“¡Ah! Te gustan los chicos”, es la respuesta que al día de hoy sigue escuchando Charo cuando comenta que es maestra. Marina todavía tiene que explicar que ser docente de jardín de infantes no es una tarea menor ni limitada al juego. Alita celebra que la “Ola verde” de los últimos años se sienta en las aulas. Berenice aprecia que sus alumnas la consideren una referente para confiarle lo que les duele en el cuerpo y Mica propone discutir la mirada romántica que recae en la docencia hasta violentarla en sus derechos.

Un grupo de docentes de escuelas públicas y privadas, invitadas por El Eslabón, pone en debate las ideas de “vocación”, “segunda mamá” y “tarea por amor” que persisten sobre las trabajadoras de la educación. Un trabajo donde la mayoría son mujeres: 82 por ciento en primaria, 63 en secundaria y 57 en superior (según datos de la Ctera).

A Alejandra Pistacchi la conocen como Alita. Es profesora de historia en las escuelas secundarias Vigil de Rosario y el Anexo 1515 de Villa Gobernador Gálvez. Enseña desde hace siete años, una etapa donde irrumpieron con más fuerza “la Ola Verde, la Revolución de las Hijas, la visibilización del feminismo”. Un dato no menor que une a una mayor “toma de conciencia social”, que cobra especial fuerza en las escuelas secundarias. Y particularmente donde ella ejerce su oficio, donde “la construcción de lo común” es lo cotidiano, donde la barriada se identifica –como “la mamá de Brian” en la Murga La Cotolengo, apunta– con las luchas de las trabajadoras de la educación.

Alejandra considera que esa “idea del trabajo docente pseudo apostólica, como una versión del rol materno o una tarea realizada exclusivamente desde o por el amor, tiene cierta latencia en el sentido común, pero también un vigor cada vez más endeble”. Y que se hace sentir más en el nivel inicial y el primario. El problema –dice– es cómo se naturaliza, cómo se “liga el laburo docente a ciertos caracteres atribuidos al estereotipo de feminidad”. También que esto cambia cuando se empieza a mostrar “la politicidad de la educación”. Algo visto en hitos como la Marcha Blanca de los 80, la Carpa Blanca de los 90 y la Escuela Itinerante durante el macrismo.

Al mismo tiempo, se pregunta si una docente puede subsistir sin amor: “Reivindicarnos como trabajadoras no implica o no debería implicar de ningún modo negar que lo que crean ese acto educativo son el amor y los sueños”.

Infancias y familias

Marina Ricart es profesora del Colegio Sagrado Corazón. Hace más de 30 años que es docente en el nivel inicial, “el más estigmatizado”. Apunta sobre lo difícil que es que se valorice aquí el trabajo pedagógico. “En el mismo ámbito docente, muchas veces, las de jardín estamos vistas como que hacemos un trabajo menor, porque «mientras el chico esté bien y no llore, ya está, no hace falta seguir estudiando mucho»”. Por el contrario, defiende la idea de que las infancias requieren de las maestras mejor preparadas.

Un debate que también extiende a las familias. Lo explica con una anécdota repetida en su trayectoria docente. “¡Soy la bruja!”, dice Marina, y se ríe de esa imagen que le asignan los propios padres. “«Si no te vas a dormir le voy a contar a la seño Marina, ¡la llamo por teléfono!», les dicen, y entonces pregunto: ¿no sería más fácil que asumieras tu rol de padre y le digas te tenés que ir a dormir?”

Trabajar en la educación privada no tiene mayores beneficios para sus docentes. Las convocan a reuniones plenarias fuera del horario de trabajo, que no se pagan porque no se las consideran “un trabajo”. Si es el Día de la Madre, del Padre o de la Familia son “invitadas cordialmente” a participar. “Claro que hay muchas cosas que una las hace de corazón, como pasa en muchos otros trabajos”, dice Marina.

Para ilustrar una situación de trato laboral, comparte una anécdota ocurrida hace unos años: “Convocaron a los papás y mamás a una misa, eran casi 90 chicos. Y para que pudieran estar tranquilos escuchando al sacerdote, nos mandaron a nosotras con los chicos a un salón lateral. Había sido un sábado, fuera del horario escolar, o sea que nos convocaron ¡para cuidar a los nenes!”. Marina está convencida de que para educar a una niña o un niño todas las instituciones tienen que tirar para el mismo lado, trabajar en forma conjunta en esta meta.

Foto: Manuel Costa

Charo lleva siete años en la docencia. Su nombre completo es María del Rosario Velázquez, pero dice que nadie la conoce así. Actualmente trabaja en la Escuela Primaria N° 565 Bartolomé Mitre. Opina que hay un mito en esto de relacionar la elección por el magisterio con las niñas y los niños: “«¡Ah! A vos te gustan los chicos, ¿por eso sos maestra?», o «Mirá, Charo te va ayudar a organizar el cumpleaños porque es docente ». Y no. No es que veo un niño, salgo corriendo y me tiro al piso a jugar con él. Para nada. Es más, el tipo de docente que soy es lo más alejado del modelo maternal y contenedor”.

Charo cuenta que tuvo una relación de pareja violenta, con quien padeció su decisión de elegir el magisterio: “Era una manipulación psicológica, con la que siempre me incitaba a que no estudie, diciéndome que dejaba a mi hijo abandonado. «Cómo puede ser que prefieras cuidar los hijos de otros, antes que el tuyo», me decía. Por suerte no le di bolilla y seguí adelante”. Claro, ya no es más su pareja.

Terminó la escuela secundaria estando embarazada. Una amiga la animó a anotarse en el magisterio. “No fue un llamado, caí de casualidad, pero ahora es un trabajo que amo y hago con pasión”, dice quien además estudia el profesorado de lengua y literatura. El amor, el encanto con su oficio lo encuentra en “la tarea transformadora de la educación”.

Yo amo mi trabajo, me encanta, pero no como con eso”, dice, y atribuye a que sea un gremio mayoritariamente de mujeres la razón de que siempre se tenga que estar peleando el salario. También muestra su discrepancia con que haya tantos varones ejerciendo la representación sindical, y del poder que siguen teniendo los varones en el sector. “Es como en las escuelas, cuando llega un docente varón es como una adquisición, por más que el tipo no haga nada”, dice.

Micaela Ramos es maestra de la Escuela Especial Gurí y del Colegio del Sur. Mica propone debatir esa idea romantizada del trabajo docente. Y por varias razones: “Romantizar es parte de estas matrices de aprendizaje que nos operan y con las que operamos. Romantizar nuestra labor, describirla como un acto de voluntad caritativa, como «ofrenda» y ponerla más en valor cuando se sucede aun a costa de la vulneración de nuestros derechos, es sinónimo de nuestro modo de romantizar al amor, entenderlo como sacrificio aun a costa de la violencia, de la vulneración de nuestros derechos, y que nos termina literalmente asesinando”.

Mica subraya la necesidad de despegarse de esa mirada de la docencia como sacrificio. “Me acuerdo de una nota (periodística) sobre una compañera que se hacía quimio los sábados para que no le descontaran los días. Aparecía como algo digno de admirar y es una atrocidad pensar que está bien que una docente, y no también, aun contra su salud, deba ir a trabajar”. Y recuerda que muchas veces con la misma vara que se celebran estas historias se critica al magisterio cuando hace paros.

Micaela invita a revisar los mitos que aplican sobre el magisterio: “Hay uno de esos mitos que nos determinan, el patriarcado nos determina: la escuela como familia. Entonces, contra mis derechos, voy a ejercer mi profesión como si esta no fuera mi trabajo”.

La tarea amorosa, afectiva –opina– que necesita del diálogo, la escucha, la ternura, no se contrapone a que una sea una trabajadora de la educación. ¿Cómo defiendo yo o garantizo los derechos del otro si no puedo identificar cuando son vulnerados mis propios derechos? Ir en defensa de los derechos de los pibes y las docentes tiene que ver con esta tarea de amor y de cuidado”.

Berenice Bruno es profesora en ciencias de la educación. Se formó y graduó en un instituto superior de educación pública y ejerce en diferentes escuelas secundarias privadas y confesionales. Cuando era estudiante del profesorado, le daba pelea al perfil político que tiene una educadora. Menciona una anécdota sobre un debate que animó una profesora acerca del rol docente. “En esa discusión, una compañera se identificó como apolítica, como si educación y política se pudieran separar. Y lamentablemente es una línea que se sigue bajando en los profesorados, donde aún se escucha poner el acento en la vocación distanciándose de la mirada de trabajadora”, reflexiona.

La otra parte de su testimonio sobre lo que implica el trabajo docente, lo vincula al día a día, ya como profesora de escuelas secundarias y como mujer docente. Porque –asegura– en contextos absolutamente vulnerados, una mujer docente puede ser una referencia de confianza para sus alumnas. “Me pasó que dos estudiantes me contaran que estaban embarazadas y que no querían seguir adelante con ese embarazo. No me pude quedar sólo con eso de que confíen en mí, más sabiendo que se pueden tomar decisiones apresuradas, que signifiquen la muerte. Porque en esa misma escuela ya se habían dado dos muertes por abortos clandestinos.

Estas chicas, que me confiaron su situación, pudieron abortar de manera segura. Aquí hay un vínculo de referencia con las docentes, por fuera de lo institucional están solas. Y por más que se haya tratado de una escuela confesional, donde prima la mirada antiderechos, aquí primó la conciencia de la situación”.

Berenice se extiende en ese perfil político –no necesariamente partidario– que tiene el trabajo docente, el mismo que le da fuerzas y convicciones para transitar experiencias tan duras como la compartida.

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