Pasó la misión del FMI por la Argentina, donde tuvo hinchada propia: dijo que de su parte no habrá quita, que el nivel de deuda es inviable y pidió un gesto a los acreedores privados, que endurecen su postura. Ante varios escenarios posibles, con pros y contras según se analice, el gobierno se enfoca más en la economía real que en los mercados.

Primero, la directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, confirmó que el organismo multilateral no aceptará conceder quitas al préstamo de 44 mil millones de dólares otorgado a la Argentina. Después, la misión del FMI concluyó su visita al país con un llamado a los bonistas para que sean ellos los que hagan una rebaja considerable, ya que la deuda, tal cual está, es “insostenible”, señaló el jefe de la misión, Luis Cubeddu. La postura del Fondo, en medio de una cruzada del gobierno contra pesos pesados de las finanzas internacionales, fue interpretada por el presidente Alberto Fernández como un guiño del FMI, que al mismo tiempo realzó las primeras medidas y el rumbo económico del Frente de Todos, aunque sin hacer autocrítica por el gigantesco crédito concedido a la administración Macri y las consiguientes recetas de ajuste que generaron una hecatombe económica y sociolaboral difícil de sobrepasar.

La deuda externa representa un drama y un límite cierto para que el gobierno nacional avance más rápido hacia un proyecto de desarrollo productivo con inclusión social, como se lo plantea. El megaendeudamiento macrista condiciona a la actual gestión, con apenas poco más de dos meses en Casa Arrasada (no todo es color de rosa). El Frente de Todos debe reestructurar la deuda con el Fondo y acreedores privados (fondos de inversión y grandes bancos), que saben cómo meter presión. Y en eso está. Puede resultar muy bien, bien, mal o muy mal, como toda negociación. Hay varios escenarios posibles y el futuro es incierto, mientras el gobierno continúa negociando sin perder de vista el repunte de la economía real y revertir la lógica del ajuste contra la población más vulnerable, insensatez que imperó durante el macrismo.  

Mientras hace lo que puede en sentido opuesto al gobierno anterior para sacar al país de la recesión y tirarle una mano a los más necesitados, les Fernández se topan con los parásitos de la deuda externa, de los medios hegemónicos que simpatizan por los de afuera, y los parásitos neoliberales que siempre están al acecho, esperando que Alberto pise el palito de la austeridad para intentar volver. El fundamentalismo liberal de Cambiemos vive en la deuda. Una cosa es anticipar el desastre que se venía en la era pos Macri, y otra experimentarlo. La devastación durante los últimos cuatro años, que los grandes medios hacen como si no hubiese existido, dejó en la Argentina serios problemas económicos, financieros, laborales, sociales y productivos. Y flor de deuda.

“¿Peligro?” de default

Se acerca marzo, mes de definiciones. Operetas y buitres, a la orden del día. Algunos le piden que apriete las clavijas, que corte cabezas de ser necesario, otros lo corren por izquierda, y hay otros que extrañan a Reposeraman. En tanto, el gobierno, que cuenta con una base social sólida, se muestra concentrado en apuntalar ingresos de la población, sobre todo entre los que menos tienen, los sectores más castigados por el macrismo.

Cambiemos se endeudó por casi 130.000 millones de dólares. Los impagables “rescates” no fueron a parar al mercado interno ni tampoco a grandes obras de infraestructura, sino todo lo contrario. Se fueron, en realidad, por la canaleta de la fuga y la campaña por la frustrada reelección de Mauricio Macri. Hay que investigar. El gobierno de Alberto Fernández retoma el sinuoso camino del desendeudamiento, como lo hicieron los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, pero después de los suculentos créditos que tomó Cambiemos de manera desaforada, como en su momento el menemismo y la última dictadura.  

“Si reestructurar deuda excluye a Argentina de los mercados internacionales, que probablemente no lo hará, puede que no sea tan malo”, declaró el estadounidense Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, meses atrás. “El establishment financiero busca condicionar la reestructuración de la pesada deuda que nos dejó como herencia el gobierno de Mauricio Macri. El fantasma del default se agita para aterrorizar a la opinión pública con la posibilidad de que las negociaciones con los acreedores no lleguen a buen puerto. De esa manera, se presiona para que el gobierno encare una negociación ‘amigable’ con los acreedores, con módicas quitas y en el marco de un programa de austeridad afín a la recomendación del FMI”, escribió el economista Andrés Asiaín en el suplemento Cash del diario Página 12.

Evitar el default (cesación de pagos) sería lo mejor, pero no a cualquier precio, piensan en el gobierno. En tal caso, Argentina pagaría consecuencias, los acreedores no cobrarían. Evitar desembolsar pagos hasta 2023, como se deduce de la posición nacional, daría tiempo a la complicadísima recuperación. Mucho no se dice, pero funcionarios del anterior gobierno juegan a favor de fondos de inversión (Templeton, Fidelity, entre otros) que hoy pelean contra la Argentina por la deuda emitida durante… el anterior gobierno.

Después del “cierre” de los mercados y Wall Street, Macri recayó en los brazos del FMI, como último prestamista para el gran zafarrancho. Y el FMI le prestó, incluso cuando el final de Cambiemos estaba cantado. Las conversaciones siguen su curso. El ministro de Economía Martín Guzmán volverá a encontrarse con Kristalina, en la cumbre del G20 en Arabia Saudita.

Cuando CFK dejó su gobierno, la deuda externa rondaba el 50 por ciento del producto bruto interno (la deuda se mide con relación al PBI), de los cuales casi el 10 por ciento estaba contraída con bancos y fondos de inversión. En diciembre de 2019, en las postrimerías del macrismo, la deuda externa, según información oficial, superó los 320 mil millones de dólares, y saltó a representar más del 90 por ciento del producto bruto. La situación generó desconfianza entre propios y extraños. De “pobreza cero” a “confianza cero” para un gobierno catalogado como lo peorcito de las últimas décadas.

Políticas expansivas

Para poner la “Argentina de pie” se necesitan recursos, y la guita no puede irse por la canaleta de la deuda. Hay buenas noticias, quedan chiquitas frente al bolonqui reinante. Alberto reparte cariño, se muestra mesurado. Anuncia en persona el aumento para los jubilados, donde, pese a las confusiones, la mayoría recibirá más de lo que le correspondería con la insostenible fórmula que había diseñado el dream team macrista, además de los beneficios extras, como la suma fija, los medicamentos gratuitos o el descuento del 15 por ciento del IVA en la compra de alimentos con tarjeta de débito. Lo mismo para beneficiarios de la asignación universal por hijo. Refuerza el programa Precios Cuidados, apura la ley de góndolas para ver si puede empezar a domesticar ¡lo que cuestan las cosas! Baja la tasa de interés, apuntala a las pymes.

El gobierno anunció que convocará el Consejo del Salario, que en tiempos de crisis va más allá de la tarea de fijar un ingreso de referencia, hoy en menos de 17.000 pesos, retrasado para los tiempos (y los precios) que corren. El gobierno quiere alcanzar un acuerdo general de precios y salarios entre trabajadores y empresarios, superando la proyección de inflación anual, que se estima alrededor del 40 por ciento, quince puntos menos de lo que dejó Macri. Hay reuniones con dirigentes de las centrales sindicales. Las negociaciones salariales en paritarias más importantes están incorporando una suma fija, en sintonía con el decreto alentado por el gobierno, al menos para el primer semestre del año. El FdT quiere salpicar con el mismo axioma a todas las paritarias y arbitrar en la pelea distributiva, al tiempo que le pone el pecho a la dura negociación por la deuda.  

 

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