En los últimos días, el cuerpo social se estremeció. En Villa Gesell estallaron la cabeza de un joven a patadas. En Rosario, un sicario encontró en medio de su objetivo a una nena de un año e igual disparó. Y en Puerto Deseado, Santa Cruz, dos hombres tiraron a un nene de cuatro años por un acantilado después de violar y dar por muerta a su madre. Algo en la subjetividad se fragmentó.
La justificación precoz de ajuste de cuentas, enmascara los emergentes del problema base: la reconfiguración de la violencia urbana. El Eslabón habló del tema con el psicoanalista, psicólogo social y filósofo, Daniel Fernández Ahumada. Aunque también habría que agregar docente, escritor y poeta, según su propia presentación en las redes, donde acaba de anunciar su ensayo Nuevamente, del patriarcado a la restitución fraterno; al que define como un programa de transición y está disponible en la plataforma Amazon.
“La violencia juvenil crece y crecerá incluso en prácticas rituales, porque el patriarcado capitalista en fase regresiva definitiva, produce no requerimiento y descarte ya que el avance tecnológico; reemplaza mano de obra y genera una tasa creciente de marginalización social mundial”, arranca el especialista, y dice que además, elige poner contexto.
“Estamos viviendo una situación límite, especialísima, social y civilizatoriamente, pero cuando me dispuse a estudiar esto gracias a la información de la revolución arqueológica, euroasiática neolítica, publicada en Goddesses and gods of the Old Europe, y que debemos a Marija Biruté Aiselkaité Gimbutas, mitoarqueóloga lituana de renombre mundial fallecida en 1994. Nos informó a todos que existió una civilización maternal previa, armónica y pacífica, la civilización actual se puede estudiar por comparación simple como productora de tristeza, de violencia y de muerte”, argumentó.
Y fue por más: “La humanidad no es responsable de estas situaciones como nos lo han hecho creer, y desde 1986, preocupados por esto, un grupo de científicos de las ciencias duras, entre los cuales hubo un argentino, elaboró el Manifiesto de Sevilla, donde trabajaron el problema de la violencia y donde se afirma que es científicamente incorrecto responsabilizar a la humanidad como si tuviera una cuestión connatural para la violencia y las guerras”, comentó.
“Hay que denunciar esta postura porque es anticientífica, le miente a la humanidad y conduce a la desazón, sobre todo a la juventud, que tiene que insertarse en un mundo en el cual supuestamente la humanidad es responsable del desastre. Entonces los jóvenes tienen depresión, decaimiento y suicidio; por suerte existió un grupo de científicos de las ciencias duras que se ocuparon de éste problema, sabían que la juventud mundial está afectada por esta falacia”, explicó.
En su opinión, saber que la situación tiene contraluz, habilita a la esperanza, como punto de partida inefable para enfrentar el problema, ya que permite identificar quién promueve la violencia y para qué lo hace, extirpando así de la cosmovisión la mentira patrón: que somos así por ser humanos. “La guerra y la violencia es producto del contexto patriarcal, la civilización violenta y guerrera, devenido capitalismo, que en su fase regresiva entiende a la vida como un negocio, y produce este desastre”, acuñó.
Configurado el contexto de este modo, Fernández Ahumada hizo foco en el asesinato de Fernando Báez Sosa, el pasado 18 de enero, en Villa Gesell, al que definió como un “crimen de culto”, el generado por un sector social que entiende que tiene un propósito común, que hay algo que se le opone y que por lo tanto genera una veneración al grupo de pertenencia, y genera un enemigo, lo busca, lo identifica y lo ejecuta”.
“En Villa Gesell filmaron lo que iban hacer, determinaron adentro del lugar donde estaban quién era la víctima propiciatoria, la que no se iba a defender. Con lo cual hay toda una premeditación que indica que hay un culto a la violencia por la violencia, como veneración del principio fundamental de la actual civilización que es la fuerza, que se opone al conjunto, se independiza, se sectoriza, jerarquiza, generalmente entre machos fuertes. Los jóvenes a esto no lo saben, pero lo ejecutan como si lo supieran”, fundamentó.
Para el especialista, es notable cómo siguieron esos pasos del crimen de culto, y cómo se desembarazaron de la culpa: “Se fueron a comer sin ponerse nerviosos. Ahí sí, se configura el culto, ellos estaban tranquilos porque estaban conformes con su labor, habían logrado lo que se habían propuesto”, dijo Fernández Ahumada, y acotó que “no alcanzó a ser un crimen ritual porque falta algo que funcionara como una deidad, es decir un código, una canción que ellos tuvieran, lo temible es que está muy cerca de ser un crimen ritual”, explicó.
“Es un crimen especial, no es un crimen cualquiera, entonces alertamos que es completamente diferente de los crímenes que se dan, por ejemplo en las calles. Es la sociedad misma la que se dio cuenta, y eso lo convierte en especial. Y la prueba está en cómo lo trata la sociedad al problema. Además que estos jóvenes tenían un comportamiento especial, ataron un perro a una moto y lo pasearon por Zárate”, comentó.
El profesional, también remarcó la diferencia del crimen de Fernando con los que genera la marginalidad. “Los jóvenes que lo hicieron no son marginales, no tienen problemas que los puedan afectar desde el punto de vista de la reproducción de la vida, como por ejemplo problemas económicos. Son el emblema del sector social que nos está dirigiendo, son sus productos. Entonces lo que habría que estudiar es cuál es el mensaje que se recibe en esas casas, dónde quedan los demás, los distintos, el hijo de un trabajador”, explicó. Y dijo que el grupo que forman, funciona como un sujeto, con una subjetividad propia que funcionó, en términos criminales, como mínimo con alevosía.
Además, expresó que sin poder comprobarse, percibe que el placer sobrevoló el crimen, de ser así “estamos ante un problema social que parte a la sociedad en dos, tenemos una grieta verdadera”. En ese quiebre hilvanó la contradicción entre un progreso sin límite, robótica, tecnología, pero también demografía y marginación social; fricción que genera violencia explícita y solapada en sus versiones económica y de corrupción. En ese escenario es cuando surge el interrogante: una civilización no puede fallar en la clave de la defensa de la vida, sería su fracaso.
Fuente: El Eslabón
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