El sol y la brisa hacen al clima amistoso, bien distinto de las últimas mañanas de calor, humedad y violencia, que envuelve al sector del parque que rodea al galpón 13 contra el borde del río. En este rincón, la ciudad espera entre la calma y la ansiedad.

Hay miles de personas formando una larga hilera a la par del camino de piedritas que se prolonga más allá de los tres galpones en fila. Hay familias enteras con cochecitos y niños chiquitos, grupos desparramados por el pasto, padres cuidando a los hijos y haciéndolos jugar mientras las mujeres conservan el lugar en la fila, madres embarazadas y con bebés en brazos, gente paseando y algunas reposeras, chicos que corren por los alrededores: el paisaje este lunes en el Parque Nacional de la Bandera se parece más al de una feria de fin de semana.

Esa cola de gente que se fue formando desde la madrugada está compuesta por las y los beneficiarios que reciben la tarjeta Alimentar desde las siete de la mañana, cuando se abrieron las puertas del galpón 13, donde se instaló la sede del banco Nación y la delegación del Ministerio de Desarrollo Social para poner en funcionamiento el programa que habían lanzado el gobernador Omar Perotti junto a Daniel Arroyo, el ministro de Desarrollo Social de la Nación, el pasado 14 de enero en Rosario y con la presencia de intendentes, presidentes comunales y representantes de supermercados y los almacenes. En esa oportunidad, el ministro definió la medida como «una política de Estado que llega para quedarse con un objetivo primordial que el presidente Alberto Fernández fijó como prioridad uno: en Argentina no tiene que existir el hambre, es una regla, no un debate».

Los primeros beneficiados

El universo de beneficiarios de la Tarjeta Alimentar integra a las familias que cobran la Asignación Universal por Hijo (AUH) y que tienen hijos menores de 6 años, a las madres que están cursando el tercer mes de embarazo y cobran la AUH, y a quienes tienen hijos con capacidades diferentes. Se trata de una política fundamental para reorientar recursos hacia el consumo, frenar el ritmo de caída de la economía que arrastró a más de un tercio de la población a la pobreza y la extrema precariedad, y dotar de cierta previsibilidad al mediano plazo para volver consistente el desarrollo de políticas públicas. Es un primer paso para fijar un sistema de referencia de precios que permita controlar la espiral inflacionaria a través acuerdos con las marcas líderes y regular la incidencia de la energía y los servicios en el valor de los alimentos con el congelamiento de tarifas, el control cambiario y del precio de los combustibles.

La escena en los galpones de la costanera se repitió durante toda la semana. El día de la inauguración estuvieron el ministro de Desarrollo Social de la Provincia, Danilo Capitani, y la vicegobernadora, Alejandra Rodenas. El jueves se hizo presente el gobernador, Omar Perotti. El operativo de entrega de la tarjeta Alimentar se extenderá durante diez días hábiles y alcanzará a 30 mil beneficiarios en Rosario. Luego se ampliará a los 15 mil de la ciudad de Santa Fe, y finalmente completará los 109 mil que obtendrán la tarjeta en toda la provincia.

La expectativa se comprende a partir de la realidad concreta en la cual Rosario fue una de las ciudades más castigadas por el desguace de los cuatro años macristas. De acuerdo a una medición del Sindicato de Trabajadores Judiciales de Santa Fe y el Centro de Estudios Scalabrini Ortiz, al tercer trimestre de 2019, la desocupación en Rosario trepaba al 14,3%, casi un 5% más que el 9,7% que promedió a nivel nacional. Entre fines de 2017 y fines del 2018, el porcentaje de pobres en la ciudad pasó de 19,8% al 31,8% en base a la Encuesta Permanente de Hogares, un salto del 60% en un año. La violencia y la falta de oportunidades en aumento a medida que uno se aleja del centro fueron el encuadre de una situación donde los recursos del Estado fueron apuntados fundamentalmente a la contención de una ebullición imparable.

El disciplinamiento económico de casi todas las franjas sociales que se experimentó durante el macrismo tuvo una intensidad mucho más dura en los niveles más bajos de la escala de ingresos. Durante los últimos cuatro años, los municipios y comunas debieron llevar al máximo sus capacidades para cubrir una demanda social que se intensificó como nunca antes. La necesidad de resolver en la urgencia se transformó en la premisa política de todas las gestiones. Proliferaron los comedores y merenderos en casas de familia, iglesias, clubes o salones vecinales. Se pusieron en activación todas las redes vecinales y se ejecutaron nuevas formas de comercialización sin intermediarios en una lucha cotidiana contra los especuladores que se beneficiaron de la dolarización encubierta de la economía. Los alimentos quedaron atados a la histeria de los mercados y la decisión arbitraria de los formadores de precios, siempre veloces para aplicar aumentos preventivos.

La economía quedó destruida, el patrimonio público virtualmente hipotecado y la sociedad exhausta por un ajuste con graduaciones, pero constante e incisivo con los que menos tienen. El “hazlo tú mismo” que pregonaba el gobierno se difundió con medidas que intensificaban el “cada uno por la suya” y fueron los reflejos de organizaciones sociales y de derechos humanos, vecinales, cooperadoras escolares, partidos políticos y sindicatos, los que permitieron crear amortiguadores para un derrumbe colectivo estrepitoso.

El festival de endeudamiento que desplegó el macrismo tuvo severas consecuencias sociales y esas no son lastimaduras que restañen en unos meses, sino que requieren de una cuidadosa reconstrucción de tejidos mediante el acompañamiento del Estado, la introducción de recursos que reanimen las economías de las familias y la restitución de una dinámica vital por abajo que comienza ineludiblemente con el acceso a los alimentos.

El uso de los placeres

“Esperamos unas tres mil personas diarias”, indica el secretario de Desarrollo Social, Fernando Mazziotta. Es lunes por la mañana, el operativo comenzó hace tres horas y todo parece funcionar con absoluta sincronía. Días más tardes, los números dirán que Mazziotta no se equivocó. Hay un primer peinado donde unos empleados de pechera y una tablets en la mano buscan en las listas a los que se anuncian. Si están anotados, pasan a un segundo pulmón, donde esperan para ser llamados y luego ingresar al galpón que está repleto de computadoras que forman un mostrador, hay un stand del gobierno provincial y, al fondo, las instalaciones donde se dictan las capacitaciones en género, alimentación saludable y sobre la modalidad de uso para evitar engaños en los comercios.

El circuito le consume a cada persona unos diez minutos y se van con una tarjeta cargada con 4 o 6 mil pesos. En aquellos casos que no se encuentran en la lista del primer peinado, esas personas son dirigidas a las camionetas de la Anses que están apostadas sobre la calle de piedritas para que completen el trámite del DNI y puedan retomar el proceso.

Mazziota habla en la explanada de ingreso del galpón. Un barco está anclado en el río y le hace de escenografía por detrás. El funcionario describe cada uno de los pasos de los que consta el operativo y destaca la fluidez lograda por la organización y la tranquilidad con que se desarrollan las actividades. “Hoy es una fiesta. Primero tuvimos una demora del banco, pero la gente lo tomó muy bien porque esto es algo que le cambia la vida. Ojalá dentro de seis meses cerremos todos los merenderos y comedores”, explica quien estuvo a cargo de la puesta a punto del operativo.

Hacia un costado, la hilera de personas se va desgranando en grupos que ingresan ordenadamente al galpón para completar el proceso. Muchos de los que salen con la tarjeta en su posesión, se encaminan hacia las carpas instaladas sobre el parque. En una de ellas, a cargo de la Municipalidad, se venden bolsones de frutas y verduras, panes, salames, chipá, quesos. También hay libros, ositos y calcomanías. Además, se instaló una isla del Ministerio de Cultura con juegos y actividades, y hay stands donde se brinda información del área de Salud.

“Vamos a estrenarla”, le dice una chica a su compañera en el ingreso a la carpa municipal. Hay un pequeño bullicio de emoción y alegría porque no son pocos los que salen apurados a hacer uso de la tarjeta, eligiendo entre las opciones que tienen a disposición, reencontrándose con la satisfacción de darse un gusto como volviendo a disfrutar uno de esos placeres que parecían sepultados bajo una fatalidad que definían como irreversible desde el anterior gobierno y algunos medios de comunicación. Es un plano libidinal de la lucha contra el hambre, el deseo conducido a comprar lo que tienen ganas de comer. Apenas lo que alcanza, pero elegido.

Por eso en los alrededores se vive una jornada teñida de entusiasmo. “Vine a acompañar a mi sobrina porque no sabía cómo era”, comenta una señora que espera a un costado de la rampa en el ingreso al galpón. Las pibas cuchichean ante la canasta repleta de unos chipá gordos y ovalados. A uno pocos pasos, el vendedor detalla los precios. “¿Si querés probamos a ver si anda bien la tarjeta?”, se ríe.

Crece desde el pie

A junio de 2019, el informe “Infancias. Progresos y retrocesos en clave de desigualdad” que elabora el Observatorio de la Deuda Social de la UCA mostraba que la pobreza infantil iba en ascenso y superaba el 51% de los niños argentinos. Un 15% de los chicos de entre 2 y 17 años no realizaba al menos una de las cuatro comidas diarias. El incremento del desempleo y el aumento del costo de vida empujó a familias enteras a la necesidad de multiplicar las changas informales para poder llegar a comprar lo mínimo indispensable y dejó en la calle pidiendo algo para comer a miles de niños y niñas. Entre el 15 de octubre de 2019 y el 11 de febrero de 2020, el precio del kilo de pan en los principales centros urbanos del país aumentó un 30%, el doble de la inflación registrada por el Indec en el mismo periodo. Para diciembre, la tasa de inflación fue de 3,7%. Para el primer mes de este año, se estima que será del 3%. La desaceleración se debe al congelamiento de las tarifas de servicios, transporte y combustibles, y a los primeros efectos de las políticas de control de precios.

Por las calles aledañas a los galpones hay estudiantes de medicina que están realizando una encuesta sobre enfermedades crónicas no transmisibles para aportar datos al Ministerio de Salud. Se acercan a la fila y toman nota sobre la edad, el barrio y si sobrellevan algún padecimiento de esas características. Los resultados son diversos: hay gente de todos los barrios, de distintas edades y con diversas particularidades. “Lo que siempre se destaca es la necesidad”, expresa uno de los jóvenes encuestadores.

La tarjeta Alimentar operará con el Banco Nación y no servirá para extraer dinero del cajero, sino únicamente para comprar alimentos. Y es que, a raíz de la crisis desencadenada de deuda, fuga de capitales y empobrecimiento de las mayorías, las familias de menores recursos vieron mermadas sus compras de productos básicos como la leche, cuyo consumo disminuyó sostenidamente. En la presentación del programa, Daniel Arroyo había remarcado la importancia de orientar el consumo hacia productos como leche, carne, verduras y frutas, para revertir los indicadores que expresaban la mala nutrición que sufren los niños y niñas de los sectores más vulnerables. Al respecto, el ministro dijo que, en los controles familiares de talla y peso, los niños más chicos tienen valores inferiores a los de sus hermanos mayores cuando tenían la misma edad. “Están comiendo mal, aprenden mal y así se les va complicando la vida”, graficó Arroyo.

Uno de los aspectos fundamentales de la aplicación de la tarjeta Alimentar es que quita a los intermediarios y prohíbe que los comercios agreguen un recargo ni comisiones. Ese objetivo supone el trabajo coordinado para un efectivo monitoreo de su funcionamiento por parte de las autoridades de los municipios y comunas. A su vez, para que “no haya avivadas” se dictaron capacitaciones específicas y el secretario Mazziota indicó que “busquen los Precios Santafesinos, que además están en supermercados rosarinos. Apostamos a la compra de alimentos saludables”.

En medio de los intensos debates que atraviesa el país sobre la negociación de la deuda externa, el canje de bonos, la aceptación de los acreedores o el futuro de la economía, la mañana de este lunes inició un avance en la recomposición de la base indispensable para cualquier horizonte de crecimiento: que todos puedan comer.

Cuatro días, más de 10000 tarjetas

Según datos del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia, en cuatro días se alcanzó el 86 por ciento de las tarjetas entregadas. El primer día, lunes 10 de febrero, se entregaron 2950 tarjetas. El segundo día, se repartieron 2955 tarjetas, realizándose, además, 308 trámites ante Anses y 110 trámites para la obtención de nuevos DNI. Para el miércoles 12, se registraron 2629 nuevas tarjetas, 320 trámites en el Anses y 127 por DNI. El cuarto día, jueves 13 de febrero, se distribuyeron 2738 tarjetas, de manera tal que se alcanzó el 86 por ciento del total.  También se registraron 299 trámites en Anses y 108 por nuevo DNI. Al cierre de esta edición, se desconocían aún los datos del último día de la semana.

Para los olvidadizos

Fernando Mazziotta, secretario de Desarrollo Territorial de la provincia, informó que no existen días especiales para la entrega de las Tarjetas Alimentar. Es decir, que durante los diez días que dure el operativo, las puertas del Galpón 13 están abiertas para aquellas personas que son destinatarias de la política. El funcionario aclaró, además, que si alguien se entera del beneficio una vez finalizado el operativo, las tarjetas van a estar en la casa central del Banco Nación  en Rosario. Sin embargo, aspiró con confianza: “Lo mejor sería que lleguemos al cien por ciento de la entrega en el Galpón 13”.

Fuente: El Eslabón

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