusitada. Pero se reprodujo parcialmente en la llamada izquierda del Movimiento Nacional Peronista.

Por supuesto que todo el peronismo tuvo de eso. Desde distintos espacios se evaluaba la infiltración de elementos disidentes sin registrar que todos los peronistas tenían orígenes variados. Pero cada uno se arrogaba el rasgo de verdadero o auténtico. Y el otro, tenía que quedar fuera..

Como parte de una generación, quien esto escribe tuvo su dosis de sectarismo peronista. Es preciso aceptarlo para no posicionarse erróneamente, en una zona áurea. Pensó, pese a los consejos de su padre –quien sabía algunas cosas importantes–, que sólo una región del movimiento era auténticamente peronista. Puras macanas.
Hay más. Pero lo importante es esto: el sectarismo implica anulación, a través de adjetivos, del debate y la acción políticas. Al calificar a alguien como enemigo en cualquiera de sus variantes, se lo despoja de intenciones positivas para el pueblo y se lo sitúa en la acusación de moda. Sea cual fuere.

Podríamos añadir, subjetivamente, que esa gestualidad tiene buena acogida en capas medias culposas que necesitan demostrar su compromiso, su pasión y su convicción. Se sienten falsas, vaya uno a saber por qué, y radicalizan toda postura hegemónica en cada período. No lo hacen luchando más, sino acusando al cercano.
No hay nada que ofrezca mejor cobertura que señalar a quien no comparte los puntos de vista en boga. Y, como enseña el manual del sectarismo, demonizarlo integralmente. Nada de admitir lo que es lógico en todo ser humano: está de acuerdo en tal punto, pero en tal otro no, tiene dudas sobre ciertos aspectos, pero está convencido de otros. Nada de eso: palo y a la bolsa… de los enemigos.

Esto se percibe con nitidez en algunos espacios del movimiento feminista difundido desde hace unos dos años a modo de oleada verde. No importa que alguien esté contra los abusos, los acosos, las violaciones y por supuesto los asesinatos. Basta con que diga que discrepa con el llamado lenguaje inclusivo para que ingrese a la categoría demoníaca.
Es más. Si esa persona indica que a su entender para condenar a un acusado es preciso probarlo, y que no basta con imputarlo, pasa a montar junto a los cuatro jinetes del Apocalipsis. Hoy, como en otros tiempos pero mediante distintas denominaciones, puede verse mucha gente que hasta hace meses respaldaba los derechos, tomar distancia.
Y no porque rechace esos derechos, sobre los cuales se ha pronunciado con énfasis (es el caso explícito de este redactor). Sino porque no admite emplear una distorsión idiomática y porque no admite el prejuzgamiento, una de las cunas de la injusticia. El sectarismo promueve división donde no la había; promueve quiebres y expulsiones donde sólo existían debates a resolver.

El sectarismo empobrece la vida política y la transforma en una secuencia de acusaciones forzadas tendientes a “demostrar” que El Otro es enemigo integral, aunque tenga acuerdos parciales. Es, además, precavido: incluye en la sospecha de enemigo a quien se pone a analizar, a ver si todavía hay que andar demostrando con fundamentos las frases rimbombantes.
Las acusaciones tajantes son para eso: para concretar tajos. ¡Qué nos vienen con razonamientos sobre cómo es el lenguaje o cómo debe funcionar la justicia! Es así, y listo el pollo. Entonces generan miedo, y muchos que piensan como lo delineamos en estos párrafos, se esconden y producen un efecto muy interesante.

Veamos. Por un lado su silencio frente a lo obvio les permite reptar entre la oleada sin ser vistos –a ver si todavía te calzan el sayo de machista–, pero por otro, lentamente, se van alejando de la militancia activa silbando bajito –acá la liga cualquiera– por ese temor a quedar malparado ante los jueces de la ideología.
Jueces que, como dijimos, suelen ser medio pelo culposos que tienen su mayor fortaleza en la acusación horizontal.
Pasa que la pelea contra el Poder, es otra cosa.
Por eso, aunque algunos supongan que se trata de un asunto colateral, lo abordamos con preocupación y respeto.

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